Capítulo 26: la intempestiva llegada del presidente y la repentina salida de Héctor Soto
Después de 25 capítulos escritos, puedo compartir con ustedes algunas lecciones de la experiencia, antes de ir al grano del día y regresar al Teresa.
En adelante, haré cinco recomendaciones personales, para ser efectivos a la hora de publicar una novela interactiva por la red. Insisto, no son dogmas o votos de castidad fundidos en piedra. Simplemente, son pequeñas enseñanzas aprendidas por mí en el proceso.Ahora procedo a ventilarlas en forma de consejos de autoayuda. Con el perdón de los puristas y de los ortodoxos.
Primero, muchos inician contigo la aventura, pero pocos te acompañan hasta el final, salvo cuando se trata de episodios excepcionales. De resto, la paciencia del lector se agota semana tras semana, mientras la historia se va estirando como el chicle.
En mi caso, cometí el error de pasar de la entrega número 20. Luego de ahí fue un parto mantener el interés del receptor, por más esfuerzos y empeños en ofrecer un buen trabajo. Por eso, la audiencia cayó estrepitosamente en el capítulo 25. Mi sugerencia es resumir el índice a la mitad, si quieres recibir feed back. De lo contrario, dale plomo con tu versión electrónica de “La Comedia Humana”, a riesgo de quedar solo y desamparado a la vuelta de la esquina.
Segundo, considera las cientos de limitaciones del género en internet, para diseñar tu material. Si la respuesta del público no te quita el sueño, olvídalo y continúa con tu experimento de misantropía literaria.
A grosso modo, debes tener en cuenta las siguientes condiciones y adversidades, de cara la durísima competencia de la web: la gente celebra la capacidad de síntesis y abomina de la verborrea retórica; la multitud responde al llamado de la actualidad y de los temas vedados de la agenda oficial, al costo de rechazar la apelación a la complejidad y al análisis de lo histórico; la ficción es menospreciada ante el peso de la realidad; y por último, la dictadura de la masa impone el canon de la estructura aristotélica, a tres actos, con sus intermedios e interludios. Es decir, intenta ceñirte a los códigos cerrados del arco dramático clásico, más allá de proponer su deconstrucción interna, como Tarantino.
Tercera, redacta párrafos breves, oraciones cortas, y piensa en un buen título no sólo para la novela, sino para cada capítulo. Utiliza mi caso como el anti-ejemplo por excelencia: “Estreno de Zamora en el Teresa Carreño, una telenovela personal”. Demasiado largo, farragoso y enredado.Con dos palabras, te basta y sobra. Suprime la grasa. El morbo reclama y prefiere interrogantes malsanas del tipo: ¿Quién es el Hugh Hefner de la revolución? Es la ley del oeste.
Cuarto, no le tengas miedo al periodismo gonzo en primera persona. Salpica tus aventuras de detalles inverosímiles, humor negro, amarillismo y picante narcisista. Invéntate un alter ego, una empresa quijotesca y véndesela al consumidor, a precio de saldo. Total, es gratis y ni enriquece, ni empobrece a nadie. De la jugada, tu saldrás ganando como guionista, individuo y persona.
Quinto, tampoco reprimas tus emociones. Como me dijo un amigo y mejor profesor: ¡pana, sal del closet de una buena vez, deja en paz a Rodrigo Blanco y dedícate a lo tuyo. Es hora de pasar la página, de madurar.Ya tuvimos suficiente de tu crítica y de tu complejo de superioridad. Te llegó el momento de proponer salidas.Ya no eres un carajito!
Lo dicho: asume el barranco de desnudarte ante los demás, con todo y tus carencias. Ponle ganas, haz un cuento de tu vida miserable, y busca divertirte en el camino.
Plantéate el proyecto como un ejercicio de yoga, de budismo zen, de catarsis, de exorcismo de tus demonios. Así acumularás y traspirarás gasolina para llegar a tu destino de desembarque.
A pesar del lugar común, tu alegría y tu pesimismo serán contagiantes, en cuanto se identifiquen con los variantes estados de ánimo de tu generación.
Descubre tu nicho, conservarlo, preservarlo y explótalo sin contemplación, con el respaldo de tus incondicionales y de tus detractores.La polémica siempre es bienvenida.
Si existe el método guerrilla para el cine, aplícalo también para escribir y promocionar tu novela en el mercado virtual. De corazón, mi pana, te deseo la mejor de las suertes.
Yo no me creo la tapa del frasco, ni la esperanza del gremio, ni el mesías redentor de la nueva revolución cultural. Únicamente, me mueve la idea de hablar contigo, discutir y crecer en el trayecto. Gracias por haberme acompañado hasta aquí.
Después del intro, los invito a gozar del espectáculo de la velada. Acaba de terminar mi show de telonero. Ahora sí viene lo bueno. Con ustedes, el caudillo revelado y personificado en carne y hueso.
De ipso facto, el Doctor me despierta de mis cavilaciones y me toca el hombro: “levántate chamín, ponte las pilas, se acabó la espera, papi.” Ni siquiera me da chance de responder, cuando veo a la comitiva presidencial abrirse paso entre la multitud, por uno de los pasillos laterales del Teresa. El fervor contenido explota y estalla en mil pedazos al son de “Uh,Ah, Chavez no se va, Uh, Ah, Chavez no se va”.
Todos se paran de sus butacas a recibir con aplausos a su Presidente, y solo yo tardo en reaccionar, sentado en mi sitio. Diez segundos se proyectan delante de mí en cámara lenta: un señor levanta a su hijo sobre su castigada humanidad, una madre toma fotos a lo loco y a ciegas con su celular, un niño me tropieza sin pedir permiso y se escapa de la muchedumbre con dirección a la escalera. Varios chiquillos lo imitan y me usan como puente de juguete para infantes.
De sopetón, El Doctor me jala por el brazo, me alza a su altura y me grita al oído: “ fúndete en la ovación, chamito, fundente en la ovación. Sonríe. Sólo te falta repetir el coro. No te hagas el loco. Tu lo conoces.” Y los dos nos sumamos al aullido colectivo de “Uh, Ah, Chavez no se va”.
La algarabía dura cerca de quince minutos, porque al teniente lo detienen en cada escalón de su recorrido, para abrazarlo, amapucharlo, cubrirlo de flashes, enroscarle chamitos y bebés recién nacidos en el cuello.
Por casualidad, mientras él desciende al proscenio, sus ministros y familiares suben a sus aposentos reservados, al lado de nosotros, donde figuran desde su hija hasta el Zar Nicolás y José Vicente.
Héctor Soto, el Ministro de Cultura, se le cuadra al Comandante en Jefe, con un dejo cursi de gravedad. Pobrecito. No sabe, a ciencia cierta, cuál será su triste destino. En el estreno de “Zamora” se sentía guapo y apoyado. Tres meses después, lo degradan y le dan de baja para ser sustituido por su antecesor en el cargo, Farruco Sesto, cuyo reintegro lo consolida como una ficha imprescindible del proceso, en su política de enroques y de reciclajes permanentes. Es el drama cíclico de América Latina, de CAP a Caldera, de Alan García a Perón.
Nuestro pronóstico dio en el clavo. Así se cierra una ola de rumores y de augurios, abierta a raíz de la designación del veterinario en el despacho de las artes nacionales. Su papel fue, en definitiva, cuidarle la silla caliente al rey de la construcción y de la autopropaganda, al poeta de La Clase y de la persecución de la disidencia.
El señor de las sombras regresa para culminar su distopía inspirada en McCarthy. Es el retorno de las listas negras, de la cacería de brujas y de la rosca fundacional de la Villa. Sus viudas negras celebran de lo lindo. En cuestión de horas, las cabezas de Soto y sus primos comenzarán a rodar por las dependencias del Perro y la Rana. Farruco vengará así la ambición de poder de su retoño, Héctor, quien se atrevió a renegar de su padre, al intentar matarlo por la espalda , para imponer a su dinastía en el gremio.
Soto se volvió a confiar, a equivocar con la matemática, y el fantasma de Farruco le propinó un jaque mate, al aprovechar el error de cálculo de su discípulo. Sesto recogerá los vidrios de su oscuro legado, y emprenderá la recomposición de su mosaico kitsch, en pro de afianzar la campaña de propaganda del PSUV para las elecciones de la asamblea. Una tarea de alto vuelo, muy por encima de las capacidades y habilidades de Soto. Según fuentes infiltradas, a Héctor lo despiden por el fiasco de “Zamora”, erigiéndose en el chivo expiatorio de su nulo rendimiento en taquilla. El hombre del liqui liqui negro pagó caro por los platos rotos de Chalbaud. Al parecer, nuestra novela anticipó, liquidó y selló su suerte fúnebre. Panfletonegro contribuyó a sepultarlo y a precipitar su caída. Paz a sus restos.
Por eso, resulta conmovedora y grotesca su estampa llanera de sargento García empotrada alrededor de los camaradas de la revolución roja. Chávez le responde el saludo, por compromiso, y se relaja en un abrazo de solidaridad populista con Román y Luis Britto García, antiguo contendiente de la máscara del poder y actual protector de su disfraz demagógico.
Los tres se unen en un apretón de manos, se drogan con el éxtasis de la prole enardecida a sus pies, develan sus dentaduras enfermas por la caries, y deciden encarar su protagonismo prehistórico, al ascender al púlpito principal de la iglesia, para oficiar su misa de bautizo en homenaje al renacimiento de Zamora.
Héctor Soto se les incorpora a la batería de los oradores de orden en la tarima de El Teresa, junto con su prima, Andrea Gouverneur, presidenta del CNAC. A las claras, su primo la quiere ayudar y presentar en sociedad, porque pusieron a David Rodríguez, presidente de la Villa, a jugar banco.
El Doctor nota la desproporción y el despropósito de la puesta en escena, a favor de los intereses de Soto, y me traduce simultáneamente: “Soto cree que Chávez es pendejo, y que le puede vender así a su prima, pasándose el protocolo por el forro. Estas cosas no las perdona Hugo, que es militar, y que cree en las jerarquías. Yo siendo Héctor, hubiese sido más sutil, y hubiese puesto a su prima al lado de David. Pero sacar a David de la foto, del cuadro, para poner a su prima, es algo que se lo van a cobrar a futuro.Anótalo chamín.Venezuela es rencorosa y no perdona”.
En efecto, el presagio del Doctor se cumple en la actualidad, por culpa de la arrogancia y del nepotismo del Ministro de Cultura. Por desgracia, su sucesor tampoco es el remedio, sino la reconfirmación de la enfermedad.
En el próximo capítulo, prometemos describir sus síntomas finales y fatales.
Hasta entonces.