(texto leído el 25/01 en el Bar Teatro y el 28/01 en la Librería El Buscón, Caracas).
Nuestra generación aún no ha entendido el inmenso potencial que pone la revolución digital a nuestros pies: un acceso irrestricto a todo tipo de medios, a la más refinada tecnología, con una inversión mínima o inexistente. El cine «guerrilla» se caracteriza por su irreverencia: una ignorancia total y absoluta por el monopolio cultural que llevan a cabo los centros de poder privados y públicos. Sí tienes una idea, siempre hay formas de plasmarla. Los tentáculos del poder intentan arrullarnos con sus babosas redes de control, tratando de perpetuar ideas anacrónicas: no puedes hacer cine sin nuestro apoyo. No puedes publicar sin arrodillarte para besar nuestro resplandeciente anillo. ¡Patrañas!
Nos reunimos un grupo de amigos en un bar. Un escritor, un fotógrafo, un actor y un músico, atraídos por la idea de hacer algo juntos. Se decidió rápidamente: rodaríamos un cortometraje. Vaciamos nuestros bolsillos: con el tlín de las escasas monedas que rebotaron sobre la mesa, juntamos un presupuesto haitiano, una cifra risible de 400 euros que dos parejas se gastan fácilmente en una cena con vino. Atacamos nuestra idea estrafalaria, garabateamos un guión ambicioso que contenía escenas imposibles de filmar: el protagonista saltando 40 metros en el aire para caer en un río, personajes que caminaban en las vías del metro al lado del tren.
El rodaje duró 8 días, la mitad del presupuesto se nos fue en la escena del bar, donde el equipo consumió ochenta cervezas. Pasamos noches en vela en los foros de Internet tratando de aprender cómo utilizar el Final Cut, viendo videos didácticos sobre cómo editar una escena, cómo limpiar el sonido. Los cliqueos obsesivos, control «Z», deshacer, deshacer, deshacer; dominaron nuestra existencia.
Finalmente, logramos zafarnos de las garras de aquellos que creen que todo se puede controlar. La ortopedia del poder se manifiesta en todos los ámbitos, muletas institucionales y bocas que ríen con sorna ante nuestros esfuerzos, para ellos, nada «serios». ¡Pero tenemos como! Podemos demostrar que su ídolo tiene pies de barro. Sin embargo, que no se nos malinterprete: esto no es una cruzada contra el sistema. Simplemente, reivindicamos nuestro espacio, nuestra libertad y nuestro derecho de explotar el poco talento que tenemos, por los medios que sea. Basta con estirar el dedo y arañar el teclado para sentir el perfume exquisito de un mundo virtual, sin reglas, que se abre ante nosotros como una virgen que expone su tesoro más preciado ante el púlpito de nuestros deseos. Todos tenemos acceso a esta plataforma. Todos somos parte del potencial mesiánico de Walter Benjamin, con el sólo apretar una tecla en el ordenador. Todos podemos robarnos un beso, sacrificando cenas onerosas para reunir unos cuantos cobres y plasmar nuestras ideas en imágenes.
Los dejamos entonces con una lista «poco seria» de cosas a tomar en cuenta para ampliar este camino:
La revolución sí será televisada. No hay tema demasiado complicado ni ideas que no se puedan rodar. Hay que pensarlo: en el guión está la salvación. Juega con lo que tengas a la mano, mira a tu alrededor: espacios, apartamentos, casas de los panas; tomas callejeras, personajes absurdos, cuentos inversosímiles. Las ciudades guardan secretos en todas sus esquinas. Mira, observa, escribe.
Si lo escribes, ellos vendrán. Los actores trabajan en función de las ideas del guión. Si el guión es interesante, ellos se sacrificarán y trabajarán sin cobrar. Ofrece experiencias inolvidables en vez de dinero: fiestas en las noches, chicas bonitas dando vueltas por el set, descargas musicales. Mantenlos contentos y ellos harán su trabajo.
Debes ser un negociante fino. Usa todo lo que tengas a tu disposición: ofrece fotos gratis, traducciones, diseños de páginas web, clases de salsa; cualquier cosa que pueda entusiasmar al equipo para abocarse a trabajar en el proyecto. Uno de los actores nos pidió que le pagáramos 400 euros por su actuación. Después de horas de negociación, lo convencimos con un mango, veinte euros, una bolsa de té importada y un bong usado. Siempre hay maneras.
Cine guerrilla significa que no hay tiempo para nada. No tienes seguro para los actores. No tienes permiso para rodar. Todo tu equipo tiene que estar listo para correr si llega la policía. Prepara cintas vírgenes que le entregarás a las autoridades si te dicen que tu película está decomisada. Practica el paquete chileno. Nunca pelees. Di que eres un estudiante de cine haciendo algo para una Universidad. Cálmalos, y cuando puedas, corre por tu vida y tu película.
Aprovecha la Internet. Utiliza el principio de «Internet libertaria»: si el programa o archivo existe en la red, tienes derecho a robártelo. Hazte experto en los sitios torrents. Baja todo lo que necesites. Busca las claves. Jamás hagas los updates o perderás el Final Cut Studio Pro de cinco mil dólares que te robaste. Recuerda: lo estás utilizando con fines no-comerciales. Yo prometo reembolsar o adquirir los programas cuando tenga dinero para ello, por ahora, hay que darle la vuelta.
Si no lo sabes, apréndelo. Sé autodidacta. No tienes dinero para un editor, así que tendrás que hacerlo todo tú. No desesperes: ingresa en los foros, estudia los videos que te explican para qué diablos funciona la herramienta cortar o cómo hacer subtítulos. Todo está allí: sólo tienes que conseguirlo.
Distribuye tu corto. Una vez listo, existen miles de concursos a los cuales puedes enviar tu trabajo. Aparte de eso, trabaja junto a las redes locales y alternativas para proyectar tu video. Rueda la voz, multiplica las iniciativas. Los sitios existen, si tu trabajo es bueno, la gente lo apoyará. Concluiré diciendo que este año, junto a algunas personas de Panfleto Negro –porque Panfleto Negro es un grupo completamente abierto y anárquico-, estaremos intentado construir alternativas en torno a esta idea para-estructural. Si tienes algo que decir, ya sea en fotografía, literatura, música o video, es preciso entender que no estás solo. Somos muchos, y nos iremos agrupando alrededor de ideas diferentes para buscar, por todos los medios posibles, la manera de expresarnos. No tenemos que depender de nadie, ni de los entes privados o públicos. Sólo se trata de eso: tener una idea y encontrar la forma de llevarla a cabo, alejados de todos los centros de poder. Porque como decía la mejor filósofa del siglo XX, Mafalda, «una pulga no puede detener un tractor, pero sí puede llenar de ronchas al maquinista».
(Vínculo para ver «Permanence» en baja resolución, en línea).