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Estreno de «Zamora»: una telenovela personal

Capítulo 27: entre memoriosos y “memoricidas”

Sólo quedan cuatro capítulos, incluyendo el de hoy. Voy a explicarles cómo será la mecánica a partir de ahora, para mantenerlos informados.

En el capítulo 28 me centraré en la arenga del presidente en el Teresa. En el 29 hablaré de la película, desde mi punto de vista crítico y subjetivo. En el 30 describiré detalles de la salida de la función y ahondaré en las últimas  repercusiones colectivas y personales del estreno. Allí finalmente develaré el misterio del personaje secundario de la telenovela: el Doctor. ¿De dónde viene? ¿Quién es? ¿ Por qué me ayuda? ¿Cuál es su opinión al respecto?

En el 27 les haré una radiografía de la presentación protocolar de la película, a cargo de las cinco potencias encumbradas en el proscenio de El Teresa: Andrea Gouverneur, Héctor Soto, Román Chalbaud, Luis Britto García y Hugo Chávez Frías.

De inmediato, todos toman posesión de sus puestos y un silencio incómodo los invade por cerca de treinta segundos. La improvisación campea a sus anchas y define la agenda de las intervenciones. Durante el tiempo muerto, intercambian señas y palabras en clave, para ponerse de acuerdo antes de proceder a consumir sus respectivos turnos al bate. La tarima recrea el tenso ambiente de un dogaut de “El Magallanes” en partido de round robin, con el marcador en contra.

Andrea Gouverneur se complace y se resigna a jugar banco, a cumplir su papel secundario, de relleno, de madrina del equipo.

A lo largo del acto jamás oiremos su voz o la veremos defenderse con el madero del micrófono. En el esquema beisbolero del encuentro, ella debe callar y pasar por bola( o por muda), para no comprometer a su primo, quien le niega la oportunidad de dirigirse al público.

En su machismo de llanero enlutado, el hombre del liqui liqui negro se conforma con el hecho de abrirle cancha a su protegida, para permitirle figurar en el cuadro de honor de la velada. En síntesis, ella es como una querida, como una amante coleada en la mesa del ejecutivo.

Por lo visto, nadie se percata o se aflige por el piquete misógino de la faena. Imposible mejor imagen para describir la impostura del empeño revolucionario y políticamente correcto, por dignificar y reivindicar a la condición femenina.

Más adelante, la proyección del largometraje “Zamora” reconfirmará nuestras sospechas sobre la real discriminación de género ejercida por el gobierno, de lo burocrático a lo cultural.

Las señoras y las damas siguen siendo una compañía, un adorno floral, un jarrón chino, una foto fija, una presencia virtual de holograma matriarcal, en la estructura de dominación masculina del estado Venezolano( a pesar de Vanessa Davies y Tetania Díaz).

Por algo, la pantalla del Teresa se uniforma con el afiche de la cinta, cuyo eslogan reza una máxima esclarecedora: tierra y hombres libres. La consigna recubre el aura mediática de la tarima, y anticipa el desarrollo de las acciones del cotejo en el estadio del “home club” bolivariano, concentrado en exaltar a “los toleteros” de poder,en perjuicio de las camaradas rojas condenadas a fungir de porristas.

La servidumbre continúa en el terreno del deporte socialista en otra herencia de la pelota cubana y de su nomenclatura, instrumentalizada por Fidel para darle palo y palo a las pretensiones de igualdad de sus aduladoras, adoradoras y feligresas.

Así, los hermanos Castro lograron construir la utopía de una isla de la fantasía, de un harén particular, concebido para compensar sus debilidades sexuales.

Del prostíbulo capitalista de Batista, pasamos al burdel comunista del Casanova noventa del hotel Habana Libre, reservado para explotar la carne fresca de las niñas de la pequeña Rusia, a cuenta de las ventajas turísticas ofrecidas por el Kiko Mendive de la rochela del caribe.

Precisamente, una de las fuentes de ingreso del jerarca barbudo procede de la administración de su país transfigurado en casa de citas para extranjeros pedófilos, veteranos y retirados acomplejados. Por maní, por unas simples monedas, ponen a funcionar y a operar su “peep show” a escala insular.  Los jeques árabes aprueban el sistema de manutención de sus pares del trópico.

En dicho contexto, Ramiro Valdés arriba a Caracas para fortalecer los lazos de unión de su nación clandestina con nuestra patria de caudillos, coroneles y tenientes.

A tono con la segregación de la Quinta República, Héctor Soto inaugura la sesión de oratoria rimbombante para introducir al mastodonte de Román.

Abusa de la confianza, agota la paciencia del respetable, saca a relucir sus complejos de inferioridad, se jacta de los supuestos triunfos de la revolución en el cine y adopta una pose ridícula de notable solemne para esconder sus carencias. Escupe sentencias lapidarias con voz grave y enfática, al estilo de su presidente, a quien busca alagar y seducir a cada segundo, al copiar sus ademanes gestuales y repetir sus clichés de persuasión oculta: el cine yanqui es feo y malo, el de la Villa es bonito, humanista y redentor de los pueblos oprimidos por la tiranía del mercado y del imperio de Hollywood.

Inevitablemente, su actitud mimética y camaleónica de adoración al líder, me retrotrae al contenido del documental de Leny, “El Triunfo de la Voluntad”, cuando los ministros y miembros del gabinete toman la palabra y asumen la impostura de Hilter, para dirigirse a la audiencia y exhibir sus dotes de oratoria.

En fila india, y poco a poco, se van sumando al estrado los apóstoles del dictador, en un extraño “video loop” de edición MTV y montaje soviético, donde todos compiten por descollar en la carrera por la mejor imitación del Fhurer.

Algunos títeres fracasan en el intento y sudan la gota gorda al remedar al “Master of Puppets”. Otros lo calcan a la perfección o al carbón, y reciben la aprobación del Tercer Reich con una mueca siniestra de complacencia. En retrospectiva, la sesión se adelanta a su época, a las parodias de Chaplin y Tarantino, así como a los programas de concurso como “Gran Hermano”. No en balde, las asambleas nazis fueron y son una suerte de “American Idol” conoce a “Saturday Night Live”. Para infartarse de la carcajada.

En comparación, la interpretación de Soto es penosa, patética, predecible y aburrida. Improvisa argumentos, recita teorías de manual y vomita para arriba.

A propósito, el caballero se fusila la teoría de Fernando Báez de “La Destrucción Universal de los Libros”, para ufanarse de su empeño por evitar el “memoricidio” de la historia nacional. Por cierto, la tesis original se refiere al término antropológico “nemocidio”, en vez de “memoricidio”; un invento de Soto. Vaya forma de proteger el patrimonio de la nación.

Al respecto, su ministerio es punta de lanza de la destrucción cultural del país. Verbigracia, el caso de la estatua de Colón en Plaza Venezuela; el abandono del paseo de esculturas de Parque Los Caobos; el robo de piezas de arte en la colección del MAC; el sistemático desamparo de los archivos del museo de ciencias naturales; el cambio de logotipos de los entes adscritos y los institutos autónomos por la hegemonía gráfica del perro y la rana; la quema de textos escolares y volúmenes de lectura obligatoria;la clausura vengativa del Ateneo; la extorsión de proyectos y fundaciones no alineadas con Miraflores, hasta retirarles el subsidio y condenarlas a la muerte lenta( Danza Hoy y Revista Encuadre); la censura, el saqueo, el robo y el menosprecio por la obra desarrollada en el pasado reciente. Héctor Soto es responsable de asediarla,silenciarla, reprimirla, minimizarla y pulverizarla.Es el único y auténtico “memoricida” de la pequeña Venecia.

Al rato, Chávez voltea por primera vez a verlo, con ojos de impaciencia, y Soto procede a concluir su fastidiosa intervención, no sin antes hacerle propaganda a su equipo de gobierno. Héctor consume sus últimos segundos de protagonismo, en desplegar la ficha técnica de su cuadro de gerentes audiovisuales.

Señoras y señores, les presento a mis colaboradores y a mis incondicionales en la plataforma cine: David Rodríguez, presidente de la Villa del Cine; Gustavo Michelena, presidente de la Fundación Cinemateca Nacional y Andrea Gouverneur, directora del CNAC.

David saluda con falsa modestia desde el patio, a lo lejos. Gustavo Michelena también, mientras Luis Britto García sonríe con sarcasmo. No se les olvide, Luis Britto García amenazó con demandar legalmente a Michelena, por el derecho de autor del guión de Zamora. Michelena quería compartir los créditos por pulir el libreto del escritor y agregarle secuencias de relleno, bajo la orden de Román. Por su revisión, lo lógico sería, al menos, reconocerle el trabajo como colaborador. Pero el ego de Luis Britto García es grande y no admite repartición de bienes, panes y afectos creativos. ¿Y el socialismo de la propiedad privada y el copyleft en sustitución del copyright? La respuesta subyace entre la reverencia de Michelena y la presunción de Luis Britto García. La inflexibilidad monolítica reencarnada y personificada en un señor de las letras.

Posteriormente, Román y Luis Britto García se limitan a redundar en la materia de Soto, y encima, a masajearse la autoestima.

Britto García proclama a Chalbaud como prócer de la patria, y le rinde honores de estado, al considerarlo “el dios” de su oficio en la república de Bolívar. Tamaña hipérbole, tamaña fantasía de realismo mágico, permite vislumbrarlo y exaltarlo en la actualidad, como una especie de Eduardo Blanco de nuestra Venezuela Heroica contemporánea. La equivalencia no es, por cierto, fruto de una interpretación ligera de los hechos.

Eduardo Blanco es el padre del romanticismo épico y la magnificación de las batallas de independencia, con fines estrictamente proselitistas.

Su obra cumbre(Venezuela Heroica) la publica en dos tomos, entre 1881 y 1883, durante el quinquenio de Guzmán Blanco o su segundo período de gobierno, cuando modifica la constitución para reelegirse de inmediato y perpetuarse en el poder(como Chávez).

Subrepticiamente, Venezuela Heroica le sirve al ilustre americano para legitimarse como presidente hegemónico de cara a las gestas descritas por la pluma de Eduardo Blanco, quien para colmo de males, se presta de modelo para su amigo, Arturo Michelena, a la hora de pintar su lienzo academicista, Miranda en la Carraca, obra maestra del arte de propaganda bautizada con honores de estado en 1896.

Según el especialista y conferencista Luis Rafael García Jiménez, “en una crónica fechada en 1943, nos narra Enrique Bernardo Núñez (1969): La apoteosis de Miranda se convirtió en la apoteosis de Michelena ante su cuadro Miranda en La Carraca. Se le ofreció en el Teatro Municipal de Caracas una Medalla de Oro y una corona de ocanto y laurel que distribuyó entre los pintores asistentes al acto.”

La relación con el estreno kistch de «Zamora», se pierde de vista. El parentesco es brutal y desolador. El saldo es negativo.

En pleno siglo XXI, la dirigencia nos impone la primitiva tarea de retroceder a la época de Michelena, Eduardo Blanco, Guzmán Blanco y Miranda en la Carraca, de la mano de sus herederos posmodernos: Román, Luis Britto y Hugo.

De los últimos dos, discurriremos en el próximo capítulo.

El número 28.

Y después lo prometido, lo esperado, la crítica de la película en el 29.

Falta poco.

No se lo pierdan.

En sus capítulos cumbres.

Por Venevisónnnnnnnnnnnn…

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