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Nine: ni Chicha ni Limonada

Ni es ocho y medio, ni es un nueve. Yo le pondría cinco por la fotografía, por la puesta en escena y por el montaje frenético. Pero también le restaría crédito por la desigual dirección de Rob Marshall, por el tautológico guión, y por las pésimas coreografías de corte pseudoerótico, tan lejos de Fellini y tan peligrosamente cercanas a la imaginería kistch de Joaquín Riviera para Sábado Sensacional.

De hecho, las intervenciones de Penélope Cruz, Fergie y Nicole Kidman son para el olvido, porque parecen un show de vodevil, a cargo de Katherine Fullop, Kiara, Fabiola Colmenares y las Tigritas, en una fantasía propia de lo peor de la revista Urbe Bikini. De seguro, Osmel Souza debe estar tomando nota para la próxima edición de El Miss Venezuela.

 En descargo de la cinta, se salva la interpretación de Daniel Day Lewis, a pesar de su acento forzado de «Bastardos Sin Gloria» y de sus diálogos subrayados.

Las canciones poco aportan al nudo de la trama y ponen en evidencia la subestimación del público a través del exceso de retórica pedagógica.

Si en “8 ½” había espacio para la experimentación y la rabiosa ambigüedad de un autor de arte y ensayo, en “Nine” apenas hay cabida para el cálculo y la especulación comercial con el cuerpo, la duración, el empaque y el casting.

Las imágenes de una eran heterodoxas, incómodas, brillantes y sacrílegas. Las de la otra son prefabricadas, prolijas, inofensivas y digeridas para todo público, según el estándar publicitario de la estética Broadway. 

En la primera dominaba el espíritu inquieto de la vanguardia de posguerra, en la segunda abruma la búsqueda por no herir la susceptibilidad del mercado puritano. El sexo es pobre y velado, acorde con un reparto femenino pusilánime, engreído y enfermo de importancia(qualite).

Insoportables e irritantes, las divas de la meca desfilan por los sueños y las pesadillas del imitador de Marcelo Mastroianni. La pobre Sofía Loren camina como puede, y con una sonrisa macabra de un autómata de una cinta de espanto y brinco, despachada por Mario Bava.

Aquí la única destacada es Judi Dech, excepto por su numerito de Folies Bergeres, donde luce como la bataclana de un burdel o como Doña Rene de Pallas en un homenaje de Venevisión. El resto es como “Molino Rojo”, pero con menos plata.

Una vez más, la historia se repite como parodia involuntaria a lo “Saturday Night Live”. Por tanto, los hermanos Weinstein fracasan en el intento de hacer de «Nine» su segunda «Chicago», para reencontrarse con la suerte de los premios de la academia. El Oscar 2010 también les será esquivo.

En realidad, “Nine” es una copia banal, barata y políticamente correcta de una obra maestra, ahora fagocitada por la crisis de ideas de los estudios. El mejor homenaje a la pieza original, es dejarla en paz y volverla a ver por los siglos de los siglos. Ciao Federico.

En resumen, es la triste evidencia de cómo Hollywood se trago a Cinecitta,para convertirla en un museo de cera con puras muñecas plásticas hinchadas de botox. De terror. Es como un baile de máscaras en “Zombieland”.

Por ende, inconscientemente nos remite al clásico del horror de la tercera edad: “¿What Ever Happened to Baby Jane?”, con el último duelo de Bette Davies y Joan Crawford al borde del retiro, del lecho de muerte y sin cirugías de por medio. Dos cadáveres al natural en su batalla definitiva.   

Para rematar,se trata de la típica visión estereotipada y etnocéntrica de lo «italiano», desde una perspectiva netamente fashionista, esteticista, exótica y turística. Una explotación musical carente de imaginación y a años luz de sus referentes genéricos: Stanley Donen, Bubsy Berkeley,Vicent Millenni y Bob Fosse.

De paso, es la versión edulcorada, descafeinada, censurada y reaccionaria de la película clásica. El final es elocuente al respecto, pues en lugar de triunfar el descontrol y el surrealismo, vence la calma de un director reconciliado con sus demonios y dispuesto a pedirle perdón a su mujer, después haber descendido a los infiernos.

En el happy ending, el realizador le da la espalda a sus delirios, para encarar el rodaje de una película mediocre sobre una parejita en conflicto, a punto de reencontrarse, mientras la esposa del protagonista llega al set con cara de hembra redimida, tras el episodio de los cuernos. La mujer desesperada es incorporada por la actriz de “Edith Piaff”, cuya humanidad regresa de forma tristona para cautivar el corazón de los fanáticos del gorrión de París.  

Para mí, es la consumación y la representación del período “Berlusconi” en el cine, cuando el pasado se recicla a su gusto conservador, a efecto de seguir vendiendo el atractivo patrimonial de la ciudad de Roma.

En esencia, “8 ½” fue lasciva, voluptuosa y entrada en carnes conceptuales. Una cachetada al rostro institucional del milagro económico italiano. En cambio, “Nine” es como una operación fallida de liposucción. Todo un síntoma de los tiempos de Obama.

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