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“Wolfman”: una respuesta a los lobitos lampiños de “Luna Nueva”

En contra de la vertiente psicoanálitica que explotaba el filme de 1935, aquí lo que se produce es un agudo conflicto entre la ciencia y la superstición, pero de un modo tan ambiguo que los acontecimientos de la película pueden interpretarse simultáneamente en ambos sentidos.

Carlos Losilla: El Cine de Terror.

Anoche fuimos un grupo de amigos a ver la nueva versión de «El Hombre Lobo», protagonizada por Benicio del Toro y dirigida por Joe Johnston, el de «Jumanji». La película dividió nuestras opiniones, entre quienes la rescatamos y quienes la aborrecieron de plano por larga, redundante, predecible, estereotipada y literal.

En donde sí coincidimos, de manera unánime, fue en reír a mandíbula batiente, cuando, por casualidad, la proyección del corto de «Cinex» salió invertida o al revés tanto en imagen como en audio. De facto, la sala estalló en una carcajada general. Y al final,uno de los compañeros(Daniel Pradilla) hizo una acotación acertada:“es como un mensaje satánico”. Sin duda, mejor preámbulo para el estreno, imposible.

Después, vinieron los créditos con los respectivos sellos de la productora oficial, Universal Studios, encargada de perpetrar el remake, luego de hurgar en sus archivos y dar en el clavo con uno de los clásicos de la compañía, «Wolfman», del año 1941.

Según la leyenda oficial, la Universal reencuentra con «Wolfman» la senda del éxito comercial, después del declive del género de terror a finales de los treinta, tras el boom representado por “Drácula”, “Frankestein” y “El Hombre Invisible”.

Supuestamente, el estreno de «Wolfman» llega a las salas, a días del atentado contra Pearl Harbor, y por ello, se convierte automáticamente en un fenómeno de masas, donde el público sediento de venganza y asediado por el pánico, tiene la oportunidad de hacer catarsis frente a la pantalla( como ahora).

Hoy los horrores no son muy distintos a los de la década del cuarenta, y lo único diferente, a grosso modo, podría ser el estilo y la forma de concebir el exorcismo colectivo, bajo el paraguas de las nuevas tecnologías, el hiperrealismo, la crisis económica y los eventos extremos de la posmodernidad. Caldo de cultivo para el renacimiento del pánico a escala mundial.

No por nada, la «Wolfman» del año 1941 se desarrolló en principio, por parte de sus creadores, como una metáfora de la maldición del nazismo. Al menos, así la entendió y la entendía su guionista, Curt Siodmark, quien abandonó Alemania en el 1937, por cuestiones políticas y de natural supervivencia, para terminar en Estados Unidos escribiendo libretos al servicio de Hollywood. Precisamente, allí pudo canalizar y reafimar sus orígenes expresionistas, en un puñado de largometrajes memorables.

En tal sentido, «El Hombre Lobo» del 2009 recupera la esencia germánica de la pieza original, para sumergir la puesta en escena en un ambiguo y tenebrista universo de sombras, a la usanza gótica de la Hammer Studios, la competencia de la Universal en Inglaterra.

Hopkins se destaca en el papel del padre mefistofélico de la criatura, mientras Benicio se debate entre sus registros pasados de antihéroe torturado y sus tics de rebelde romántico, en una suerte del Che de la montaña, pero de porte gótico, aunque igual de sediento por la sangre, el sudor y las lágrimas de cocodrilo, por no hablar de su afán de convertirse en víctima y mártir de sus cazadores de brujas, en un tiempo de oscuridad e intolerancia hacia la alteridad y la disidencia.

Aquí subyacen varias ideas de interés en el tejido argumental de la obra. Primero, es una crítica a la pesada carga del patriarcado de una aristocracia de provincia en declive y en decadencia.

Segundo, es un recuerdo de la teoría del Leviathan de Hobbes, del hombre como lobo del hombre. Las autoridades asesinan y reprimen a diestra y siniestra, para mantener un orden de injusticias, inequidades y segregaciones de filiación westeriana. El plató recrea la fantasía retro de un pueblo fantasma de novela gótica, inspirado en el lejano oeste de los folletines de a dos centavos.

Tercero, es una brutal denuncia contra los mecanismos de deshumanización de la ciencia, a la hora de tratar con pacientes y enfermos mentales. De hecho, el protagonista es recluido en un manicomio, para ser exhibido como pieza de estudio, en un homenaje a «El Hombre Elefante» y «El Exorcista». También retumban ecos de las tesis de Foucault sobre la materia de la locura y su coerción.

Cuarto, anidan conceptos arraigados en las obras completas de Freud, Shakespeare y Goethe. Por desgracia, reciben un tratamiento de psicología de manual, para dummies.De ahí la mala idea de mantener el trasfondo xenofóbico de la fuente primigenia, al asociar el brote de la peste de la licantropía con el germen de una maldición gitana.

En “Wolfman”, el hombre blanco se contagia de la rabia incubada en el tercer mundo( un supuesto viaje a la India), y a la vez invocada por una comunidad endogámica al margen de la sociedad. Un relato anticuado propio de la mitología colonial, racista e imperialista del siglo XX. Su vigencia, en el tercer milenio, nos preocupa y nos demuestra la validez de ciertos sofismas, para explicar las plagas de nuestra era: el Sida y la gripe porcina, por citar dos ejemplos conocidos. Es el subdesarrollo como chivo expiatorio de los padecimientos, las fobias y las enfermedades esparcidas por la metrópoli.

Con todo, el saldo es positivo, si lo comparamos con el resto de las pésimas versiones del filón, cuya mejor adaptación hasta ahora, sigue siendo la de John Landis para «Un Hombre Lobo Americano En Londres». Por algo, el responsable del maquillaje de aquella, el genial Rick Backer, es el encargado de darle vida y color al lobo de Benicio. Por tanto, se busca regresar a la técnica analógica de los ochenta, en lugar de apelar al recurso fácil del efectismo digital.

El único problema radica en el resultado final, porque la última batalla edípica entre padre e hijo, parece como una pelea de peluches gigantes, en la tradición kistch de «La Guerra de las Galaxias». Algo así como Chewbacca versus “American Teen Wolf”.

La película es, entonces, una gran operación de revival para el mercado de la nostalgia. En paralelo, reivindicamos su esmerada fotografía, su dirección de arte y su increíble montaje de choque, inspirado en el Hitchcoock de «Psicosis», a cargo de Walter Murch.

Por fortuna, la banda sonora no incluye el tema de moda: «She Wolf», de Shakira.

En resumen, una desigual película de terror, equivalente a los esfuerzos de Copolla por revivir a los clásicos de la Universal:”Drácula” y “Frankestein”.

El trabajo de actualización, como siempre, se resume en depurar las vísceras del gore, por encima de las sutilezas del fuera de campo. Todo ocurre frente a cámara, cerrando los espacios a la imaginación.

Para mí, el film es un espejo de un tiempo superado, de persecución y canibalismo, no muy distinto a nuestro presente de darwinismo,inquisición, civilización,guerra y barbarie. Un pequeño “Underworld” de los palacios de la oligarquías a los cinturones de las villas miseria.

El fuego camina con nosotros en un laberinto del fauno con la proporción de una mansión en llamas. La reducción del infierno post once de septiembre en viñetas del Apocalipsis Now. 

Atención, pues evoca el parasurrealismo de Cocteu para «La Bella y La Bestia» y el sustrato pesadillesco de los procesos de animalización o mutación de Buñuel, Marco Ferreri, Kafka y David Cronenberg.

El desenlace deja abierto el camino para próximas secuelas( con el agente Smith de “Matrix”).

Ojalá profundicen en la zanja descubierta por la primera.

Para la segunda, necesitamos más «Lobo Estepario» y menos «Wolverine».

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