Peter Jackson regresa con una historia aparentemente modesta y pequeña, como las de antes en su filmografía temprana de Nueva Zelanda, pero con un presupuesto de secuela de “El Señor de los Anillos”.
El resultado es una película al uso de serie “b”, inflada por el ego de un director cada vez más flácido y fofo, cuyo adelgazamiento se proyecta en un guión donde faltan calorías y sobran contenidos ligeros envueltos en un empaque de gastronomía de autor, de melodrama qualité, enfermo de importancia.
En Argentina lo llaman cine choronga: un engaño de autoayuda disfrazado de novela trascendente y solemne. Algo por el estilo de la literatura sobrevalorada de Tolkien, un escritor de aventurillas cursis y pseudometafísicas reconvertido en leyenda y en mito incontestable por un mercado de pies de barro, desesperado por encontrar y descubrir anzuelos y referentes de compra.
Siguiendo con las analogías culinarias, podríamos encuadrar al nuevo refrito del Sumito de “King Kong”, bajo el marco de uno de los aforismos del especialista en la materia,Alberto Soria: “poco en el plato y mucho en la cuenta”. Sin duda, “Lovely Bones” es otro efecto de la dieta o del ayuno mantenido por el realizador desde su exaltación al cielo de los venerables de la meca.
A partir de entonces, su pequeña fórmula se reproduce, se magnifica y se vende como la última Coca Cola del desierto de Hollywood, al precio de destilar sus contenidos duros y agrios del pasado por el tamiz amelcochado de la corrección política, los finales agridulces y los mensajes de responsabilidad social empresarial. Todo muy en las antípodas de la filmografía del director en sus buenos tiempos de juventud, independencia, libertad creativa y contracultura, cuando hacía locuras endiabladas de escaso presupuesto y obras maestras del mal gusto, en su país natal, como las desmelenadas, caóticas y desaforadas “El delirante mundo de los Febles”( versión “Z” de “El Show de los Muppets”), “Tu Madre se Ha Comido a Mí Perro” y la emblemática “Bad Taste”, su trilogía en defensa de los géneros malditos, menores y subestimados por el periodismo esnobista.
Por eso, se le consideraba un sólido compañero de ruta de los genios del revisionismo y la deconstrucción del arte de explotación: Paul McCarthy( no el músico aburrido, sino el apólogo del white trash), John Waters( el padrino del feísmo underground), Sam Raimi( hoy vencido por sus Molinos de Viento), Russ Meyer( el Orson Welles de la “Pulp Fiction), y Quentin Tarantino( todavía fiel a sus principios combativos en los márgenes de la industria).
Con los años, Peter Jackson le da la espalda a sus orígenes bizarros de esperanza “freak”, al marcar distancia de sus antecedentes penales, para buscar el pase de entrada al circuito de Festivales, alfombras rojas, premiaciones, franquicias,derroches de “Titanic”, sistema de estudios, estrenos y estrellas.
Su película de transición es la estupenda “Criaturas Celestiales”, consagrada en Venecia. Su pico más alto hasta la fecha, a pesar de la opinión de los fanáticos de Gollum y Frodo. “Criaturas Celestiales” definió un antes y un después en la carrera de Peter Jackson.
Por un lado, le abrió las puertas de aprobación al paraíso de la rancia academia, al combinar lo mejor y lo peor de su propuesta salvaje. Un bárbaro se civilizaba y era celebrado por ello.
Por el otro, comenzó la decepción de su primera generación de incondicionales,quienes nunca le perdonaron su progresiva domesticación y apaciguamiento de cara a la babilonia del “fast food” audiovisual, las series, las salas multiplex, las “pop corn movies” y las “soap operas” con olor a Oscar. Sea como sea, en adelante se irá a hacer realidad su sueño americano en el norte, y su vida modesta dará un vuelco de 180 grados.
Su primera incursión en Estados Unidos, “The Frighteners”, se salda con un estrepitoso fracaso de taquilla y de crítica. Se trataba de una pieza de terror, para el olvido del consumo endógeno, condenada al foso del directo al mercado de video.
Su segundo intento es historia y lo catapultó a la fama. El Rey había retornado con sobrepeso, para clavar su trono en las narices del olimpo de los dioses del celuloide espectacular, al lado de Spielberg, Cameron, Kubrick, Coppola, Scorsese y George Lucas.
De la hegemonía de “Star Wars”, derivamos hacia la supremacía y el fenómeno de masas de “The Lord of The Rings”, involuntaria metáfora catártica del once de septiembre, en su capacidad para proyectar la máxima fantasía populista de la época Bush: el triunfo de los buenos sobre los malos, de los nobles cruzados sobre los enviados de la armada de Satanas. Una oda indirecta a la política de contrainsurgencia del partido republicano, una justificación de la guerra de Irak, y una crucial ayuda a la campaña de miedo sustentada en la supuesta amenaza del terrorismo.
Posteriormente, vino “King Kong” y el gordo detrás de la cámara, el globo de ensayo, empezó a desinflarse por su propio peso. La adaptación convenció por sus efectos especiales, pero molestó a propios y extraños, como Fernando Savater y compañía, quienes lamentaron el obvio amansamiento del gorila, con fines comerciales, al punto de transformarlo en una “mascota king size”, medio solemne y reflexiva, cuando en realidad era un simple mono calentón y calenturiento.
Por defecto y en consecuencia, lo mismo sucede y ocurre con la fallida “Lovely Bones”, empeñada en recubrir de un aura sublime, a una vulgar historia de “Asesino en Casa”, donde la forma se traga al fondo.
Al principio, las imágenes conscientemente kistch se dejan colar, por su aparente falta de pretensiones y por ser la representación de la mentalidad ingenua de su protagonista, junto con su entorno familiar de cuadro naiff de Norman Rockwell. Una de las ideas del realizador es, precisamente, dinamitar dicho cliché, dicha barajita de estabilidad familiar, confort y falso equilibrio conservador. La llegada de una madre corrosiva recupera lo mejor de la sabia iconoclasta del autor, y augura un desenlace para el recuerdo.
Por desgracia, al final vence el color pastel y la poética “new age”, ya asumida en serio como una revelación, como un credo o como un dogma de fe. Aquí Jackson pierde el timonel de su barco, y vuelve a creerse un predicador moderno, con una misión mística de redención colectiva, a cumplir en 24 cuadros por segundo y al cabo de tres horas estiradas de duración.
El espectador agota su paciencia ante el desfile de postales digitales y cámaras lentas diseñadas para disimular la absoluta banalidad del conjunto.El montaje paralelo del insoportable y cargante desenlace, es bastante alusivo de nuestra opinión.
La fachada del esperpento luce como una presentación de Power Point, como un porta pantalla de computadora, atestado de palabritas y frases rimbombantes sobre la vida y la muerte. Hasta Paulo Coelho empalidecería al leer el libreto, basado, por supuesto, en un best seller.
En sintonía con la estética de “Arcoiris Rainbow Brite”, el contenido propone una lectura del problema y del tabú de la pedofilia, a la manera binaria de Disney y según la ecuación moral de un cuento de hadas en la tradición de “Caperucita Roja”. Al respecto, cabe la comparación con el resto de sus respectivas traslaciones contemporáneas a la gran pantalla.
Recientemente, la trama de la niña asechada por el lobo, de la lolita perseguida por el viejo zorro, fue reinterpretada por la siguiente fila de películas: “Hard Candy”, “The Woodsman” y «Freeway», entre otras.
Frente a ellas, «Lovely Bones» no aporta mayor cosa y redunda en su visión obtusa, punitiva, maniquea, justiciera, inquisidora,puritana y vengativa del asunto, al reciclar la idea del «crimen no paga», del ojo por ojo y del castigo ejemplar desde mi cielo protector. Ojalá fuese tan fácil y tan sencillo.
Para empezar, la mayoría de los crímenes por abuso de menores, quedan impunes. Y los huesos de sus víctimas se pudren en el ostracismo y en el infierno de la indiferencia y la complicidad del poder patriarcal de la dominación masculina.
Segundo, el abordaje del tema peca de alarmista, sensacionalista y reductor, en cuanto lejos de comprender el comportamiento de su personaje “villano”, se dedica a estigmatizarlo y a demonizarlo, con la Letra Escarlata de la escuela reaccionaria de la cacería de brujas, como si fuese una caricatura pedagógica de un telefilm barato de “Hallmark”. Enorme le sienta y le calza la cita y el homenaje a la gigantesca “M” de Fritz Lang.
En igual sentido, es inferior a la complejidad y a la profundidad de «Happines», “Río Místico” y “Gone, Baby, Gone”, alrededor de las secuelas del delito de la acción pederasta. Ni hablar del documental “Líbranos del Mal”, demoledora denuncia contra la impunidad de los crímenes cometidos en nombre del evangelio y de la iglesia universal.
Si acaso “Lovely Bones” se limita a tocar la punta de iceberg, en medio de una trama de suspenso heredada de “Psicosis”. La actuación de Stanley Tucci refuerza el estereotipo del homicida plano y resolutivo, con una patología unidimensional de manual. El típico chivo expiatorio a lo Michael Jackson, surgido para ocultar la verdadera razón, las principales causas institucionales y la auténtica raíz de la epidemia, del conflicto medular de la tragedia.
En el limbo, la protagonista nos invita a cruzarnos de brazos y a sonreírle con resignación a la muerte, porque la justicia llega, tarde o temprano, pero llega, con el favor de una ayudita divina. Tamaño discurso de conformismo se subraya con la impertinente voz en off de la joven martirizada, y se manipula retóricamente para intentar conmover el corazón de piedra de un público insensible,aunque fácil de impresionar con el lenguaje del tormento, la culpa , la expiación y el purgatorio emocional de una pobre infante.
A los directores rastreros e hipócritas, les encanta torturar niños para darse publicidad de padres ejemplares, modélicos y comprometidos con el abandono de los hijos de occidente, a manos de las pérfidas influencias y tentaciones de la aldea global.
Verbigracia, por ahí van los tiros de la despreciable “Precious”.
Como relato de fantasmas y almas en pena, “Lovely Bones” tampoco sirve, tampoco funciona. Como diría Lamala, “Sexto Sentido” le imparte una clase, una lección de modestia, rigor, experimentación y densidad existencial a “Desde Mi Cielo”.
Lo dicho:es otro vulgar fraude de Peter Jackson.