Ya entendemos por qué gustó. Ya entendemos por qué le encantó a nuestros críticos paralíticos. Ya entendemos el por qué del consenso.
“Precious” gustó porque es una película falsa y manipuladora, aunque se pretende neorrealista y objetiva como la vida misma.
Gustó porque se quiere progresista, pero en verdad es un canto al conservadurismo, a imagen y semejanza de la figura hipócrita de Obama, fase superior del período reaccionario de George Bush contra la mujer, contra las minorías y contra los pobres.
Sí señor, “Precious” gustó mucho porque en lugar de ser una oda a la diversidad, a la tolerancia y a la buena conciencia de la industria, es una siniestra caricatura reforzadora de prejuicios y estereotipos racistas, machistas y clasistas. Tal como una versión hablada y contemporánea de “El Nacimiento de una Nación”, con todo y quema de brujas patrocinada por el Ku Kuk Klan.
Aquí la inquisición femenina condena a la hoguera de la satanización a la típica madre explotadora, mientras vuelve a atizar el fuego de viejos demonios y temores de la cultura blanca, al resucitar de sus cenizas a la barajita desgastada del padre violador y pederasta “de color”, arquetipo de la maldad absoluta, sin gama de matices, utilizado por la derecha como argumento para justificar la pena de muerte y proyectado en la pantalla posmoderna a través de innumerables máscaras y mascaradas del supuesto cine independiente, como en el caso de “Storytelling” y “Requiem For A Dream”, donde la fantasía esclavista y pornográfica del “mandigo” cobraba nueva carta de naturaleza, para conquistar el mercado de la censura, bajo la coartada de la deconstrucción del sueño americano y el compromiso con la radicalidad en la expresión.
Por eso, Oprah la compró, la promocionó y la convirtió en un fenómeno de masas, a la altura de la ideología conformista de su programa de superación de la adversidad.
En efecto, como diría Lamala, “Precious” trafica con una curiosa moralina de autoayuda, propia del contenido amarillista y sensacionalista de un “talk show”, al peor estilo de “Geraldo”, “Cristina”, “Laura en América” y “Doctor Phill”, cuyas lecciones y mensajes de amor buscan disfrazar de corrección política e invitación al diálogo, una burda operación de ablandamiento y apaciguamiento social, en tiempo de crisis y de persecución a la alteridad.
Dichos espacios no sólo contribuyen a cosificar las representaciones de la miseria con fines económicos, según el estándar del pensamiento único, sino también ayudan a consolidar las agendas y los programas de la élite dominante en las cabezas y en los espíritus del colectivo marginado.
No en balde, así es el agresivo evangelio neoliberal de “Precious”, un opio para los pueblos oprimidos y azotados por los embates de Katrina, la destrucción del estado de bienestar y el saqueo de la banca por parte de los ladrones de Wall Street, apañados y amparados por la Casa Blanca.
De ganar en el Oscar, los deseos de la hegemonía corporativa se verán consumados, reconocidos y premiados. De ahí su triunfo en “Sundace”, maquinaría de trituración de carne de la disidencia audiovisual, y filtro de la auténtica subversión intelectual en Estados Unidos.
El Festival de Utah consagró a “Precious” en el altar de su panteón, como antesala a la carrera por los galardones de la academia, en cuanto discriminó y relegó al olvido a la gran mayoría de las propuestas más arriesgadas, experimentales y transgresoras.
En consecuencia, el burdo certamen de Robert Redford sigue siendo el mejor “Celebrity Deatmach” del arte y ensayo en ascenso, el ideal y perfecto “American Idol”, para la coronación del próximo ídolo azucarado con pies de barro.
El último responde al nombre de Lee Daniels, y es sencillamente otro cineasta pesado y solemne, otro Spike Lee de mentira con pretensiones de realizador engreído y profeta en su tierra de la abundancia. De verlo en la calle, le pegaría un tortazo en la cara, por farsante, vendido y petulante. Se lo merece por Judas, por traicionar a los de su comunidad, en nombre de una mentada labor mesiánica, a favor de los desheredados y de los desechos humanos de la sociedad de la consumo.
Antes colaboró en la no menos encasillada y laureada, “Monsters Ball”, en calidad de productor.
De igual modo, allí le dio rienda suelta a su imaginería seudobarroca y kistch, de inclusión de gorditos y madres abnegadas de tradición italiana, a objeto de mover las fibras sensibles del público morboso, a costa del chantaje sentimental y la poética del victimismo alarmista cercano no tanto al género del melodrama, como al cliché trágico de la “soap opera”.
Ahora regresa con una telenovela de su propia cosecha, germinada con las semillas de laboratorio de docenas de precedentes mediáticos: el humor de los enlatados demagógicos de los setenta y ochenta, como “Arnold”; la inclinación de Hollywood por los temas escolares, para capitalizar las raíces y las secuelas de Columbine; la manufactura en serie de largometraje sobre estudiantes problemáticos y profesores altruistas, como “Mentes Peligrosas” y “187”; la crítica epidérmica de la generación de John Singleton y Antoine Fuqua; y la filosofía de “El Príncipe del Rap” en clave de musical biográfico tipo “Ray”: la única manera de salir de la zona roja, de la selva de cemento, del inframundo, es por medio del talento personal, del trabajo de hormiga a brazo partido, y de la fe en sí mismo.
Olvídate de cualquier respaldo familiar, gubernamental e institucional. Tú eres el protagonista de tu historia, y en tus manos descansa la clave para obtener el éxito y alcanzar la felicidad, más allá de las barreras y las trabas impuestas por el sistema. Si Will Smith lo dice en “The Pursuit of Happyness”, debe ser cierto. Palabra de un dios de la meca. Letra muerta.
Acepta, sin chistar, el credo de la nueva era, el mito del “self made men”, la leyenda del “si yo quiero, yo puedo”. Si el país se hunde, como en New Orleans, prepárate para salvarte por tus propios medios, de forma individual. No esperes nada de nadie, ni del presidente, ni de la democracia.
La república se puede ir al garete, la podemos hasta cancelar, si quieres. Lo importante es resignarte a tu condición y continuar en el juego darwinista, por los siglos de los siglos. Mírate en el espejo de Chile, después del terremoto y luego conversamos. De ahí, con seguridad, crecerán como hongos nuevos y nuevas “Precious”.
Fuera de ironías, la carga más pesada y molesta de la película radica en su manera dogmática, monolítica y cerrada, de sustentar y alimentar sus conceptos caducos, en una pedagogía infantil concebida para una audiencia potencialmente oligofrénica y fácil de sorprender.
Por tanto, para sostener la clásica animadversión hacia el “Welfare”, el creador se inventa una trama incestuosa, inspirada en hechos reales y valedera por el resto de los casos, donde una madre abusa de su hija para cobrar los cheques de la asistencia social.
Parece un personaje escrito a la medida de la mentalidad de una lectora de Todo en Domingo, o de una doña como Beatriz de Majo, cuando dijo aquello de: “los pobres no trabajan, sino se dedican a tomar cervezas, a reproducirse como conejos, y a gastar la quincena en alcohol”.
Con el perdón de las damas de alcurnia, Lee Daniels tiene el cerebro de una vieja del Country Club, de una Oprah de El Hatillo y La Lagunita, en plan de echarle tierra a sus criadas.
No en vano, asistimos al estreno en una sala del Centro Plaza, colmada y atestada de cacatúas indignadas por el numerito de Mo Nique, nominada por sobreactuar, fumar, llorar, comer rodillas de cochino hervidas,lanzar sartenes y exclamar cinco “fucks” por cada frase, cual Danny Devito con pañuelo y bemba colorada. Una mezcla populista entre Mimí Lazo y la Gledys Ibarra de “Te quiero Tomasa”. La clase de tonterías a confundir por “una buena interpretación”, al compás de los comentarios complacientes de la prensa criolla.
Nuestros periodistas de cultura son un desastre, vale.Una cuerda de palangristas irrecuperables.Les recomiendo tomarse unas vacaciones, recuperar sus hábitos de lectura o hacer un curso intensivo en la escuelita de El Amante Cine, porque de momento perdieron la brújula, salvo contadas y honrosas excepciones, como los eternos chicos malos de “El Dedo en el Ojo”. Mis respetos para ellos. De resto, colegas, es hora de guindar los guantes, ponerse las pilas o ejercer el oficio en serio, por favor. Basta de condescendencia, de “payola”, de autocensura y de complicidad silenciosa.
Entonces la cinta aboga por la derogación de “Welfare”,desde una perspectiva sombría y tecnocrática. Se cuestiona el modelo Keynesiano de intervención estatal, al denunciarlo como ineficiente, y se presenta como alternativa la teoría del individualismo redentor. Paradójico discurso en contradicción con la realidad del capitalismo americano, actualmente subsidiado por el gobierno. Hace poco, el estado socializó las perdidas de la banca privada.
En paralelo, Obama propone una reforma al sistema sanitario, y alegatos como “Precious” lejos de apoyarlo, intervienen para sepultar sus empeños, al afianzar la creencia en la completa esterilidad del estado de bienestar, porque fomenta la pasividad y la dependencia de los pobres.
Por ende, la película refleja un cuadro alusivo al respecto, carente de luces y atestado de gamas oscurantistas.
La madre de la protagonista es una señora embrutecida por la televisión(de nuevo el prejuicio elitesco contra la caja boba), empeñada en proyectar en su hija, todos sus complejos y resentimientos. No se explica el por qué y cómo llego hasta allí. Seguramente, ella se lo buscó. Ella es la madre mala de la fábula. La bruja del cuento de Disney, de la adaptación goyesca de “La Princesa y el Sapo”.
La víctima de las circunstancias, es una jovencita obesa, violada por su padre, con dos hijos bastardos, y encima contagiada con el Virus del HIV.El argumento recuerda al Mel Gibson de “La Pasión de Cristo”.La chica pasa del calvario a la resurrección, en dos horas didácticas.
La obesidad funge de anzuelo, y engancha a una demanda contracultural, desasistida por la oferta. Igual va en proceso de asimilación y de cooptación, atraída por las derivaciones “extra large” de “Ugly Betty” y “Little Miss Sunshine”. “Precious” reencarna las ansías de identificación y reconocimiento de las fanáticas de “El Patito Feo”. Los criterios binarios de belleza se ponen así en tela juicio, a objeto de reforzar nuevos mitos de consumo.
Por consiguiente, “Precious” es una ficción de cambio revolucionario, donde no lo hay. Insisto, es un cambio gatopardiano demagógico.
Obviamente, su perfil de “crónica de sucesos”,de folletín “shocking” de tres centavos, de panel de “Jerry Springer Show”, se asume como una metáfora, como una alegoría o como una síntesis de la historia de miseria de la raza negra. Una síntesis, por supuesto, bien parcial y lo suficientemente sesgada, como para no herir la susceptibilidad de la audiencia “Wasp”.
En “Precious”, los negros son culpables y responsables de su automutilación,de su autoconmiseración,de su autotortura, y de su autoviolación. Pero también de su superación personal, de su reivindicación.
En la pieza, la figura de la hada madrina la incorpora una profesora, caída desde el cielo, destinada a señalarle el camino de la salvación a Precious, al descubrirle y al estimularle su vocación temprana de escritora, en un colegio de avanzada. Una escuelita de los encantos, no dirigida por Mo Nique, sino por una conmovida maestra de orientación lésbica. Un colegio idílico y bucólico, en franca oposición al testimonio durísimo de “Entre los Muros” de Laurent Cantet, “Elephant” y “A Seriuos Man”, donde la educación no sirve y se revela como una extensión del vacío existencial del hombre moderno.
Sin embargo, “Precious” no quiere saber nada de la realidad. Por eso concluye y termina como lo haría Farruco Sesto, como lo haría el Presidente, como lo haría La Villa del cine:en medio de una nube de promesas, de ilusiones y de quimeras escapistas. Un happy ending de talla “Super Size” y a escala de las alucinaciones evasivas de “Precious”.
Después de todo,el sueño americano funciona para “Precious” y para quienes la promueven en la campaña por el Oscar, de Lenny Kravitz a Mariah Carey. Un grupo de vampiros, de Zombies, de muertos en vida, quienes se aprovechan de la sangre fresca de “Precious”, para darse un segundo aire y hacerse publicidad con sello de responsabilidad social.
Una terrible impostura.
Una farsa despreciable y abominable.
Un resumen del maquiavelismo y el materialismo histérico de los ricos y famosos.
Como “Lovely Bones”, un bodrio enfermo de importancia, sobrecargado de gravedad, maniqueísmo y artificio.
Un cine de taras sociales hecho por bohemios prolijos, esnobistas, vegetarianos y fashionistas.
El libreto es redundante, el desenlace es previsible y la estética es un deja vu.
Aburrida, prepotente e inflada de inmodestia, así es “Precious”.
Por ello, es necesario rebatirla, refutarla, impugnarla y desmontarla, de cara a su inminente beatificación.