Crónica ensayística:
Tertulia astral con el coronel y otros amigos del letargo
Aproximaciones literarias a un análisis de: “El coronel no tiene quien le escriba” de Gabriel García Márquez
El viejo y la muerte. — Prescindiendo de las exigencias que impone la religión, podemos preguntarnos: ¿por qué habría más gloria para un hombre que se ha hecho viejo, a quien apremian la decadencia de sus fuerzas, en esperar su lento agotamiento y su disolución, que en fijarse el mismo un término con plena conciencia? El suicidio es, en este caso, una acción muy inmediata y natural, que, al ser una victoria de la razón, debería en justicia inspirar respeto: y el hecho es que lo inspiraba en los tiempos en que los jefes de la filosofía griega y los patriotas romanos más valerosos tenían la costumbre de suicidarse. Por el contrario el ansia de prolongar la vida día tras día mediante la consulta inquieta de los médicos y el régimen de vida más penoso sin la fuerza de acercarse al término mismo de la vida es mucho menos respetable. Las religiones abundan en expedientes contra la necesidad de suicidio: éste es un medio de insinuarse por la adulación de aquellos que están enamorados de la vida.
Federico Nietzsche
El encuentro con el coronel
No sabría precisar en que canaleta se encuentra moribunda la aguja del reloj. Los avatares de una tarde se amontonan detrás de la puerta de mi dormitorio, donde construyo millones de ideas frente signos inertes, fétidas palabras que descansan apáticas en un criptograma colombiano, envuelto en una sonámbula esencia astral.
No hay cenicero en mi tugurio, las ventanas recubiertas con sábanas curtidas de polvo traslucen una opaca claridad, un libro gris y relativamente grueso se agolpa en mis manos, sintiendo la presión de mis dedos sobre sus pálidas páginas. La habitación huele a café: “el coronel destapó el tarro de café y comprobó que no había más que una cucharadita”, siento los pasos autómatas del personaje en mi morada, lo veo retirar la olla, escucho el agua correr por los polvorosos pisos del libro. “Con un cuchillo raspó el interior del tarro sobre la olla hasta cuando se desprendieron las últimas raspaduras del polvo de café revueltas con oxido de lata”
El ventilador lentamente disgrega calor sobre mi cuerpo. En una leve escapatoria, intentando huir de asombroso inicio de la novela, miro las repisas copadas de libros. ¿Qué necesidad tengo de leer esta novelita por quinta vez?… es un gusto sádico: conocer el final y recurrir a sus páginas para complacerse con los detalles.
“<<Debe ser horrible estar enterrado en octubre>>, dijo. Pero su marido no le puso atención. Abrió la ventana. Octubre se había instalado en el patio”, la muerte retumba en los crisoles de octubre. El coronel espera su carta. Su maldita jubilación. Uno, el lector, espera junto a él, arrodillado frente a puerta de la estación de correo, o junto al muelle buscando en los ojos del cartero alguna respuesta afirmativa. El compromiso de la muerte es el primer reto en el primer capitulo, ha muerto un pobre músico. En las paredes de mi chiribitil se viven las imágenes de don Sabas y sus primeros diálogos con el Coronel. La muerte se entroniza en la monotonía, el transcurrir de muchos sucesos, en el triste regreso a casa y combatir de la pobreza.
“El coronel se dirigió a la suya desesperado por abandonar el traje de ceremonias. Volvió a salir un momento después a comprar en la tienda de la esquina un tarro de café y media libra de maíz para el gallo”.
Históricamente el gallo ha representado el despertar, el amanecer. El Gabo, que me acompaña a un lado de cama, intenta explicarnos que no siempre hay un renacer cuando amanece, también se puede amanecer muriendo, se puede iniciar un día con una nueva verdad, con una perspectiva del mundo solaz o difusa; todo dependiendo, en gran medida, de lo sucedido el día anterior, de la forma en que confrontemos el idioma, de la manera en que veamos al mundo.
“El coronel se ocupo del gallo, a pesar de que el jueves habría preferido permanecer en la hamaca. No escampó en varios días. En el curso de la semana reventó la flora de sus vísceras. Pasó varias noches en vela, atormentado por los silbidos pulmonares de la asmática. Pero octubre concedió una tregua el viernes en la tarde. Los compañeros de Agustín —oficiales de sastrería, como lo fue él, y fanáticos de la gallera— aprovecharon la ocasión para examinar el gallo. Estaba en forma”.
Es un pueblo silencioso, donde los efectos del clima estremecen los huesos del coronel. Un silencio parece existir en la habitación, un silencio turbio, interrumpido por diáfanas ideas hermenéuticas disonantes fabulas épicas cóncavos instantes de sueño y realidad… tantas palabras que vuelan a mí alrededor y piden algún orden sintáctico para expresarse. Tengo muchas formas de leer esta novela… puede ser una propuesta ideológica… cosa que no suena descabellada si analizamos el contexto del hijo muerto y el coronel que odia a los curas… un hombre viejo que sería capaz de comer mierda por defender su pensamiento…
Los invocados al análisis
Como ya tenía rato mirando las blancuzcas páginas de la novela, decidí invitar a otros de mis buenos amigos para que conversáramos acerca del coronel y su nunca enviada carta. Dispuesto a hacer invocaciones, me levante del catre y mire una amortajada biblioteca. Nietzsche, Aristoteles, Rufino Blanco Bombona, Andrés Mariño Palacio y otros más sacaron su cabeza, todos me querían acompañar a leer y desentrañar ese libraco fino y dócil. Enrique Anderson Imbert se autoinvitó. Juan Bosch fue uno de mis escogidos. Quiroga por supuesto. Tomas Pavel, Carlos Pacheco, Barrera Linares, Andrés Amorós, Camila Henríquez Ureña y algunos alaridos difusos de José Quintero Weir se hicieron presentes, sonoros, disonantes, extrañamente atados a toda la sesión. Ya estábamos todos en círculo. La habitación se expandía en ruinas circulares con la entrada de Borges, y la claridad se hacía presente… “nuevamente nos convocamos para leer” fueron mis palabras, “Gabriel es nuestra victima de hoy”.
La tertulia invisible
Había tantas cosas que discutir acerca del tema… nos interrumpió el coronel que entraba vestido de blanco y con los huesos crujientes por la estancia del otoño. “Ya falta poco para que venga la pensión[1]” y la mujer que venía tras él, envuelta en una sombra le replico instantáneamente: “Estás diciendo lo mismo desde hace quince años[2]”. El coronel se sentó junto al Gabo y mirándola su mujer que permanecía en la puerta dijo: “por eso. Ya no puede demorar mucho[3]”. Ella, con ira impulsiva se sentó junto al Borges cegatón y dijo entre dientes: “tengo la impresión de que esa plata nunca llegará”[4].
“Se pueden sacar tantas cosas de esa novela, es tan rica”, dijo Anderson Imbert de forma sagaz, antes de que los ancianos continuaran su discusión. “No empieces a escribir sin saber desde la primera línea a donde vas[5], y este hombre comenzó hablando del café, de la falta de comida con una imagen táctil hermosa, déjenme recordarla: ‘el coronel experimentó la sensación de que nacían hongos y lirios venenosos en sus tripas’, no sentís el ardor en el estomago” dijo Quiroga completando lo dicho por Anderson.
En un español muy tosco, con ese marcado francés alemaniado hablo Nietzsche: “El asceta hace de la virtud una necesidad[6], y este anciano guerrero no es más que un asceta de su propia muerte. Segundo a segundo se hace acreedor de más y más pesadumbres, cree que los vientos del invierno le congelaran los huesos. Fustiga con su propio optimismo. Eso es. Es un optimista perseverado. Un hombre que mantiene un ideal, que confía en que su verdad es absoluta, cuando al menos, con mucha suerte, guarda bajo sus hombros una pequeña vicisitud de vida, un entramado de una corta existencia entregada a la guerra contra los curas, cosa que aplaudo, y a la espera de esa cochina pensión. De ese dinero infértil, que él sabe en el fondo que no llegará, pero aún no pierde las esperanza cuando escucha el motor de la lancha avecinarse con el gordo cartero abordo. Asceta simulante de destinos agrietados que contrapone su felicidad en la senda de la realidad”
“El <<yo>> (sea explícito o implícito) del narrador se dirige a un <<Tú>> metafórico. Surge entonces una estructura dialógica o dialogal: quiero decir un monólogo interior se hace dialogo interior. El narrador se dirige a un destinatario pero el emisor y el receptor son una y la misma persona. El <<tú>> es el alter ego del <<yo>>: ambos comparten una subjetividad común (o una intersubjetividad para hablar en difícil)[7], por ello traigo a acotación las siguientes preguntas, Según crean ustedes amigos míos, ¿Cuál es el lector de esta novela? ¿A quien se le dirige? Y ¿qué hace a dicha persona su lector?” acotó interesantemente Enrique Anderson Imbert.
La doctora Camila Henríquez levantó la mano y dijo: “en materia de lectura a nadie se puede dar normas absolutas; sólo se pueden ofrecer ideas y sugestiones, porque si se quiere que la lectura sea fructífera se debe respetar en el lector la libertad de apreciación. Cada lector debe llegar por si mismo a sus propias conclusiones… el buen lector aspira a comprender. Para lograrlo deja a un lado, al empezar sus opiniones y perjuicios y trata de seguir al autor cuya obra lee; no dictarle lo que debe decir, sino de identificarse con el libro[8], yo creo que la literatura después que es publicada no tiene un lector especifico, los tiene a todos, y de cada uno de ellos una apreciación”.
Borges estaba ansioso y metió la cuchara diciendo: “nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas validas… pero lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje y la tradición[9]”. Sonrió un poco timorato y cedió la palabra. Interrumpí yo imprudentemente: “digamos entonces que hay ejes temáticos que hacen que la intersubjetividad sea posible y el lector se sienta parte de la novela, y más aún, debemos hablar del poder del lector como recreador del texto que el autor a sepultado en el papel”.
Gabriel García Márquez se levantó y dijo: “es imposible que el autor explique su creación, sería arruinarla, lo más que podría decir como lector de mis propios reflejos, es que el coronel me recuerda demasiado a mi propia situación de hambruna en Paris mientras escribía esa novela. ¿Quien es el coronel?, sólo el mismo sabría decírselo”. “Tienes razón, el coronel es un personaje bien logrado, la novela gira entorno su elocuencia, sencillez, frescura y cálida expresión; es la representación de ese ser inocuo que ocupa un espacio en la sociedad, que hace de espectador ante el alejado y fraudulento poder, que no pierde las esperanzas, así como tampoco los ideales, en este caso por su gallo”, era la voz de Jesús Semprum que nos veía desde la puerta. Todos voltearon dándole tiempo al coronel de hablar: “tengo los huesos húmedos, no me hablen mas de ese animal, los gallos se gastan de tanto hablar de ellos. No creo que haya mucho que contar. Las paredes de mi casa, son imágenes visuales maravillosas, el murmullo de los velorios son imágenes sonoras, el sabor del café, el queso que compré con lo poco que me dieron por la venta del gallo, son imágenes gustativas interesantes. Entre las olfativas, el olor a lluvia, los olores de la casa del compadre, creo que ellas son suficientes. Es un mundo de imágenes, un mundo, como diría el aquí presente y medio loco señor Thomas Pavel, un mundo de ficción en el cual me siento confortablemente incomunicado hasta que deje de existir o me dejen de leer en las universidades los muchachos necios como Luis”. Lo interrumpió la mujer diciendo: “no hay almuerzo. Y tú hablando tantas galimatías, vende el gallo, quédate quieto en casa. Con simular que no estamos los turcos se irán una semana más. Eres un desconsiderado, deberías darte cuenta que me estoy muriendo, que esto que tengo no es una enfermedad sino una agonía” la mujer detuvo su conversación por un repentino ataque de asma que Semprum corrió a atender.
El coronel apenado por el escándalo de su mujer bajo la cabeza. Juan Bosch dijo: “esté es uno de los ejes temáticos de la novela, la incomunicación entre los personajes mantiene en vilo al lector, son seres incompatibles, y aunque hablen la misma lengua no se entienden porque tienen concepciones del mundo distintas, son labriegos de rubros diferentes”. Anderson Imbert dijo: “creo conveniente que entendamos que cuando se escribe “El coronel no tiene quien le escriba” existía un mensaje que quería ser enviado, útil o no, eso lo puede decir la Doctora Camila Henríquez en su libro, el asunto es que hay algo que comunicar, en este caso, un narrador omnisciente conduce en dialogo entre el lector y el escritor; este último con herramientas de discusión altamente elevadas como estos magníficos personajes. El otro equipado de una sensibilidad única que lo hacen obtener una apreciación particular de cada frase. Los ejes temáticos, en este caso, la libertad, la soledad, la dominación, la corrupción, la acumulación de dinero, la muerte del hijo Agustín (que hemos tocado muy poco, y representa un antecedente vivo de la novela, es parte del diálogo que se sostiene con el lector) y muchos otros, son los mecanismos con los que el autor entra en contacto con la sensibilidad del ya mencionado lector. Es entonces la respuesta del cartero un respuesta a qué… ¿es la respuesta que necesitamos para disolver esta discusión y acostarnos a dormir?, no lo sé, pero debería estudiarse esa anáfora: “el coronel no tiene quien le escriba”, la soledad que transmite, la soledad en la que se encuentra enclaustrado un hombre que defiende un ideal, la respuesta que da un autor que esta exilado por una convicción ideológica y que esta pasado tanta hambre como el coronel.”
Despertares
¿Qué es el coronel? ¿Quién es? Un prototipo de personaje perfecto, la ensayística y teoría suma del personaje construido con tesón. Cien años de soledad esta compuesta de cientos de personajes como el coronel. Personajes construidos con minuciosa simbolización y metafóricamente convertidos en personas. Sus radiantes imágenes, sus localismos, en América ubicada, el coronel no tiene quien le escriba es una obra magnifica donde García Márquez consigue dibujar magistralmente todo un entorno (con sus aspectos humanos y políticos) en la esencia de un personaje, que ya puede ser considerado persona. La dimensión de tantas preguntas e ideas, de preconceptualismos, obliga al lector, a desmembrar la obra junto al desglosamiento de los supuestos conocimientos críticos y herramientas arcaicas que posee y hacen definir a un texto como lo que otros creen que es, privando así al novel lector de la maravillosa aventura de crear su propia ronda de recreaciones.
No me siento capaz de concluir un análisis, porque todas la voces se desbocan en más ideas y sugestiones retóricas, porque la creación se hace tan amplia en la estreches del idioma que en una obra como esta, que hoy me ayudaron mis espectros a soslayar, morir en ella, renacer en ella, crear sobre ella, no terminan nunca de aparecer más vericuetos mágicos y ambiciosos. Moduladores de una existencia proba, ímproba, amoral, literaria, son las letras lucidas de esta novela. Cargada de tantas miradas y forma de mirarla, que la inercia posee a quien intenta abarcarlas todas.
¿Cómo sabemos que nos vamos a despertar cuando estamos dormidos? ¿Qué nos hace empezar a recordar el sueño? Esa misma magia, que algunos pueden llamar literatura, obliga a cerrar las páginas inconclusas de una novela. A tirar la toalla, a entender que no existen apreciaciones ciento por ciento ciertas, que nunca se llegarán a ellas, y de llegarse lo más seguro es que sean equivocas, sólo el destino detiene el criptograma infuso de este viaje astral. Y la mano tosca y risueña del profesor se hace presente sobre mi hombro… “Oye wey, te perdiste la pinche clase, estuviste toda la hora durmiendo, como que estaba bien chingado el sueño, mírale que me tienes que entregar el trabajo, no te olvides que debe ser un trabajo serio”.
El profesor discrepa de mi actitud, sale con su bolso de cuero del casi congelado salón, se brinda las palabras. Se difuminan los segundos, y descubro un vaho lento y pasimonico en el caer de las agujas del reloj. Ha llegando el otoño, el coronel debe estar vivo y adolorido.
Bibliografía
AMORÓS, Andrés. Introducción a la Novela Hispanoamericana actual. Ediciones Ayana. Madrid, España. 1971 Nº de págs. 185.
ANDERSON IMBERT, Enrique. Teoría y técnica del cuento. Editorial Ariel. Barcelona, España. 1999. Nº de págs. 290
BARRERA LINARES, luis y Carlos Pacheco (compiladores). Del cuento breve y sus alrededores aproximaciones a una teoría del cuento. Monte Ávila Editores. Caracas, Venezuela. 1997. Nº de págs. 580
BORGES, Jorge Luis. PROSA. Circulo de Lectores, S.A. Valencia, España. 1975. Nº de págs. 815.
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. El Coronel no tiene quien le Escriba, Cien Años de Soledad. Nº 148.Biblioteca Ayacucho. Caracas. Venezuela. 1989. Nº de págs. 380.
HENRÍQUEZ UREÑA, Camila. Apreciación Literaria. Editorial pueblo y educación. Instituto cubano del libro. Vedado, La Habana. 1974. Nº de págs. 190.
Nietzsche, Federico. Humano, demasiado humano en Obras Inmortales. EDAF Ediciones-Distribuciones.S.A. Madrid. España. 1976. Nº de págs. 1675
PAVEL, Thomas G. Mundos de Ficción. Monte Ávila Editores. Caracas, Venezuela. 1991. Nº de págs. 200.
[1] GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. El Coronel no tiene quien le Escriba. Biblioteca Ayacucho. Caracas. Venezuela. Nº 148. pág. 45.
[2] Idem.
[3] Idem.
[4] Idem.
[5] QUIROGA, Horacio. El Decálogo del perfecto cuentista, en la recopilación Del Cuento breve y sus alrededores de Carlos Pacheco y Luis Barrera Linares. Monte Ávila Editores Latinoamérica. Caracas. Venezuela. pág. 335.
[6] Nietzsche, Federico. Humano, demasiado humano en Obras Inmortales. EDAF Ediciones-Distribuciones.S.A. Madrid. España. 1976. pág. 642.
[7] ANDERSON IMBERT, Enrique. Teoría y técnica del cuento. Editorial Ariel. Barcelona, España. 1999. pág. 72
[8] HENRÍQUEZ UREÑA, Camila. Apreciación Literaria. Editorial pueblo y educación. Instituto cubano del libro. Vedado, La Habana. 1974. págs. 23 y 26.
[9] BORGES, Jorge Luis. PROSA. Circulo de Lectores, S.A. Valencia, España. 1975. pág. 650.