Había una vez
Una ceiba muy vieja
Que en realidad era dos ceibas
Nacidas lado a lado
Cuyos ramajes semejaban las venas
Del cerebro de una oveja
Había una vez
Un señor que se puso muy viejo
Y se murió hace tiempo
Que le pedía algunas veces el favor al muchacho
De ayudarlo a cargar una gavera
Llena de hielo, latas de refresco
Y botellas de cerveza
Había una vez
Una señora
Que la memoria mía
Aun mantiene viva
A la que le quedaban muy buenos los sándwiches
Y los tres acostumbraban sentarse
Debajo de la ceiba
Los domingos
A esperar a que pasara
La ultima garza blanca de la tarde
Después de unas cuantas cervezas
Al señor le daba por arreglar la economía de Venezuela
Con negocios apropiados solo
Para la gente seria, trabajadora y honesta
De los países de afuera
La señora aún recordaba ciertas urgencias
Que al señor le daban antes
Cuando la invitaba a ir al baño ambos
En algún matorral no demasiado alejado
Pero con el paso de los años
El lapso entre invitaciones se fue alargando
Y la señora se fue acostumbrando
A medida que el niño fue creciendo
Fue llenando su cerebro
Con ideas aprendidas en escuelas
Y una vez se burló de las ideas
Demasiado capitalistas del anciano
Acerca del aprovechamiento del algodón de ceiba
Y la mano de obra casi esclava de indonesia
Una vez ese mismo chico
Inmerso en una nevada
De algodón de ceiba
Intentó escribir un poema
Sin la menor vergüenza
Acerca del amor entre dos ceibas
Ahora ese muchacho se metió a poeta budista
Y se la pasa malgastando papel y “pensando”
Acerca de la ambición y el afán que empuja a los humanos
Y esperando la iluminación
Debajo de esa misma ceiba
Pero ellas que han visto pasar:
Conquistadores, libertadores, esclavos y lacayos
No le hacen caso
Y se la pasan regando el suelo
Con millones de semillas
Cada una de ellas
Una potencial ceiba
Chiquitica pero completa
Que ambiciona y espera
Hacer ceibitas como ella