SERVILLETA DE PAPEL

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…Mientras ocurre todo en su pensamiento, como un sueño traslucido que se viene  a la conciencia, vuelve a concentrarse en la lectura de un cuento: ¿cómo  será ese encuentro, conversarán al respecto de su último libro, si se supone que será una cita a ciegas? Bueno, eso carecería de importancia, si la lectora rebusca hasta en los espacios de cada palabra o párrafo,  para tratar de conocerlo, y llevarlo a una situación donde ella conozca bien el terreno que pisa, sin comprometer la verdadera identidad de ambos, a ella talvez no le importe ya los personajes, ni el espacio, ni el estilo, ella jurará que el está narrando su vida sin escatimar ningún detalle -por aciago que parezca, ella sufre los dolores de la piel cuando él narra experiencias con   latigazos por lo rebelde que fue en su infancia o carencias de amor de juventud, o frío de ver morir a alguien que se refleja en él, como espejos opuestos que se vuelven infinitas imagines que atormentan-. Ella se cree la compañera de su soledad, es la soledad misma a veces, es la otra parte, el complemento que está detrás de él, como el miedo de voltear y ver que  solo es la ráfaga de una sombra, porque esa mujer en verdad nunca está. Deja de ser sueño, ya no leerá más, cierra el librito de cuentos de Cortázar, porque eso le contradice la presencia y le agita un corazón que no logra ubicarlo en el cuerpo.

..Talvez en la vida de ese escritor habrá una lectora desconocida que pretenderá ya no serlo, esta concebirá en su mente la idea de un posible encuentro  casual, pero planeado con la sutilidad del engaño femenino. Ella pensará en como atrapar ese pez resbaladizo que siempre anda rodeado de mujeres bellas y admiradores que no lo dejan saborear un café en la plaza del Centro  a las doce y media, justo cuando el sol cae de puntillas sobre las palmeras del camellón. Tendrá  en sus manos el libro deshojado de la primera edición, con el olor añejo de las páginas que no envejecen por dentro, como una fotografía; pero con el amarillo de llevar muchos años cargando almas que prueban el mundo desde  quienes leen.

..Sería su primer libro, o con el cual se dio a conocer; en fin, no está segura pero ese lo llevará. Nadie sabe en que lugar exactamente ocurrirá el encuentro, ella no lo sabe aún, no sabe que él podría estar de viaje, o en verdad nunca estar rodeado de gente, porque le gusta la soledad más que el café que ella se imagina que es el preferido para él al medio día. Llega a la plaza, ubica una mesa que acaban de desalojar, se siente bien porque el viento tiene la apacibilidad de un jardín donde habitan los ángeles (o tanto blanco presente en la plaza, la hace alucinar). Se sienta, coloca los libros a un lado y trata de no colocar los codos encima de la mesa, piensa en ello para no olvidarlo,  también piensa que debería tener lista las primeras preguntas y las posibles respuestas que ella le daría si el se interesa en saber algo de ella. Hace tres horas antes de salir de casa todo estaba claro, tenía la elocuencia, la firmeza, el aroma de un jazmín de Chacharel de imitación; ahora solo le quedaría el ronroneo del conjunto aislado que observaba, la plaza, la gente, las palomas, los autos; mientras ella seguía en otro mundo, otra tarde donde faltaban pocos minutos para encontrarse con la mitad de las historias, de su risa o de su dolor de leerle sus cuentos a los jóvenes de una escuela pública que no valoran lo cedido a sus mentes, su otra parte de la demencia lúcida de que el tiempo tiene diferentes formas de contar la vida. Se acomoda mejor en la silla, mira que sus uñas estén limpias, y con cuidado para que nadie se percate, agacha un poco la cabeza  y trata de olerse las axilas, parece que todo esta en orden, no quiere dar una mala impresión por eso lleva mentas en su bolso y a cada rato se ve en un espejito que camufla entre la contraportada del compañero infaltable, “Con la luz que me queda basta”,  el deshojado, el que lleva una ilustración del ángel caído de Hume. No pretenderá ser superficial, muchos menos inculta, y fingirá el no preocuparse por la imagen, dirá que su belleza le sobreviene –así- al natural, no lo comentará, no le preguntará ¿Cómo te perezco? ni esas cosas, solo pedirá una limonada y se secará los labios con una servilleta de papel.

..Alguien se le acercará a su mesa; un hombre de aspecto rudo, de poco cabello, con ojos pequeñitos gracias a los lentes de aumento, le sonreirá y le preguntará su nombre, porque él concertó una cita con una chica que llevaría libros y estaría en ese momento en la plaza tomando una limonada, ella no contestará aún, él verá su libro, le parecerá extraño, nunca le comento de su profesión, está seguro; pero pensará que el destino no solo está en sus cuentos, y la casualidad será más grande si la que estaría sentada no es solo alguien que conoció en un chat, sino que ya esta mujer lo conoce de otra manera, que así será más fácil entablar una conversación, porque vendrá nervioso y preocupado rozando los adoquines con la mirada al no saber con que tema no aburrirla. Repentinamente, ella cambiará de nombre, dirá que se llama Elizabeth, que está esperando a una amiga, pero que presiente que no va a llegar, que mejor se marcha, y dejará sobre la mesa, la servilleta de papel con la marca roja de lo banal de una obsesión que morirá al instante, como el pintalabios, luego de secarse los labios.

..Ha chocado el autobús donde venía la lectora, tiene una herida leve en una de sus cejas, se toca y ve su sangre, y se reincorpora en la realidad; pero el color de la sangre la hace devolverse al sueño, esta vez cambiará la limonada por vodka, y no se verán el uno al otro. Esta vez serán pasajeros contiguos del autobús que ha chocado. Se acordará de “Rojo” – ese final de la película encajaría perfecto- supongo que ella, producto de la  desesperación de un escritor que está perdiendo la facultad de sorprender, estará de acuerdo con él.

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