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DOCE PASOS PARA LIBERARSE DE LA PUTA DE BABILONIA: PASO 1

– Hola me llamo Chamán y soy un sobreviviente del abuso religioso.

– ¡Te queremos Chamán!

– Hoy vengo a contarles que he dado mi primer paso para salir de las garras de la puta:

ADMITO QUE ERA IMPOTENTE ANTE LA RELIGIÓN Y QUE MI VIDA ERA MISERABLE POR ESO.

* * *

Crecí en el seno de una familia católica, quizás un poco más conservadora que las demás. No había nada que pudiese hacer. Simplemente llegué y me tocaron, como le tocan las familias a los recién llegados a este mundo, por azar.

Quizo la pura contingencia que mi padre y mi madre tuvieran una historia similar a la mía, marcada por la violencia simbólica y por la imposición de un credo que, al menos para nosotros los pobladores de América comenzó un nefasto 12 de Octubre de 1492. Con un enfermizo temor a Dios – a la vida más bien – intentaron doblegar mi vitalidad. Me llenaron de miedos, me castigaron cada vez que preguntaba o cuestionaba esas creencias tan absurda que, con paciencia infinita, me inoculaban. Me obligaron a ir a misa cada domingo “por mi bien”. Me bautizaron en una religión que no es la mía y, cuando después de la primera comunión decidí dejarlo de ese tamaño, me pusieron a un lado por “oveja negra”. Así es el amor de los cristianos, condicional, chantajista, a la vez que celoso y mutilador de la diferencia y la diversidad.

Tuvieron muchos cómplices. Por ejemplo, las maestras del colegio público abrían sus puertas a los curas de la iglesia de al lado, quienes mandaban a unas muchachas en apariencia simpáticas a darnos clases de catecismo. Siempre las mujeres de sirvientas, ¿no? Luego en tercer grado la maestra coordinaba que nos inscribieramos en el curso de primera comunión. No había escapatoria. Allí el padre Benito, con morbosa curiosidad, quería escuchar todas nuestras “inmundicias”. ¿Por qué luego en la Universidad (católica) me hablaban de la Modernidad si la iglesia y el estado, en la práctica, siguen en perenne fornicación? Parte del juego, supongo. Nadie lo dice, pero casi todos en esta sociedad están infectados por creencias católicas.

En fin, a los ocho años, y como el borrego que va al matadero, consumí mi primera hostia. Con esto se cerraba, simbólicamente, el proceso de inoculación de la peste. Como un bonsai, quedé listo para mostrar al mundo que era una copia patética y prefabricada de uno de los mitos más nocivos de la humanidad. Una belleza por fuera, un niño bueno; resentido y desolado por dentro.

Sin embargo, ahora estoy parado delante de ustedes, dando gracias a mi cuerpo por mostrarme que lo evidente es lo que somos y no lo que nos dicen que somos; que frente a ideas que no terminan de cuadrar y que causan tanto daño, nuestro organismo se las arregla para que lo obvio, lo natural y lo más sano se imponga, por encima de las mentiras, esas mismas que hacen que, a la larga, los sacerdotes tengan tantos problemas y tan mal manejo de su sexualidad.

Hoy en día puedo aceptarlo. Somos seres sexuales y la procreación es solo un mito que difunden aquellos que evitan el sexo procreativo pero no el abuso sexual. No hay manera de negar o suprimir esa energía sexual. Mi cuerpo y el de todos aquellos contenidos en la ya infinita lista de sacerdotes lascivos son la mejor prueba de ello.

Hoy me paro frente a ustedes, agradeciendo en especial el apoyo de muchos que han avanzado en el camino que hoy recién inicio. Me encuentro lleno de esperanza, sabiendo que la miseria almacenada en mi mente está siendo desalojada lenta y progresivamente de mi existencia.

Aunque en este momento no lo vea claro, estoy seguro que pronto podré contarles lo convencido que estoy de mis nuevas creencias:

Entiendo que, aunque ha sido un paso muy duro el pararme acá, soy afortunado. No todos tienen la fuerza para liberarse. Respeto a los que siguen bajo el dominio de la puta y me lleno de compasión frente a ellos. Acepto su derecho a renunciar a la vida y, a la vez, coloco un límite que me protege de ser codependiente de su enfermedad. ¡NI SE LES OCURRA TOCARME!

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