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500 Days of Summer: Verano sin Frío ni Calor

Es como una temporada de verano desigual y en un país con estaciones.Para describirla, debemos adoptar el lenguaje del reportero de meteorología al uso.Por ende, la película arranca con mucha fuerza a pleno sol, pero después se desinfla entre un chaparrón de ingenuidades y lecciones de autoayuda, bajo la sombra de un desenlace descolorido, estereotipado y de trámite,como un otoño de tarjeta postal.

Pudo ser la «Requiem For a Dream» de la comedia romántica. Un género degradado, agotado, cancelado y superado, desde su deconstrucción en los noventa hasta su parodia aniquiladora en el siglo XXI, de la mano de sátiras como «Date Movie» o «Not Another Teen Movie». Sin embargo, la cinta se conforma con renovar la fórmula del chico encuentra a la chica, aunque más en el plano de lo estético que de lo ético.

Por encimita, la pieza quiere aparentar modernidad, distanciamiento, ironía y ánimo de ruptura con la convención dramática. Y en cierta forma lo logra a base de retomar la vieja senda de la cronología no lineal, por medio de una estructura descentrada, donde pasamos de pasado a presente y de allí a futuro.Por cierto, un camino casi ortodoxo, ya transitado por múltiples directores y realizadores independientes.

No obstante, se valora el interés de la industria por querer remozar sus anquilosadas maneras de narrar, para conectar con sus jóvenes audiencias, acostumbradas a un ritmo fragmentario y frenético, con o sin solución de continuidad.

En tal sentido, se explica el hecho de adjudicar a Marc Weeb la responsabilidad de desarrollar el proyecto, según el molde de su trayectoria como diseñador y productor de video clips.La puesta en escena se beneficia de su trabajo detrás cámara, y de su habilidad para sugerir ideas a través del juego con la composición y el encuadre.

Así, la fotografía y la luz cumplen a la perfección con el papel de traducir los estados anímicos de los personajes.De igual modo, es afortunada la ambientación de los contextos y la escogencia de las locaciones, para secundar el metamensaje de cada una de las secuencias de diálogo. Por ejemplo, resulta afortunada la química de la pareja cuando salen al parque o de copas con los amigos. Mención aparte para el mejor segmento de la función. Tiene lugar en Ikea y resume la crítica soterrada del guión contra el engranaje social dispuesto para condicionar la voluntad amorosa de los protagonistas.

Del mismo modo, supone un acierto la decisión de convertirlo a él en un gris empleado de una fábrica de mercadería romántica de segunda. Por consiguiente, allí la propuesta busca marcar distancia de sus referentes industriales procesados en masa para «El Día de San Valentín».

En efecto, «500 Days of Summer» pretende fungir de respuesta a la cantidad de bodrios estrenados y confeccionados en laboratorio, a propósito de la fecha dedicada a extraer plusvalía de la maquinaría del sentimentalismo empaquetado.

Por supuesto, no es otra necia películas de tórtolos. No obstante, tampoco se atreve y se arriesga a superar el esquema del todo, al mantenerse en un calculado punto medio, donde pueda quedar bien con dios y con diablo.Por ello, gusta y llega a la cartelera, porque ofrece un ligero cambio «gatopardiano» al canon folletinesco de Hollywood, mientras conserva la esencia original de la ecuación de la meca.

Por tanto, garantiza la perpetuación del caldo de cultivo, al crear las condiciones favorables para volver a generar la empatía del público adolescente, de cara a su próximos consumos.En pocas palabras, la obra no sirve para desintoxicarnos de la droga de la ficción consoladora, sino para darle continuidad a la hegemonía del reinado de la ilusión populista, cual telenovela con «happy ending».

Al respecto, el desenlace de la película es de lo peor, y reconfirma la sospecha del poder de la demagogia del corazón, para torcer el rumbo de una historia aparentemente diferente,en pro de las conclusiones esperanzadoras de costumbre.

La moraleja es, naturalmente, predecible y roza el límite de lo cándido, al cerrar con una promesa de campaña de publicidad. Paradójicamente, con un cliché del tamaño de una tarjeta de Hallmark para alguien con la autoestima desecha: “no te sientas mal, no te aflijas, porque hay un alma gemela para cada uno, aguardando por ti”.

En consecuencia, «500 Days of Summer» culmina como un best seller de superación personal, en la tradición conservadora de «Quién se robó mi queso», «La Culpa es de la Vaca» y «Lo Quiero Todo y lo Quiero Ya».Una literatura reformista y de fácil digestión, en sintonía con la ópera prima de Marc Weeb, encargado ahora de resucitar de sus escombros a la serie «El Hombre Araña». Nada extraño en la carrera de un cineasta arquetípico del cine post once de septiembre, cuyas secuelas sembraron por doquier el terreno para el reflorecimiento de las recaudaciones en taquilla, a costa de dos señuelos o semillas: la clonación del fenómeno del superhéroe, para capitalizar la necesidad de seguridad, y la reconquista de los valores clásicos, a través de la reivindicación de la familia, la maternidad y el amor de pareja monogámica, como entes protectores contra el miedo real y prefabricado.

De ahí surgieron innumerables ramificaciones y desviaciones, concertadas alrededor del mismo eje: la defensa de la patria y de la nación. Tal como sucedió en los cincuenta con la guerra fría.

No en balde, el cine nos regresa a la fantasía de la década del “baby boom”, de evasión y guerra de los mundos, para desviar la atención de los temas importantes de la agenda.

De seguro, el lanzamiento de «500 Days of Summer» guarda relación con el panorama antes descrito. Sea como sea, es un título más cercano a la «Love Story» de los años setenta, que a las fábulas parlanchinas de Eric Rohmer, Jean Luc Godard y compañía. Auténticos representantes de una corriente alternativa, hoy deglutida y absorbida de manera superficial. De ella se retoman sus paradigmas narrativos y formales.Lamentablemente, los conceptuales son descartados y abandonados por temor y censura. Será cuestión de hacerles justicia en el mañana o cuando retorne, más temprano que tarde, el verano de la creatividad.

Por lo pronto, seguimos estancados entre el otoño y el invierno de la uniformidad.

Es la era del hielo.

Sin duda, el calentamiento global( del cine) es una farsa.

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