Todos Están Bien: ¿La Domesticación del Toro Salvaje?

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El mejor estreno de la semana, a pesar de tratarse de un remake de una joya melodramática, «Stanno Tutti Bene», del ganador del Oscar, Giuseppe Tornatore.

De seguro, en la comparación con la original, la «Everybody’s Fine» de Kirk Jones sale perdiendo de calle, porque no sólo carece del atractivo de la ficha técnica de la versión italiana, sino además busca atemperar la dureza del trabajo precedente, para conseguir la aceptación del público anglo-puritano.

Por decir algo, en la primera pieza figuraba Marcello Mastroianni en el casting, el gigante Tonino Guerra destacaba en el crédito del guión( él era el libretista habitual de Fellini, Antonioni y Tarkovsky), y para rematar, la música corría por cuenta del legendario Enio Morricone( compositor fetiche de Brian De Palma, Sergio Leone, Dario Argento, Roland Joffe y Quentin Tarantino, entre otros genios).

Por ende, a «Todos Están Bien» le cuesta mucho deslastrarse de la sombra de su pasado. Con todo, ofrece una respuesta y una replica digna de cara al hito fundacional de procedencia europea, gracias a la soberbia interpretación de Robert De Niro, quien dota a la obra de su mayor densidad cinematográfica, al representar un compendio testamentario de su labor como actor. Su papel principal vendría a ser el resumen de su impecable hoja de servicio, desde la fase existencialista y desesperada de «Taxi Driver» hasta la época dorada de su retiro en la tragicomedia familiar, de la mano del Hollywood alternativo, a caballo entre la supervivencia comercial y la autoreafirmación de la identidad personal como ícono del antihéroe posmoderno.

Naturalmente, nunca faltará un crítico o un cinéfilo dispuesto a cuestionar al personaje en cuestión, por repetirse incansablemente en la casilla del veterano en horas bajas o del otoño del patriarca, en la tradición de «Up» y «Gran Torino». Sin embargo, el «Toro Salvaje» tiene el mérito de mantenerse fiel a su espíritu de combate, al extremo de inaugurar y desarrollar un género por sí mismo, con secuelas y ramificaciones en nuestro inconsciente colectivo.

Por supuesto, las diferencias entre el ayer y el hoy, son absolutamente notables en la imagen del incondicional de Martin Scorsese. De la furia de los setenta y ochenta, sólo queda el recuerdo y la huella viviente de un hombre golpeado por el tiempo, en plan de revisarse por dentro y reivindicarse delante de los suyos, antes de emprender la retirada hacia el más allá.

En tal sentido, el lanzamiento de su nuevo film cobra la relevancia de un manifiesto crepuscular, de la talla de las despedidas audiovisuales de John Wayne, Clint Eastwood y Jack Nicholson, empeñados en morir de pie y con las botas puestas en nombre de la pasión por su oficio. De hecho, no es difícil establecer la relación entre «Todos Están Bien» y títulos memorables de redención de la tercera edad, como el caso de «Fresas Salvajes» y «About Schmidt», cuyas historias de redescubrimiento y retrospectiva descubren una prolongación en el viaje de carretera de Robert De Niro por la América profunda de «Everybody’s Fine».

Como un padre fundador de la patria, Robert De Niro inicia una odisea en tren, para conocer el estado actual de sus valores y de sus costumbres encarnadas en las frágiles personalidades de sus descendientes directos. Pero para su desgracia o para su gloria, se encuentra con un mundo distinto y en crisis, donde sus hijos lejos de hacerle justicia a sus ideales, los traicionan y los desdoblan. Así entonces, surge una clásica relectura del argumento universal del choque de lo viejo con lo nuevo, según la perspectiva del protagonista encanecido y maduro. Lo interesante es su manera de crecer y adaptarse al contexto de cambio, con la voluntad de aceptar la condición de imperfección de sus seres queridos. Lo discutible es la típica visión conservadora, tendiente a mirar con ojos de espanto la deriva de la generación de relevo, en función de una obvia traducción moralista.

Para mí, la película funciona a la perfección cuando describe la soledad de su protagonista, por medio de un sutil engranaje de imágenes y fotografías documentales arrancadas de la ciudad, bajo la inspiración de los cuadros y las pinturas melancólicas de Hopper, en cafeterías, estaciones y supermercados.

De igual modo, «Todos Están Bien» se crece al instante de radiografiar el lado oscuro del reinado de las apariencias, donde en realidad «Todos están Mal». El éxito y la superación son las tapaderas y las pantallas para ocultar la ruina y el fracaso de los retoños de la depresión. Las víctimas del régimen y de la dictadura de la superficialidad, impuesta para exigirles obediencia y devoción por el credo del éxito. El subtexto revela la verdad incómoda escondida detrás de nuestras estampas de triunfo y victoria, condensadas en retratos y postales para el recuerdo. Ello supone una forma, inteligente, de rebatir la carga de hipocresía, orgullo y autoindulgencia, sustentada y alimentada por portales como Facebook y Myspace.De ahí el acierto semiótico del afiche, similar a cualquier galería publicada en una red social, por parte de un narciso al uso.

Irónicamente, es una pandilla de ganadores, los encargados de incorporar a una constelación de «loosers», con porte de semidioses de la meca. Allí reside una de las contradicciones de la película.

El resto es, lamentablemente, predecible y servirá de refuerzo al cliché en boga, a favor de la prédica de la resignación, la propaganda del conformismo y la esperanza por un futuro en la reconstrucción del hogar dulce hogar, afectado por los embates del once de septiembre y la caída de Wall Street. En consecuencia y en definitiva, «Estamos todos Bien» no deja ser otra clara invitación a buscar refugio en el nicho paterno, ante la debacle del orden institucional.

Algo muy bonito y edificante en la pantalla grande, pero imposible de tomarse en serio, si lo sometemos al menor de los análisis.

Verbigracia, todos los actores de la película proceden de familias disfuncionales y fragmentadas. No son el mejor ejemplo de su discurso.

En paralelo, existen problemas de fondo omitidos por la cinta. No en balde, la democracia en occidente sufre una enorme crisis, y no precisamente por culpa de la familia, sino de su clase dirigente. En síntesis, al final es sencillo echarle la culpa a los padres irresponsables o castradores, por la erosión de la república y de sus ciudadanos, en vez de poner en tela de juicio a los auténticos administradores del poder. Si acaso, «Estamos Todos Bien» toca la punta de un iceberg. En su descargo, al menos lo hace con entereza, convicción y rigor.

Por cierto, las influencias del cine de Jaques Tati, son evidentes y realzan al conjunto.

En específico, «Estamos Todos Bien» evoca al Jaques Tati de «Playtime» y «Mi Tío», en su estilo de reflejar el absurdo del tejido urbano de la sociedad alienada por los paraísos artificiales de la modernidad.

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