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Iron Man 2:Principio y fin del Nuevo cine “High Concept”


Empieza bien, se desarrolla con irregularidad y termina mal.
Mejora en el diseño de las secuencias de acción, gracias al acabado de sus efectos especiales.Mantiene su vena iconoclasta y satírica de la mano de su estrella protagónica,Robert Downey Junior,en otra parodia de sí mismo.Ahora lo escolta una galería de divertidos personajes secundarios, entre los cuales figuran, por orden de importancia, Mickey Rourke y Sam Rockwell, los dos cínicos villanos de la secuela.Una pareja dispareja con química, carisma y sentido del humor negro.
Detrás de ellos, y de la ambulancia, asoman sus cabezas los clásicos caballos de batalla de Tony Stark: Gwyneth Paltrow,en plan de esposa desesperada redimida hacia el desenlace por su eficiencia corporativa,Don Cheadle, en fase de fiel escudero “sanchesco” a lo Robin o a lo Danny Glover en “Duro de Matar”, y el gigantón Jon Favreau, quien aprovecha su poder como director y productor para imponer su enorme ego en el reparto de relleno, a objeto de revitalizar su carrera y hacerse publicidad.

Todos son conscientes del impacto social de la franquicia, y no quieren desperdiciar la oportunidad de venderse a costa de ella.
Paramount y Marvel descubrieron en el comic original a una de sus más rentables gallinitas de los huevos de oro, y tampoco la van a dejar en paz hasta exprimirle su última gota de productividad económica, bajo el conocido filón “high concept” del estudio, sindicado de convertir a Hollywood en un juego de niños y para niños.

Al respecto, le cedemos gustosamente el testigo al genio de la crítica americana, Peter Biskind: “el nuevo régimen de Paramount se embarcó en una carrera que definitivamente cambiaría a Hollywood. Diller y Eisner, antiguos ejecutivos de las grandes cadenas, tenían una mentalidad televisiva que atravesó la producción de largometrajes como un rayo láser, centrándolo todo en una idea, en una imagen, para que las películas entraran con calzador en el molde de los spot publicitarios. Las películas comenzaron a parecerse cada vez más a libros de historietas, e incluso empezaron a basarse en cómics, como las de Superman y Batman que no tardaron en llegar. Este fenómeno se llamó más tarde “high concept”, y ha sido definido de varias maneras, pero la explicación más chocante del término se atribuyó siempre a Steven Spielberg: si alguien puede resumirme una idea en 25 palabras o menos, va a ser una buena película. Me gustan las ideas, especialmente las ideas para hacer películas, que puedo abarcar con las manos.
A medida que los estudios empezaron a fortalecerse, el poder regresó de los directores a los ejecutivos que empezaban a emerger de las sombras de los autores para convertirse en celebridades por derecho propio. Si, a principios de los setenta, un artículo clave de Kit Carson en Esquire se centraba en los directores, un artículo de influencia similar, publicado en New York a principios de los ochenta, tenía por tema la oficina central de Paramount».

Entonces la generación prodigiosa de los setenta, de Coppola y Hopper, fue barrida del mapa por el ascenso de los rebeldes sin causa de los ochenta: los bad boys, los materialistas histéricos de la prole de Jerry Brukheimer y Michael Bay, cuyos seriales cambiarán, negativamente, la faz de la tierra y las reglas del tablero de la meca.
En adelante, fenecerá la libertad creativa de los antiguos Mavericks, y renacerá el sistema de censura del viejo cine de explotación, donde el arte y el ensayo serán abolidos en beneficio del control especulativo de los gerentes de las majors, actuales reyes y dictadores de la industria. Consecuencia directa de la influencia de los años conservadores de Reagan sobre la cultura de masas.
Como resultado audiovisual, germinará la fórmula de la “pop corn movie”,herencia anabolizada y en esteroides de la escuela “b” de los cincuenta. Y de las sesiones continuadas de “Buck Rogers”, “Flash Gordon” y “Tarzan” en la era del “baby boom”, pasaremos a la hegemonía multiplex de los tanques de tercera generación de hoy en día, como “Avatar”, “Furia de Titanes”, “New Moon” y “Alicia en el País de las Maravillas”. Fantasías en 3D y 2D tendientes a reafirmar la utopía de Disney: el triunfo de la infantilización de la historia y sus contenidos,para el consumo populista de toda la familia.

En términos de Michael Phillips,citados en el libro “Moteros Tranquilos y Toros Salvajes”: “cuando el aspecto económico pasó a ser prioritario y la distribución tendió a ser de mil a dos mil copias para estrenos y grandes compras a nivel nacional por parte de los medios, y cuando los costes de lanzamiento alcanzaron los diez y hasta los tres millones de dólares, las apuestas eran tan altas que cada decisión se tomaba aterrorizado.En lugar del proceso instintivo, la gente buscaba un marco racional para tomar decisiones,y el único proceso racional disponible eran los precedentes y la analogía. De ahí la mentalidad de las segundas partes y de las imitaciones que proliferaron en los ochenta.”Tiburón en el espacio”. Las películas se pensaban para que tuvieran segunda parte”.

Así llega a la pantalla global, “Iron Man 2”, éxtasis y delirio, gloria y derrumbe, la cúspide y la caída, la culminación y el cierre del subgénero en cuestión.Estéticamente y conceptual, se encuentra en un callejón sin salida, tan sólo abierto y cerrado para la experimentación técnica, pues en el ámbito de la dramaturgia, seguimos anclados y atascados en el pozo muerto del relato canónico moderno,con principio, nudo y happy ending, estructurado según el manual caduco de Syd Field, en función del eterno “viaje del héroe” inspirado en las investigaciones mitológicas de Joseph Campbell y reivindicado por Christopher Vogler en su best seller,”El Viaje del Escritor”.Es el típico diagrama circular de ascenso, descenso y regreso al punto de no retorno,al corriente de los umbrales, los giros y los calvarios de turno.
Por tanto, era de esperarse el suspenso de mentira a través del montaje del hundimiento de Tony Stark, para después resucitar de sus cenizas con el exclusivo propósito de confrontar a su Némesis, en una conclusión ya vista en “Spider Man”, “Dark Night”, “Hulk” y la propia primera parte de “Iron Man”.
Las “grandes” diferencias estriban en los pequeños detalles superficiales, exagerados y encumbrados con bombos y platillos.
Los trajes de acero y los autómatas se multiplican, mientras los dilemas se reducen a su mínima expresión, cual recital de clichés de la propaganda de Cinex: el bueno pelea y se reconcilia con su chica, los malos se unen para acabar con el mundo, y las escenografías de cartón piedra volarán por los aires, al ritmo comercial del Ipod del director,con música de top ten de Billboard.
Así nos buscan condicionar para aceptar con resignación la robótica degustación del mismo combo de cotufas, refresco y película repetida. Es el cine como dieta Super Size en la era de la McDonalización de la oferta y la demanda.
En su descargo, los aditivos y acompañantes de la cajita feliz de “Iron 2”, deleitan y seducen en el contacto inicial, aunque se descomponen de inmediato, como un Big Mac, con el devenir de los minutos.
Scarlett Johansson cumple su función de muñeca inflable de los deseos reprimidos del realizador, al trasformarla en una proyección masculina de sus sueños de dominación.
Ella reincide junto con Samuel L. Jackson en su pose de mujer fatal interpretada para la fallida versión de la historieta gráfica,“The Spirit”.
Por su parte, el actor de “Pulp Fiction” recibe el aval y el salvoconducto del director, para volverse a fotocopiar en público. Ni hablar de Downey Junior y de la Paltrow, de regreso a su casilla de “Seven”, de esposa sufrida y abandonada.
Como dijimos, los platos fuertes del banquete “fast food”, son sus forajidos.
Por un lado, Rockwell demuestra por qué es un genio y un duro en su arte, al encarar a un envidioso y competitivo rival del hombre de hierro. Con él, “Iron Man 2“ eleva su discurso para esgrimir una ácida teoría de la conspiración y una agria lectura de la vigente relación carnal de los pillos de cuello blanco con los corruptos del Pentágono y Washighton.Incluso, en una interpretación menos epidérmica, el subtexto se celebra como la implosión de los cimientos de la Casa Blanca, a cargo de las descargas terroristas de los ricos bobos de Bell Air.
El potentado Jon Favreau,director de la pieza,goza y se ceba en la deconstrucción de los de su clase de magnates y aristócratas egocéntricos, aliados a la mafia del negocio del complejo militar.
Grotesca y descaradamente, “Iron Man 2” también merece disfrutarse como una comedia de ataque y de autocrítica a los pilares de la gestión de Obama: el personalismo, los conflictos de interés, la doble cara de los ricos y famosos, la vulnerabilidad de los íconos mediáticos, el colapso de la burocracia oficial, la alienación colectiva por los símbolos del éxito y la completa conversión del estado y de la república en un parque temático, de atracciones estériles al borde la implosión.
Paradójicamente, ante el desplome total de la república y sus dirigentes, Jon Favreau elige como salvador de la tierra, a un alter ego de su condición de tecnócrata narcisista, todavía creyente de la religión del individualismo como motor de la economía de mercado, y por ende, del estado.
Una tesis profundamente relativa y discutible de cara al reciente fiasco de los responsables egoístas de la ruina de la bolsa de valores.
A su modo e ingenuamente, “Iron Man 2” nos invita a recuperar la confianza perdida en los sagaces emprendedores del empresariado americano. Supuestamente, al parecer de la película, los únicos con la capacidad ética de distinguir el mal del bien común. En el film, el tono maniqueo continúa replicándose, cuando se nos alerta de la invasión de un par de manzanas podridas a extirpar, doblegar y encerrar en prisión. Una es la del inescrupuloso Sam Rockwell.
La otra es la encarnada por la fuerza de la naturaleza,Mickey Rourke, caricatura del antiquísimo fantasma de la guerra fría,del científico loco vengativo de origen ruso.

En efecto, como asevero el colega Alexis Correia, se trata de un desecho reciclado de Rocky IV, cuando Drago enfrenta a Stallone delante de las narices de la nomenclatura bolchevique. Confirmada entonces la sospecha del vínculo político de la era de bloques con el conflicto bipolar del tercer milenio.
“Iron Man 2” rescata el anacronismo, para afianzar el carácter nacionalista, proteccionista y épico de la gesta defensiva y ofensiva del hombre de hierro, quien culmina su misión estratégica de seguridad de la nación,con el respaldo de la tecnología de destrucción masiva de punta.
Para él es legítimo el uso de la energía nuclear, pero no para sus enemigos. Tamaño doble rasero llama la atención y nos quiere tomar por niños de pecho. Fuera del cine, la realidad es distinta. Los marines bombardean a la población civil del medio oriente con uranio empobrecido.En la pantalla, Hollywod les lava la cara, culpando a los rusos como de costumbre. ¿Los iraníes serán los villanos de la tercera parte en 3D?

Por consiguiente y en resumen, el personaje, a pesar de sus esfuerzos por lucir cool y a la vanguardia de las instituciones, acaba por ser el último eslabón en la cadena de superhéroes reaccionarios y restauradores, consagrados a azolar nuestras carteleras, como cruzados con armaduras medievales, desde el once de septiembre y más allá de los patriotas suicidas “The Hurt Locker”.
La pesadilla terrorista continúa y sobre sus escombros se erige “Iron Man 2”, principio y fin del nuevo cine «high concept».
Paz a sus restos.

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