De no haber sido por el lamentable sonido, el toque de Megadeth pudo pasar a la historia como el mejor concierto de metal del 2010,por encima del fugaz perfomance del megacombo de Lars Ulrich y del impecable trabajo de Dream Theater. A Guns lo saco de la lista y de la competencia, pues no me calo los desplantes de Axel Rose.
Aun así, el regreso de la banda de Dave Mustaine superó plenamente las expectativas de propios y extraños, al rebasar los límites de su desigual presentación en el 2008 y venir mejor ensamblada para el desarrollo de su tour “Endgame”,en homenaje también a los 20 años de su clásico, “Rust in Peace”, cuyos temas fueron ejecutados al pelo, uno tras otro, y sin poner la marcha en el mismo acelerador de Metallica.
Por ende, el grupo no retorno para hacer un mateo,de mala gana, con el objetivo de cobrar el dinero y arrancarse del país por la puerta trasera.
A pesar de ello y como siempre, la organización del evento fue de lo peor, desde afuera del recinto hasta adentro.
En el exterior de la locación, el estacionamiento de la Metropolitana se colapsó y quedó(desbordado) a merced del mercado negro de piratas, bucaneros, especuladores, ladrones de medio pelo, revendedores de oficio,rematadores de franelas con estampados horripilantes, borrachitos impertinentes,cuidadores de carros, cerveceros improvisados y aliviadores del tráfico, quienes por una módica suma de 20 mil bolívares, te adelantaban en la cola por una curiosa vía alterna a la vista de cualquiera.
De tal modo, es imposible olvidarse del trago amargo de la entrada y la salida de los espectáculos del Poliedro.Salvando las distancias, aquí era prácticamente lo mismo, aunque en menor escala.
Pero igual, el fanático llevó lo suyo y corrió con las consecuencias de la pésima coordinación del show, donde la seguridad, la comodidad, la calidad y el buen servicio brillaron por su ausencia, como si, paradójicamente, se quisiera reproducir el ambiente o la atmósfera hostil, de campo de concentración, identificada por la portada y la música de la nueva placa de Megadeth, Endgame.
Naturalmente, nunca faltó un imprudente o un guapo y apoyado, como Paull Gilman, dispuesto a reafirmar su ego y su poder en público, para eludir los obstáculos y las barreras burocráticas diseñadas en perjuicio del soberano y del ciudadano común. Y después el vocalista de la revolución, se llena la boca hablando de socialismo, inclusión y equidad, a afecto de “acabar con los privilegios de las minorías”. Pura demagogia en contraste con su ridícula impostura de divo y de “Rock Star” VIP.
Entonces nosotros éramos las víctimas y los condenados del “juego final” o de fin de mundo de Profit, la empresa responsable del show bussines.
Los famélicos guardias, con cara de perdonavidas, nos trataban como carne de cañón, nos revisaban de forma indecorosa con guantes de “Camino a Guantánamo”, mientras soportamos el trámite de aguantar la deficiente e inoperante operación tortuga, a la hora convenida para comenzar la función.
Por supuesto, de la impuntualidad derivamos hacia el incómodo retraso de la velada. A cambio de los 420 bolívares del monto del ticket, recibíamos palo, indeferencia y asistencia de Onidex.
En el interior, seguía el despelote. Tan sólo había un puesto de comida para atender a cientos de cientos, un baño, y un cajero automático( sin efectivo).
De paso, no se hizo el menor esfuerzo por decorador o por ambientar la gélida zona rental para la ocasión, reducida la condición de un vulgar y simple no lugar, desconectado de su entorno, de la gente y de la realidad de su contexto. Lucía como un despersonalizado centro de Convenciones de un Hotel del tercer mundo.
Uno se sentía como en una feria del metal en el Sambil o en el CCT. Para la próxima,les recomiendo quitarse la careta y alquilar(o pedir por intercambio) un salón pavoso del Tamanaco, del Alba o del Melia. Póngase las pilas.
Luego la distribución daba grima. La tarima la pusieron arrimada al lado derecho, y con una altura insuficiente para facilitar la visual. Parecía empotrada en una esquina, como una cajita de luces y sombras, como un teatrito del horror, todo pegado al techo. No me imagino allí a David Lee Roth pegando brincos y cantando Jump. Rebotaría como pelota en cancha de Squash.
Por consiguiente, así viajaba el sonido durante el concierto de Megadeth, de arriba abajo y de izquierda a derecha,en sentidos opuestos y divergentes. Por tanto, la acústica conspiraba contra el desempeño de los profesiones de la guitarra,el bajo, la batería y el arte operático.
Por decir algo, el pobre Dave Mustaine apenas se escuchaba, y sonaba, en ciertos instantes, como un chinito cantando Megadeth en karaoke, como un radio del año de la pera, sintonizado con feed back. Por fortuna, el desperfecto se solucionó en el transcurso del toque, por poco y entre comillas.
El otro problema evidente surgió cuando Mustaine puso de manifiesto su malestar ante la escasa separación del proscenio con la olla, porque además la barra de seguridad carecía de consistencia. De hecho, la gala se detuvo por el incidente y por el inocultable descontento del virtuoso de la melena enrojecida.
La única virtud del “Sector 9” o de la cámara de gas y sudor, residía en su capacidad intrínseca de favorecer el contacto con la banda, a un plano de increíble intimidad, cual escenario de local nocturno.
De resto, 20 puntos y mis respetos para Megadeth en vivo. Arrancaron con “Endgame”, siguieron con todo “Rust in Peace” y terminaron a lo grande con sus éxitos de Billboard, cerrando con las tres joyas de la corona: la perfecta “Symphony of Destruction”, la romántica “Trust” y la brutal “Peace Sells… But Who’s Buying?”, dejando en claro sus orígenes y sus alcances dentro de la resistencia de terciopelo, estilizada y empaquetada, como artículo de consumo para apocalípticos integrados,con el devenir del tiempo.
En efecto, la paz social de Megadeth cuesta caro, y la pagamos nosotros con sangre, sudor y lágrimas. No debemos tapar el sol con un dedo, ni ser hipócritas.
Después de todo, bailamos como changos desatados,hicimos los cuernos de diablo, batimos la cabeza y coreamos los temas hasta perder la voz, en un acto de curiosas implicaciones antropológicas y sociológicas, donde la masa se funde con el poder, como diría Canetti.
Los rituales de nostalgia son importantes para canalizar los odios y para controlar a los disidentes.En tal sentido, la presentación de Megadeth es contradictoria, porque a la larga funciona para alimentar el orgullo y el negocio de Dave Mustaine, así como para aplacar las iras del colectivo juvenil, en una época como la actual, de Arizona a Caracas.
En términos culturales, se percibe la resonancia del enfoque etnocéntrico, al establecer una relación de dependencia y sumisión de Norte a Sur, con una nula asimilación para la banda. Su relación es vertical y su comunicación es unidireccional.
Sea como sea, la energía fluye, conquista corazones y mentes, al punto de generar adhesiones incondicionales y maniqueas, de ellos versus nosotros. Un peligro de segregación, sexismo y automarginamiento, capaz de acechar al movimiento metalero internacional.
Su futuro, como el de Megadeth, consistirá en abrir sus puertas a la diversidad y a la multiplicidad de corrientes. En caso inverso, retrocederá para consolidarse como una secta oscurantista y machista, como un partido político de exclusiva orientación Stalinista. Es decir, de adoración, fe ciega y celebración de los mitos de la historia del Rock. Es fundamental no sólo aplaudirlos, sino cuestionarlos y bajarlos de su olimpo de semidioses con pies de barro.
Quizás Dave Mustaine encarne una de las salidas posibles del laberinto, al abandonar su pose arrogante y distanciada, para ganar en humildad y en calor humano.
Su entrega y su emocionante despedida, haciendo reverencia al público, nos reconcilia con el proyecto moderno de la oportunidad de redención, de la ocasión de reencontrarnos en sana paz y de romper con nuestros muros de clase, raza, nacionalidad,género y credo.
Todavía hay esperanza, más allá de “Endgame” y de la absurda polarización del planeta.
Aguante Megadeth.