Para Werner Herzog, la naturaleza es indómita, obscena y se le revela al hombre en forma de maldición, castigo divino y alucinación surrealista. En cualquier caso, no es el ente antropomórfico e idealizado de las películas de Disney, como “La Princesa y El Sapo”, versión edulcorada, figurativa y optimista de la fundación del estado de Nueva Orleans.
Casi como una antítesis de ella, el realizador alemán concibe el remake de “The Bad Lieutenant” en el mismo contexto, para hablar del naufragio del “sueño americano” a manos de la cólera de dios y a la luz de los efectos devastadores del huracán Katrina, una de las reencarnaciones abstractas y metafóricas de la lucha del ser humano contra su incontrolable medio ambiente.
De una película a otra, el cineasta aborda el tema desde diferentes ramas, enfoques y géneros.
En su primera etapa, llega a la cumbre de su modelo creativo con los dramas de “Aguirre”,“Fitzcarraldo”,“Cobra Verde” y “Nosferatu”, protagonizadas por su actor fetiche,Klaus Kinski, verdadera fuerza de la ecología interpretativa encargada de transferir las ideas del autor en la pantalla.
Con él establecerá una relación edípica de amor y odio, complicidad y competencia darwinista de egos, posteriormente reconstruida por el propio director en el brillante y famoso documental,“Enemigo Íntimo”, paradigma de su segunda vertiente al calor de la no ficción, donde subvertirá los códigos del “cine verité” y dignificará su poder de registrar imágenes radicales, originales y brutales, alejadas de las convenciones y los estereotipos del mercado de consumo.
A raíz de entonces, sus teorías se verán consumadas y proyectadas en una buena racha de obra maestras, entre las cuales figuran: “Grizzly Man” e “Incidente en el Lago Ness”. Ambas coinciden en su fondo al replantear la tesis del quijote devorado por sus fantasías y quimeras de procedencia campestre. En las dos, los personajes centrales van al encuentro con la alteridad y son literalmente engullidos por ella, como en Pinocho y Moby Dick. La venganza metafísica de los animales y las bestias por nuestra prepotencia, soberbia y arrogancia.
Tras dicho proceso, las criaturas de Herzog salen purificadas, trastocadas y trasformadas, como en una fase de renacimiento catártico. En algunas ocasiones, sencillamente mueren y sucumben al reinado de los monstruos de la selva, el bosque y la profundidad del agua.
En paralelo, la interacción y la mutación conceptual se exterioriza a través del contagio y la contaminación de los filones y las raíces antagónicas de la historia del séptimo arte, en una cohabitación carnal del vector Lumiere con el radio de acción de Melies. Mezcla de lo planificado por la puesta en escena con lo imprevisto captado y rodado de manera espontánea. De ahí surgen testimonios de una belleza pura e inexplicable, como el plano final de “Enemigo Íntimo” con Kinsky jugando con una mariposa durante un minuto, así como brotan encuadres y composiciones chocantes para el ojo, en la tradición de la iconografía heterodoxa de los iconoclastas y outsiders de la industria, de Don Luis Buñuel a sus antecesores de la escuela expresionista(Fritz Lang, Weyne y Murnau).
Por ende, se justifica el interés de Herzog por revisitar el tratado existencial de su colega Abel Ferrara, “The Bad Lieutenant”, dura cachetada sacrílega a los cimientos morales, éticos y estéticos del clásico antihéroe de Hollywood.
Antes, el papel corrió por cuenta de Harvey Keitel, en una de sus caracterizaciones consagratorias,casi a un nivel inigualable de identificación y compromiso con su rol de perdedor en estado de quiebra, bajo la influencia del método psicoanalítico e introspectivo de Lee Strasberg.
En el año 1992, el film resumía el deslave institucional de la república, por medio de un alter ego de la corrupción del sistema: un policía con problemas de adicción y debilidad por el crimen organizado, a la usanza de “Sérpico”, pero al estilo de un cruento relato de explotación neonoir, serie “b”, con visos de autobiografía kamikaze no autorizada, semiclandestina y censura XXX. En su momento, fue un escándalo de Cannes a Nueva York y catapultó a Ferrara al estrellato de los cineastas de culto. Nunca podría superarla y siempre viviría a la sombra de su legado.
Ahora, el desigual Nicolas Cage se atreve a resucitar al ícono de marras, a la zaga tanto de su trabajo oscarizado, “Leaving Las Vegas”, como de la impronta de sus endiablados titiriteros, quienes gozan un imperio al manipularlo a discreción y a voluntad, como la marioneta consciente de un teatro del horror y del pánico, en el descenso a los infiernos de la nada, el vacío y el lado oscuro de la tierra de las oportunidades.
En la comparación, carente de sentido, Ferrara le propina una paliza al pobre Herzog. De hecho, le hizo un desplante en una rueda de prensa y se burló de él cuando coincidieron en el Festival de Venecia del 2009. Afortunadamente, la sangre no llegó al río y el alemán aprendió su lección de humildad a punta de golpes de opinión pública. A pesar de tratarlo con desprecio, Ferrara no pudo ocultar su envidia y su malestar por la atención brindada por el certamen a su imitador ocasional.
En adelante, la crítica Francesa zanjaría y limaría las asperezas, al reconocer las virtudes de cada empresa, por separado y en igualdad de condiciones.
Por algo, la tapa de un reciente número de la revista, se le dedicó al afiche de la piedra de toque y de la manzana de la discordia:“The Bad Lieutenant( Port of Call – New Orleans)”.
En adelante, los especialistas y los entendidos buscarán superar el conflicto de ombligos alborotados, para demostrar la vigencia, la calidad y la diferencia de los largometrajes en pugna.
En efecto, Herzog conservará de Ferrara su espíritu de guerra y de guerrilla, aunque abandonará sus indagaciones trascendentales, para subsumirlas a un régimen de histeria, de desvarío permanente, de dislocación, de múltiples aristas, de desmitificación absoluta, de autodeconstrucción y de grata comicidad políticamente incorrecta.
En dos platos, el remake gana en sentido del humor negro, al costo de perder un poco en solemnidad y en complejidad psicológica. No en balde, el director se empeña en convertir al protagonista en una irónica caricatura grotesca y bizarra del típico uniformado glorificado por la meca, como dádiva tranquilizadora y demagógica para el público inseguro de la era post once de septiembre.
Luego de su angelical aparición en “WTC” de Oliver Stone como agente del orden y salvador de la patria, Nicolas Cage vuelve a las andazas para ajustar cuentas con su presente y su pasado, al borde de la línea de la desesperación y de la esquizofrenia, del deber y de la ilegalidad, como si en su alma convivieran el Caballero de la Noche y el Guasón.A sus espaldas los carga con tormento y expiación, desplazándose con dificultad por un problema en su columna vertebral.Magnífica excusa para recobrar al máximo arquetipo de la desgracia y de la huella satírica de William Shakespeare, Ricardo III, trágico retrato de una disminuida figura de la corte.
Como aquella y como aquél, el teniente de la película asciende posiciones en su jerarquía, con su lento caminar encorvado, y gracias menos a sus bondades que a sus perversiones.
Al principio, sus calamidades parecen arrastrarlo hacia el desenlace de la primera versión: la soledad y la muerte. Pero en un giro de tuerca inesperado y arriesgado, Herzog le permite sobrevivir y triunfar en un desternillante happy ending, con sabor a veneno de culebra y a gusto amargo de humo de crack. Todo se le resuelve de las mil maravillas en la conclusión, como en una parodia de los bodrios de detectives y ladrones al uso.
Su familia disfuncional descubre la felicidad, en el hogar dulce hogar y con los accesorios de costumbre: el ascenso profesional, el reconocimiento del gremio, la esposa embarazada y los padres reformados por Alcohólicos Anónimos, en medio de un absurdo brindis de agua con gas.Así, Herzog reescribe la historia como Tarantino, y denuncia la forma cómo se construyen los mitos, en una suerte de “Forrest Gump” vandálica y psicodélica, donde se alcanza el éxito sin el menor esfuerzo, y haciendo el mal.
Paradójicamente, el teniente regresará en el epílogo a sus paraísos artificiales y a sus locuras, en compañía de sus pesadillas y sus fantasmas.
A lo mejor, el azucarado final es producto de su imaginación alterada por el consumo de estupefacientes y por el insomnio. De repente, es verdad y la realidad opera así. De seguro, allí radica la magia del cine en su capacidad de sumergirnos en un espacio de innumerables posibilidades de lectura.
No en balde, en último lugar, la cinta admite ser apreciada como un viaje de experimentación kafkiana, por los laberintos de la memoria, la ambivalencia, la ambigüedad, la libertad de pensamiento y la reafirmación de los principios individuales reprimidos. Por eso, “The Bad Lieutenant” tiene el tono de una adaptación de “Alicia en el País de las Maravillas” para adultos, con la orientación lisérgica de Terry Gilliam en “Miedo y Asco en las Vegas”.
En suma, es un curioso film de autor, inclasificable y de necesaria degustación.
Su mérito radica en hablar de tópicos como el racismo, la delincuencia y el colapso de las utopías,con el desparpajo y la delicadeza de un ilustre cazador de reptiles, de especies en extinción y de monstruos de la razón.
Para rematar,cinco secuencias geniales y lynchescas lo definen en “The Bad Lieutenant”: una toma poética de una pecera, una coreografía con unas iguanas al son de una pieza embriagadora, el arrollamiento de un cocodrilo en una autopista,un baile de hip hop para culminar una balacera y una despedida en un acuario, con risas incluidas frente a la cámara, en dirección a la audiencia.
Simbólicas declaraciones de principios de un realizador preocupado por el incierto destino de la civilización. Los tiburones y los lagartos son el futuro de nuestra sociedad.