Manejo unos pocos datos sobre la película que el director Zelig compartió en una suerte de cineforo que organizó mi profesora de guión argumental. En unos días probablemente ya estén difundidos por completos, pero igual:
Que, esencialmente, no hay un guión. Que fue grabada por un equipo pequeñísimo para tratarse de cine. Que fueron particularmente exigentes con el casting. Que hay un manejo de los colores inspirado en los semáforos para ilustrar la disposición de los personajes.
Estos detalles conviertieron la experiencia —para mi— en algo más emocionante. Pero quisiera pensar que no son necesarios para entender que se trata de una pieza bien lograda. Me parece genial que en el medio de un caos en el que con dificultad se pueden distinguir los diálogos, los personajes de SubHysteria puedan levantarse como individuos genuinos cuando sus interpretadores se están armando de la improvisación para darles vida. Que sus particularidades se conjugen para avanzar la trama de manera convincente e interesante, sin necesidad de recursos banales e indulgentes es mejor aún.
No voy a extenderme —aunque esta ocasión quisiera hacerlo— porque traicionaría al dogma que prometí seguir con este blog*. Habrán suficientes críticas de esta película al respecto. Todo el mundo quiere decir algo en este momento, y todos consideramos que tenemos suficiente filo para guillotinar cualquier pieza venezolana que se nos pase por debajo.
Diré solamente que desde la perspectiva de este escritor, SubHysteria va a pasar como una película incomprendida y le tocará pagar parte de las consecuencias de años de cine pointless y obscuro de producción venezolana.
Después del primero, las personas se excretaban como diarrea por la puerta de la sala. Esta gente ciertamente no hubiese sobrevivido 47 horas en un vagón. Son todos el latino electrocutado en el primer acto.
*Esta entrada viene de mi blog http://www.claudicar.me