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Ad Vitam Æternam (Extracto)

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…No es fácil negar la existencia del alma. Cuando te convences que no existe el alma, sólo hay un puñado de cosas que puedes hacer para intentar sopesar su pérdida. ¿Por qué me resisto a creer que exista un alma inmortal? Se me antoja que alma y conciencia son términos estrechamente relacionados entre sí. No soy el primero en hacerlo. Desde hace milenios la especie humana ha llegado a la misma conclusión: estadísticamente hablando, pocos –muy pocos- sistemas de creencias en la historia se han atrevido a asegurar la existencia de un alma animal y vegetal, otorgándole al ser humano el monopolio espiritual. Antropocentrismo justificable, pues somos los seres humanos quienes por tener intelecto podemos voluntariamente prescindir del mismo; a lo que se suma la incapacidad del resto del reino animal y la totalidad del vegetal de pagar el ostentoso estilo de vida de los líderes religiosos del mundo…

…Las religiones dominantes –y me refiero aquí a las verdaderamente dominantes en la actualidad, sean o no las de mayor número de fieles- niegan o en el mejor de los casos dejan en entredicho la posibilidad de existencia de un alma que no haya estado en uno u otro momento amalgamada a un cuerpo humano. Incluso en algún momento histórico se ha caído en la desgracia de desalmar a seres humanos por padecer de algún defecto físico o psicológico innato, o por cuestiones como la nacionalidad, color de piel, y una larga lista de etcéteras. En general, sin embargo, es admisible considerar que en el mundo actual un prerrequisito para la posesión de alma es el estatus de persona, ergo sólo los seres humanos son seres espirituales, y somos seres espirituales únicamente porque somos capaces de si quiera pensar en el concepto mismo del espíritu. Y somos capaces de pensarlo porque tenemos conciencia. Aparece otro prerrequisito del alma: la capacidad intelectual para definir el alma misma; conciencia.

Si la conciencia precede al alma, si la conexión entre una y otra es tan relevante ¿cómo es que puede la última sobrevivir a la primera? Sólo puede encontrarse respuesta en el infinito mundo de la ficción; a través de la lógica es imposible: conciencia y alma mueren juntas incluso si aún no ha muerto el individuo que las posea.

Ante tal drama existencial aparecen las religiones para vender el necesario consuelo. No puedo pensar en ningún producto que supere al espíritu, y menos aún a la idea de la inmortalidad de éste. Pero si el alma existe, única y personalísima como la describen: ¿no debería también ser su iluminación un proceso propio de cada individuo? ¿Por qué habría de confiar en los servicios de salvación ofrecidos por ésta o aquélla religión? ¿Qué garantía le queda al individuo, luego de haber hipotecado su vida a los particulares antojos de un determinado dios, haberlo hecho al adecuado; salvo una fe que le es impuesta desde fuera?…

…de buen grado se someten las personas a un manojo de pseudo virtudes aprendidas que empiezan y terminan todas en el mismo punto: no analices, no discutas, no pienses; limítate a acatar las normas que te son dictadas. Exaltación de la irracionalidad: en este punto repugnante e inhumano convergen tanto la religión como la milicia. El mejor de los dioses no impondría fórmulas sacramentales. Para su magnificencia, el ser humano –como ha sido desde hace mucho tiempo y hasta la actualidad-, le resultaría insípido e indigno de salvación.

La idea de un alma inmortal como contraprestación al cuerpo perecedero pareciera en primera instancia agradable. Reconforta, aunque no sepamos muy bien por qué. Reconforta porque nos contentamos con pensar en sus virtudes, sin prestarle atención a los potenciales defectos intrínsecos en la idea misma de la inmortalidad; pros sin contras: el más puro idealismo. Pero en el concepto del espíritu eterno subyacen también –por más que nos neguemos a verlas-, amargas y hasta grotescas consecuencias que, analizadas, pueden fácilmente restarle atractivo, convirtiendo la optimista idea de la inmortalidad del espíritu en algo más bien inconveniente…

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