-Oye, chamito… no botes el vasito allí -le dije al carajito que se había sentado junto a mí en el banco de la plaza, mientras con indignación miraba cómo arrojaba un vasito de helado, de esos que venden ahora en las esquinas, baboseado y aún con dulce.
-¡Jah! ¡Nooooo, metiche!? ¡no me da la gana! -me contestó, con ese gesto característico de los liceístas modernos. Se levantó y se fue. El vasito, triste, quedó tirado entre mi indignación y la ignorancia de quien por media hora lo estuvo lamiendo.
-Bótalo ahí bebé -le dice Julia a su hijo Miguelito, de 4 añitos.
Como una pluma, la no-biodegradable bolsa de “Chees Trees” cae sobre la acera más concurrida de la calle. El viento sopla y se va a conquistar otros mundos, pero nunca el que existe en el interior de un “container”.
¿Cuántos no han visto éstas mismas escenas, en el mismo proscenio o en otros contextos? No. No me siento con deseos de seguir viviendo con vecinos tan puercos.
La basura, en los Valles del Tuy, se ha convertido en una de esas pesadillas diurnas que torturan a los seres buenos y pensantes, es decir, a aquellos que tienen presente en todo momento dónde es que se coloca la basura. Sí, porque al parecer el resto no tiene ni la menor idea de dónde va.
-Ayer vi a Josefa. ¡Sí chico! ¡sí, la que vive ahí, bordeando la quebrada! El caso era que parece que se estaba mudando: sí, justo en frente, por donde pasa el nuevo embaulamiento, tenía acomodado un mueble viejo y roto; más allá una lavadora inservible, oxidada, y que, como vigilante de centro nocturno, le cerraba el paso a los sucios desperdicios que Algeria arrojaba más arribita.
-¡Fo! –contestaste. -¡Qué señora tan cochina! ¡Todo el mundo ahora va a querer una salita de “estar” igual a esa… un “hall”, pues!
Basura en nuestras quebradas, en nuestras plazas, frente a nuestras casas, en los liceos, en los terminales, en las calles, en las esquinas, la importada de Caracas, en el monte -ésta la queman- aquí, allá, por acullá… por todos lados BASURA. Y siempre, como siempre: “papá Alcaldía, ¿por qué no pasas a recogerla?”.
Sin basura no habría empleo para los que la recogen, es verdad pero, si hay de más, entonces produce “estrés de trabajo”. Comencemos pues, nosotros mismos, a convertirnos en trabajadores del aseo urbano. Recojamos lo que tiremos a las calles, lo que arrojemos desde la ventanilla del autobús, lo que dejó nuestro hijito de papá en la plaza. No nos ahoguemos en la basura, no permitamos que nuestro vecino se ahogue en ella, a pesar de que él mismo haya acabado de arrojarla. Es un deber moral, de valores, de principios, de homo sapiens, conservar nuestro entorno para el disfrute en sana paz y limpieza… éste es un derecho que todos tenemos, aquel un deber que todos adquirimos: ¡PONER LA BASURA EN SU SANTO LUGAR!
Muy buena foto, eso se ve cada dia.
Muy buena foto, eso se ve cada dia. Hay que trabajar mas para que esto no ocurra.