Con cierto espíritu de candidez, el miércoles procedimos a asistir al estreno del nuevo documental de Pino Solanas patrocinado por la Villa del Cine en la Cinemateca Nacional: “Tierra Sublevada”, en su primer capítulo,“Oro Impuro”, sobre el tema de la explotación minera en la Argentina y sus efectos en el medio ambiente, la política de Cristina y el desarrollo de la corrupción de estado, después de la salida de Menem del poder.Pequeña incogruencia de fondo con lo expresado por Oliver Stone en el reino de los cielos de «Al Sur de la Frontera».
Llegamos temprano a la sala, casi de primeros, pero fuimos los últimos en salir por cuestiones de seguridad personal.Sin embargo, por poco corremos con las consecuencias de hacer acto de presencia en el evento. Ya explicaré por qué y cómo.
Sea como sea, no pisaremos nuestra alma mater, nuestra casa de formación audiovisual, por un buen tiempo, hasta cuando las aguas tormentosas se calmen por allá o haya una verdadera disposición por cambiar su salvaje sistema de seguridad, del cual resulté víctima.
Así pues, nos dirigimos raudos y puntuales al recinto ubicado en el Museo Bellas Artes, antigua sede de La GAN, para reencontrarnos con el viejo Pino, hacerle preguntas incómodas y medir su grado de evolución, involución o estancamiento, de cara a su proyecto del 2010.
Pero para mayor desencanto, nos conseguimos con un Solanas evasivo ante las interrogantes duras, condescendiente con su tropa de adulantes rojo rojitos, reiterativo con su discurso populista, desactualizado con las teorías documentales en boga, empeñado en seguir clonando sus hallazgos de cine liberación con “La Hora de los Hornos” y tristemente indiferente hacia su entorno. De hecho, sufrimos una injusticia en sus narices y prefirió hacerse la vista gorda al refugiarse en una concha mediática de cámaras, flashes y entrevistas teledirigidas por “la gloriosa red social de medios alternativos”.
Al arribar al lugar, vimos a Pino secundado por el presidente de la Villa y sus “camaradas”.Entre bromas y chistes, fantaseaban y fingían ser amigos del alma del realizador porteño. Como especialista en las artes de la demagogia, el mítico autor les alimentaba el juego y el ego, al brindar la consabida y clásica imagen del “Rock Star” de la revolución, asediado e idolatrado por sus fanáticos.
Al momento indicado, decidimos ingresar al recinto, porque amenazaba con quedarse pequeño. En efecto, el antihéroe mesiánico y seguro candidato a la presidencia, continúa despertando pasiones y emociones en el parque jurásico de la izquierda rococó.Su poder de convocatoria permanece en alto gracias al peso encarnado por su prestigio celebrado en todos los festivales importantes del mundo, de Berlín a Cannes. En lo personal, puedo dar fe de ello, pues soy uno de los tantos venezolanos quienes lealmente lo buscamos y lo escuchamos cuando nos visita por acá.
No obstante, hemos ido perdiéndole el cariño y el respeto con el devenir de los años y de sus contradicciones, al extremo de sumarnos ahora a su club de disidentes.
En cristiano, me quedo con el Pino del combate a la dictadura y de la deconstrucción de la democracia sureña. Del Solanas evangelizador y oportunista de ahora, no quiero saber nada.
Como ustedes, yo me críe con Solanas, viví de los recuerdos románticos de Solanas, y crecí en la veneración de Solanas. No por causalidad, en conjunto con La China, le dedicamos un capítulo de nuestro largometraje consagrado al análisis del género documental para la serie “Estado Crítico”. Y en honor a la verdad, lo tratamos con ecuanimidad, equilibrio y estima.
En la actualidad y a la luz de sus recientes campañas proselitistas, deberíamos revisar su legado y su trayectoria en presente. De ahí mi interés por ir al lanzamiento público de “Tierra Sublevada” en la Cinemateca.
De entrada, el asunto comenzó como un Cine Foro, introducido por un típico hablador de pistoladas, encargado de afirmar banalidades cancheras del tipo “aquí estoy sentado con mi pana, Pino Solanas. No te llevo nada”. O como el caso de la más involuntariamente demoledora: “ La Hora de los Hornos es para el cine como las Venas Abiertas de América Latina lo es para la literatura”.
Luego de una larga y aburrida comparencia de los miembros del estrado, arrancó la sesión en caliente de la participación del público. A mí me tocó el honor de abrir fuegos y de inmediato le tiré a la yugular con dos inquietudes: ¿Por qué saltó de detrás hacia delante de las cámaras en sus documentales?¿Cuál es la diferencia sustancial entre el Pino de Cine y el Solanas digital?¿Hay algún cambio real?
Con la primera, se hizo olímpicamente el loco y no me la respondió. Con la segunda, tampoco descubrí profundidad en su mirada y en su conocimiento del tópico. A lo mejor no le gustó mi tono frío, seco y medio desafiante. Por eso, se mostró reservado, cauteloso y conservador con su respuesta. No lo sentí seguro. Al cabo de cinco intervenciones de jaladores e ignorantes de oficio, tuve suficiente y me dispuse a estirar la piernas. Abandoné la zona de confort y aproveché para ir a descargar el florero. Por supuesto, los baños estaban cerrados con candado. En consecuencia, me dirigí a la entrada del museo, donde tres guardias me negaron el uso del baño con displicencia y arrogancia. Me respondieron en clave malandra: “adentro hay un baño”. Y yo les dije, “está cerrado”. Y de inmediato me dieron la solución: “entonces dale afuera”.Perfecto.
Rápidamente descendí por las escaleras del Parque los Caobos y oriné detrás de un árbol. Cuando regresé, la reja de entrada también había sido cerrada. Le pedí ayuda a los guardias, y me ignoraron entre carcajadas y alardes de cinismo. Le expliqué varias veces, pero fue imposible.
Ellos le hacían honor al título de la cinta.Por tanto, yo también me contagié del ánimo de “Tierra Sublevada”, y brinqué la cerca. Al caer del otro lado de la verja, empezó lo bueno al mejor estilo de una parodia de la primera secuencia de acción de «Flash Gordon», donde el protagonista elude a sus contrarios con velocidad y astucia de mariscal de campo. Al instante, un Big Mike me saltó en la cara para taclearme pero lo esquivé de lleno y le dejé el pelero en un dos por tres. Crucé por el mero centro de la arena mientras era perseguido por sendos gorilas sedientos de sangre y con muchas ganas de justificar su mísero sueldo. Pero al llegar al portón de la sala, a mi meta de futbolista americano, la cosa se puso color de hormiga, fea y horrible.
Los tipos me tiraban a la cara y yo los evadía pegando gritos de desesperación, de auxilio, de ahogado. De repente, y como en una mala película de Memo Arreaga, sucedió lo peor, el climáx total de una pieza como “Amores Perros”: un escolta con gorra y aspecto siniestro, escondido por ahí, me apuntó en la frente con un «fuco» y al grito de “quieto, quédate quieto, nojoda”. De broma me desmayo del susto. Por suerte, salieron docenas de personas de la sala y mi terror se transfirió hacia la figura del pistolero bolivariano, cuya identidad desconozco.
En cualquier caso, Liliana Blazer tuvo la ocasión de filmarlo de pies a cabeza. Por ende, si el hombre quiere tomar acciones contra mí, pues no se lo recomiendo. Panita, vamos a dejarlo así y listo, como caballeros. Tu por tu lado y yo por el mío.
Sea como sea, nunca y jamás había sido objeto de semejante amenaza y hostigamiento en la Cinemateca, más allá del hecho de haberme coleado o no por la reja. Lo de la pistola fue un exabrupto de calle, un error de cálculo y además sentó un precedente nefasto en la Cinemateca Nacional.
Por si acaso no lo saben, yo trabajé allí por tres años en la producción y dirección del programa “Cinemateca del Aire”, con Alejandra Szeplaki, Jaime Díaz Santellis y Francisco Melo. Aparte, y como les garanticé, soy amigo de la Cinemateca desde los cuatro años, sin exagerar. Mis padres me llevaban con chupón y tetero. Para mí, era como una extensión de mi colegio, de mi guardería. Allí descubrí una vocación, una carrera y una forma de darle sentido a mi vida.
Por consiguiente, me parte el alma verla convertida en una madriguera del fascismo, la intolerancia, la violencia y el extremismo de los defensores del proceso. Liliana Blazer grabó con su cámara todo el suceso. La reto y la invito, desde aquí, a subir el material a youtube para contemplar el nivel de degradación de nuestra insigne institución cultural, hoy transformada en una prolongación de Puente Llaguno.
En los setenta, aconteció Woodstoock y una película hermosa lo documentó para la posteridad. Posteriormente, el sueño del hippismo sucumbió audiovisualmente con otra obra maestra: “Gimme Shelter”, donde la generación de las flores demostró la inconsistencia de sus consignas de paz y amor, al provocar la muerte de un afroamericano en el concierto de Altamont de los Rollings Stones.
Salvando las distancias, para mí lo acaecido en el estreno de “Tierra Sublevada” es el equivalente criollo y es igual a lo registrado por el testimonio de los hermanos Maysles dedicado a los chicos malos de Mick Jagger. Mutatis mutandis, aquí también se reveló el hundimiento visceral de una utopía, cuya teoría no se corresponde con la práctica. Es el eterno barranco del socialismo real.
En adelante, entré sin pena ni gloria a la Cinemateca, mientras todos me veían como cucaracha en baile de gallina. Me sentí en medio de una inquisición y nadie me hizo la menor muestra de solidaridad. Allá andaba solo, perdido y condenado por cortarles la nota y por devolverlos a la cruda realidad de nuestra tierra sublevada. Paradójicamente, nadie me felicitó por sublevarme ante la autoridad y por defender mis derechos de pueblo arrecho. Para ellos, sencillamente era un carajito escuálido coleado en su fiesta de uniformidad de pensamiento.
Mientras, Pino Solanas me daba la espalda, atendiendo a periodistas, caza autógrafos y afines. En menos de dos minutos, dieron la orden para apagar las luces y tirar la película como una cortina de humo. Por enésima vez, se cumplió la hipótesis de Kundera del arte como tapadera y cobertor espeso para ocultar la semilla del odio de la revolución.
La cinta se me fue como un tiro en el rostro, como un deja vu, como un refrito de una receta desgasta y descolorida. No me sorprendían las imágenes, ni la voz en off, ni la locución sentida y sincopada de Pino Solanas.
Tan sólo de escucharlo susurrar en el viento, se me calentaba la sangre de la indignación por ser testigo de su hipocresía seminal. Por ironías del destino, sus últimas palabras se me quedaron grabadas en la memoria, por recordarme el desenlace de la obra maestra de Ugo Ulive: “basta de atropellos, basta de injusticias”. Por única vez, Pino Solanas, aquí sí concordamos con “Tierra Sublevada”.
De resto, más de lo mismo en tu filmografía, con un agravante: tu sistema se hace predecible, y tus dicotomías, insostenibles.
Acertada tu manera de desnudar a Cristina y a sus redes mafiosas en alianza con el capital extranjero.
Brillante tu episodio consagrado a desmitificar la eficacia de los planes estratégicos de la nación, tendientes a privatizar los yacimientos soberanos de la minería extractiva.
Memorable tu esbozo del impacto ecológico del problema.
Pero mal, muy mal tu forma maniquea de asumir el trámite para apuntalar tus intereses políticos y económicos en la región, bajo el respaldo financiero de la Villa del Cine y del estado Venezolano.
Todos sabemos de tus afanes presidencialistas a lo Al Gore.
Por tanto, si andas en una de campaña política, pues sufrágala y págala con el dinero de tus bolsillos. No con nuestros fondos patrimoniales, para dar de comer a los más necesitados.
No te nos disfraces de otro Robin Hood bizarro, para robarle a los pobres en beneficio de tu riqueza y tu plusvalía ideológica como candidato.
Pino, usted tiene plata, tiene guita.
Por algo, el estado argentino le paralizó el financiamiento de su última película de ficción. Era porque usted se había lanzado de bruces en la política, y no se le podía premiar con una inyección de capital extra.
Decídase de una buena vez.
O usted es cineasta o usted es un político de oficio.
Pero no las dos cosas a la vez, porque entonces incurre en prácticas dolosas por conflicto de intereses.
Es el caso concreto de su “Tierra Sublevada”, un sucedáneo y un canto a la irregularidad en la tradición del escándalo de la valija, donde se le concedió un contrato para hacer una película, a dedo limpio y sin cumplir con el debido proceso de licitación.
Al final, salimos derrumbados y nos topamos con el gorila de los empujones. Al identificarme, se me tiró encima por acto reflejo, insultándome y amenazándome mientras sus compañeros lo detenían entre abrazos, llaves y candados. De no haber sido por ellos, me hubiese descuartizado como en “Irreversible”, donde el tiempo todo lo destruye. A lo lejos, me seguía ofreciendo improperios y sentencias de muerte. Por último me dijo: “más nunca vuelvas para acá, mariquito.Por sobre mi cadáver vas a pasar por aquí. No vuelvas, carajito, no vas a pasar”.
Por los momentos, amigo del Planeta de los Simios, tienes toda la razón.
Como diría José Saramago, hasta aquí llegué con la nueva Cinemateca Nacional.
Atesoro para mí sus mejores recuerdos y remembranzas, cuando era una espacio para el encuentro y la celebración de la diversidad.
Con la Cinemateca atrabiliaria y cuartelera de hoy, no quiere tener ninguna relación directa o indirecta.
Regresaré cuando haya un auténtico espíritu por modificarla y por humanizarla.
Si dios me lo permite, haré todo lo posible por retornar a ella en calidad de espectador y de colaborador.
Se despide un ex miembro de su nómina de empleados. A mucha honra, otrora firmante y escritor de varios de los artículos de su revista de Programación, así como invitado a integrar los ciclos de su grilla. En la Cinemateca, estrené mi primer cortometraje, mi primera obra de teatro video, mi primer programa de televisión. En la Cinemateca me gradué como cinéfilo y como persona.
Les hago una advertencia. No me van a callar ni me van a amedrentar. Algún día volveré. No es una promesa. Es un destino compartido de lucha personal y colectiva.
Bienvenidos a la tierra sublevada.