No quise borrar esa sonrisa para siempre, solo sentía que su humanidad no era precisa en ese instante. Al principio cuando el dolor trepaba desaforado e inevitable por mi estomago terminando de obstruir mi garganta y por consiguiente deteniendo mi respiración, eras un adorable espíritu que yo confundía por las sombras puntiagudas de mis manos, que en segundos dejaron de pertenecerme.
Tu mirada fue esperanza y de pronto fue tan atroz, que comprendí que eras el reflejo de mi extraña transformación. Tu destino no era conseguirme en mi rutina nocturna, en mi desahogo mudo contra el sórdido mundo.
La medianoche desolada por la ausencia de la luna, cómplice enamorada de mi trabajo, era el escenario esperado para deshacerme de mi angustia, pero tu presencia al final de mi camino se sentía como un alfiler fino atravesando el centro de mis ojos.
Tu debías estar en mi cama, con las piernas cansadas, con un humor despreciable que no necesitaría de mis fastidiosos respiros sobre tu espalda para poder dormir sin miedos y sin sueños.
Mi pasión ininterrumpida de noches gloriosas y asesinas era detenida por tu sonrisa imprevista, tu ser ordinario que causa sosiego en mi corazón esta contrastado por las pinceladas de mi caminante oscuro que sueña estas imágenes calcadas del averno en su descanso diurno.
La interrogante fría y temerosa no obtuvo respuesta de mi boca, aunque mi impaciencia dolorosa por la sangre tibia y copiosa sea catalogada como una respuesta excesiva por los términos crepusculares de una mañana dubitativa.
Hubo un suspiro en medio de mi cuchillo y su arteria carótida que me contuvo, sus ojos blancos como luces empañadas desprendían recuerdos que en mi ingenuo amor de atardecer escarlata yo siempre añoraba, pero ahora soy sincero; la oscuridad me da su abrigo y yo soy el guardián de su soledad apedreada por la sociedad.
Esta noche no soy yo el porque que exclaman tus ojos, un segundo no es demora para salpicar tu sangre sobre el verdor de los arbustos, tu no me desconoces, soy yo el que te desconozco y te ignora, acelerando el deseo contenido en mis tiempos de sutil fingimiento. Tu hermosa silueta en el gris pavimento me hará extrañarte por un largo período, mientras la sangre corre profusa desde tu cuello hasta la canal, mi cuerpo vibra al sentir la vida desbordarse por mis poros, por mi aliento, por el placer de socavar tu sentimiento, de matar una vida ajena a mis verdaderos mandamientos tan manifiestos en la penumbra que ensombrece tus ojos eternamente.
El hambre de madrugada no hace crujir mis entrañas
sino que seca mi paladar y hace que mis manos retuerzan el volante y apuñalen varias veces el inocente y ya maltratado asiento acompañante, mientras mis ojos revoltosos buscan un nuevo anónimo que complazca la necesidad humana para no amanecer con ansias deshumanas mañana.
Cuando las estrellas despiertan en conjunto, el cielo nocturno comparte su historia viva con la luna que aparece de súbito quitándose el velo y desechando su luto.
Ahora el firmamento parpadea infinitamente descubriendo mi rostro de misterio y huida, pero una mujer diluida en soledad me avista desde su horizonte enrarecido por una luz artificial, mi cuerpo se calma y el filo deslumbrante del cuchillo se hunde en mi bolsillo.
Ella sube sin egoísmos, se sienta mi lado, tira la puerta y abre las piernas mientras su mirada y su sonrisa inconclusa me consume.
No dice nada, estoy pendiente de las huellas inconcientes en este camino, con el pasar de las colosales luces intermitentes consigo ser solo yo en la autopista suspendida sobre el mar adormecido y veo de reojo sus piernas blancas y lozanas, desnudas hasta mas allá de sus voluptuosos muslos a causa de su falda de cuero levantada, admiro su desgana,
duerme apacible con su chaleco abierto y sus pequeños senos erigiéndose hacia un costado al no tener sostén.
Me detengo y acaricio con una mano sus retocadas mejillas, y con la otra sostengo mi cuchillo único desahogo para mi adicción febril, ella parece una dama de muerte sacada de mis pesadillas; su belleza acrecienta el misterio de su tiempo y lugar en esta noche solitaria, yerma y descuida.
Al momento de sumergirme en ella, de concluir el deseo de sentir la sangre discurrirse de su carne; siento un éxtasis pleno, un orgásmico suspiro que enfría mis sentidos y me absorbe en su belleza de saturada oscuridad.
Lo siento en este momento aun con el cuchillo en mi mano con su filo brillante y sin la anhelada sangre, mis ojos cansados y vacilantes victimas de un placer descomunal quieren cerrarse y descansar, titilan las sombras mientras ella sonríe macabramente y retira dócilmente su navaja de mi pecho ensangrentado, apartándome con sus delicados brazos, acariciándome son su nocturna humanidad.