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El Bosque de al lado…

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El bosque de al lado…

(Cuento)

Estamos viajando por la carretera, hay mucha neblina y frío pero poco a poco vamos observando en el horizonte – de forma casi etérea- nuestra nueva casa: una hacienda, unos metros más abajo se encontraba un campo de cultivo de repollo y en la entrada colgaban macetas con helechos, justo al lado de la casa – a la izquierda para ser exactos- se alzaba un imponente bosque de pinos. es una casa cálida a pesar de estar ubicada entre las montañas, por suerte el pueblo se encuentra algunos kilómetros abajo, así que tenemos el consuelo de no estar totalmente aislados como cualquier otro podría pensar.

mi madre y yo decidimos ayudar a mi papá a bajar nuestros objetos del camión de mudanzas y de la camioneta; luego mamá me guió hasta mi nueva habitación, al igual que el resto de la casa era grande, con un closet espacioso y un baño incluido. Mis padres armaron mi cama y colocaron el colchón, entonces se retiraron para terminar de desempacar el resto de nuestras cosas en la casa, ahora estoy en mi espacio personal, puedo arreglarlo en el orden que desee y decorarlo a mi manera, eso es lo más emocionante para mí de la mudanza.

En la noche -cuando nuestros enseres ya estaban desempacados y acomodados en la casa- mi mamá nos preparó unas ricas arepas con jamón y queso, nos sentamos en la chimenea de la sala y mis padres empezaron a leer unos cuantos libros mientras yo jugaba con mis muñecas de trapo.

–         Ya es muy tarde Lucía, recoge tus muñecas es hora de dormir.

–         Sí mamá, que descanses.

Termine de  guardar mis muñecas en el cajón –me puse la pijama- y me acosté para luego de unas horas finalmente dormirme, a mitad de la noche siento caer sobre mi cara una piedrita y oigo una voz casi tenue que me llama “Lucía”, otra piedrita se desplomaba con un poco más de fuerza pero esta vez en mi estómago. “Lucía” volví a escuchar, en estado de somnolencia decidí levantarme de la cama y con los ojos vidriosos alcancé a ver en la ventana una silueta asomada tímidamente.

Así que lentamente salgo de la cama  y me dirijo a la ventana, mi vista se va aclarando poco a poco pero la silueta sale huyendo –“¡espera!” es lo único que puedo decir- cuando llego a la ventana para observar como se alejaba hacia el bosque la misteriosa figura, me puse unas botas y un suéter, tomé una linterna y salí de la casa en su búsqueda.

el ambiente se hallaba cargado de una densa neblina que sólo cubría mis piernas, acompañada por el frío típico de las montañas, y a lo lejos… la silueta pequeña vestida de blanco se detuvo en la entrada del bosque, volteó hacia mí que me acercaba cada vez más y finalmente se internó entre los pinos. Seguí su rastro a través de una vereda hasta llegar a un claro, ahí me di cuenta que esa figura no era más que un simple niño al igual que yo, con cabello castaño –al igual que sus ojos- y andaba totalmente descalzo.

–         ¿Quién eres tú? ¿Cómo sabes mi nombre?

–         Soy Miguel, lo oí de la señora que vino contigo.

–         ¿Vives por aquí cerca Miguel?

–         No, vivo en este bosque.

–         ¿Cuántos años tienes?

–         11 ¿y tú Lucía?

–         9 ¿Y tu mamá y papá? ¿Viven aquí contigo?

–         No, vivo solo. Ellos murieron hace años.

–         Lo siento, no quería…

–         ¿Jugarías conmigo? Me siento solo.

–         Sí, pero no esta noche ¿te parece si mañana en la tarde? Y nos vemos en este claro.

En ese momento su rostro pálido se iluminó con una sonrisa y corrió a darme un abrazo, nos despedimos y volví a la casa antes del amanecer para evitar que mis padres se preocuparan, durante las siguientes tardes iba al mismo claro para encontrarme con Miguel, jugábamos a las escondidas, a la lleva, a veces traía algunos de mis juguetes para divertirnos juntos, con el tiempo nos hicimos buenos amigos; y terminé por hacernos un brazalete de la amistad como símbolo de lo unidos que llegamos a ser, la risa de él me llenaba por completo y sé que sentía lo mismo por mí pues él me lo dijo; aunque siempre procuraba  llegar temprano a la casa mis padres de igual forma ellos se preocuparon por mis salidas al bosque, siempre me decían que era un lugar peligroso, y que no era adecuado que siempre me internara en él para ver a un niño que quizás era sólo un vagabundo o un amigo imaginario.

pero no me interesaba su opinión, seguía yendo a jugar con mi único amigo entre esas montañas, podría decirse que me absorbía por completo y me embelesaba el simple hecho de verle ¿sería algo más que simple amistad?

Cada vez se volvieron más duraderos nuestros encuentros de juego, perdía la noción del tiempo y posteriormente el apetito, el sueño y como consecuencia mi energía, para mis padres fue el colmo y terminaron por encerrarme en la casa, no se me estaba permitido salir más que para el pueblo y sólo bajo la supervisión de ellos; fue devastante para mi durante los primeros días y luego pasaron a ser semanas hasta finalmente transformarse en meses, al final habían cumplido su cometido: mi obsesión por jugar con Miguel desapareció, recuperé el hábito de comer y poco a poco mi energía fue retornando; al final me había preguntado porque caí en ese punto –obsesivo según mis padres- de mi amistad con Miguel y poco a poco me fui olvidando de su presencia, tiré el brazalete a la basura -luego de tres meses- y en la noche me fui a dormir.

A mitad de la noche empecé a oír una voz que clamaba: “Lucíaaaaaa” pero no era tenue como antes, sonaba fría, cortada y quejumbrosa –muy  lúgubre a mi parecer- así que tapé mi cabeza con la cobija y me acurruqué intentando ignorarla, pero  cada vez se volvía tan intensa que el llamado se transformó en un grito; no podía soportarlo más; salí de mi cama asustada, mirando en todas las direcciones, entonces pude notar que había –tirada en la mitad de la habitación- una nota en el piso, me acerqué lentamente y cuando la tomé pude leer “¿jugarías conmigo? Me siento solo” sentí  como si alguien me observara a mis espaldas, una especie de presencia estaba conmigo en ese momento, la nota estaba escrita con tinta verde…verde bosque. volteé esperando encontrarme con alguien, pero sólo había sombras y el viento que entraba por la ventana; nada más, entonces resonó una risa infantil en toda la habitación y supe quién era el autor de la nota.

Indignada por lo pesada de su broma salí de la casa con un suéter, mis botas y una linterna; el clima estaba igual que la primera vez que lo vi: la densa niebla cubriendo mis piernas junto a el frío propio de las montañas, corrí hacía el claro del bosque y ahí –justo en la mitad- estaba Miguel arrodillado, llorando profundamente. Me acerqué poco a poco a él y cuando sólo estaba a unos pocos metros me dijo:

–         ¡Me abandonaste! ¡Ya no quieres jugar conmigo!

–         Miguel yo… lo lamento… no…

–         ¡No lamentas nada! ¡Lo sé, se nota en tu rostro!

–         Miguel, eso no es verdad. Eres mi único amigo.

–         ¡Mentirosa, ya no usas nuestro brazalete! Pensé que serías diferente.

Me acerqué a darle un abrazo, le dije que había perdido el brazalete –aunque era mentira- y traté de consolarlo, entonces comenzó a abrazarme también; sus apretones se volvían cada vez más fuertes, tanto que empezaban a lastimarme profundamente, llego un punto en que no podía soportar más.

–         ¡Miguel suéltame, me estás lastimando! –grité.

¡Nooooo! Contestó, pero esta vez su voz juvenil e inocente se había convertido en una voz fría, cortada y quejumbrosa, me quedé pálida y aterrorizada cuando se separó de mi cuerpo, notaba entonces como su ropa blanca se rasgaba, su rostro se quemaba lentamente para dejar su piel derretida fétida y podrida, sus ojos se fundieron lentamente, su cabello se transformo en horrendas cabezas pequeñas que no paraban de gritar de intenso dolor, sus pies se convirtieron en enormes pezuñas cubiertas de escamas y llenas de barro y sangre seca, finalmente con una de sus manos podridas señaló hacia mi y gritó:

–         ¡No volverás a abandonarme nunca más!

En la oscuridad de la noche se escuchó un enorme grito proveniente del bosque, los padres de Lucía se despertaron y al notar que su hija no estaba en la casa salieron a buscarla, como no la encontraron cerca del campo de cultivo temieron lo peor, corrieron hacia el bosque mientras la neblina se abría camino a sus pasos; finalmente después de unos 30 metros de haberse internado –a través de una vereda- llegaron a un claro, la visión que encontraron los dejo sin palabras y totalmente pálidos del horror: justo en la mitad se hallaba un cuerpo pequeño totalmente destrozado –salvo por sus brazos y piernas-lo único que les permitió reconocer que se trataba de su hija fue uno de los brazos; el cual tenía un brazalete de la amistad que rezaba “para mi amigo Miguel” y junto al cuerpo una pequeña nota escrita con tinta verde la cual decía: “¿jugarías conmigo? Me siento solo”.

FIN

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