Lo mejor fue el intro con la parodia de Tom Cruise contra los hermanos Weinstein, posiblemente para justificar y disculpar el desastre por venir, bajo la sombra y el yugo de la saga Crepúsculo.
La presencia de los chicos de la serie definiría el desarrollo de una noche tan linda como predecible, consagrada a enaltecer la visión de los estudios y sus gerentes sobre el cine como consumo puro,duro y simple.
Luego el host mantuvo encendida la llama del humor negro con su presentación, donde también utilizó las armas de la comedia para compensar y contrarrestar la hegemonía de la familia Cullen en los premios.Sin embargo, hasta resultó comedido y políticamente correcto con ellos,quienes reían con poses de perdonavidas en sus tronos de reyes de la función, cual George Clooney en la entrega del Oscar 2010.
Posteriormente, los previsibles ganadores comenzaron a desfilar por la tarima, para dar las gracias entre un río tranquilo de inanidad y vacío conceptual. Los chicos de hoy ya no se muestran descontentos por nada, y sólo piensan en cómo administrar para el futuro sus quince minutos de fama. Ni un solo discurso de aceptación valió la pena. Todos reafirmaron una tendencia nefasta hacia mirarse el ombligo, para encubrir la realidad de un mundo fuera de balance.
La mayoría subía al escenario a hacerse publicidad descarada y gratuita, mientras la minoría intentaba responder como podía con los golpes de la ironía. Así, el conductor se atrevió a demoler la memoria de «Avatar» con un disfraz de rapero cursi, a la usanza de R. Kelly.
Los dos numeritos musicales pasaron del efectismo a la cursilería redudante, al volver a supeditar la música al impacto de la fotopose neoglam y la imagen kistch. De tal manera, se impuso el patrón anacrónico de Lady Gaga, a pesar de su ausencia, sobre todo de la mano de Cristina Aguilera.
Otro de los únicos momentos para la historia, tuvo lugar cuando los chicos malos de «Hangover» tocaron el piano para brindar un cínico recital seudopoético y artístico. El perfomance alcanzó cotas de maestría con la presentación del hilarante Ken Jeong.
De resto, más de lo mismo. Sandra Bullock recibió su pote de cotufas, en medio de la ovación colectiva de sus incondicionales.
En adelante, sólo quedarían por suceder acontecimiento y situaciones de trámite, como el compromiso de mostrar avances de las secuelas de los largometrajes nominados y condecorados, en una tautología de su poder comercial.
Finalmente, ocurrió lo esperado. «New Moon» acaparó y opacó la velada, al obtener los principales cetros de la competencia, en virtud de la sobrevaloración de la audiencia a través de un simulacro falso de elección democrática por vía electrónica. De American Idol a American Idiot.
Sus productores cogieron el micrófono y se robaron la atención, mientras se despedían con actitud de dientes rotos y rebeldes frustrados. Por cada palabra dijeron veinte o treinta «fucks», al estilo de la caricatura pendenciera de Tom Cruise. Por desgracia, aquí el asunto daba menos risa que pena ajena por el triunfo mediocre de la conjura de necios de la meca.
Lo dicho: se agarraron los Movie Awards para ellos, como clones de Osmel Souza y Donald Trump, en beneficio exclusivo de sus candidatos y protegidos.
Lástima por el presente y el futuro del cine encarnado por la MTV.
Paz a sus desechos mortales y radioactivos.
Fucking BP!
Fucking Viacom!