¿Quién no recuerda al obeso enternecedor, víctima de su destino y de su posición, confrontado cada semana en la televisión con problemas muy por encima de sus habilidades atléticas e intelectuales? Estamos hablando de Chávez, por supuesto, quien todos los domingos nos deleita con su programa infantil. Enternecedor, digo, porque es como tener un hijo bobo y seguirlo emocionado en su periplo lógico que lo conduce a descubrir, tres años más tarde que sus compañeros, lo que todos sabíamos: que los tuyuyos cuadrados del juego sólo encajan en el hueco cuadrado y los triangulares en el de igual forma.
En la serie El zorro, el personaje del Sargento García nos divertía con igual ocurrencias. Se retiraba el sombrero y se revelaba sudoroso y confundido cuando algún jefe le preguntaba por qué no trepó las tejas para pereseguir al forajido Don Diego de la Vega. La lástima que daba el personaje era lo que nos conmocionaba: era como ver a Rostyn González tratando de marcar una cesta con su «¡gancho de Rostyn!» (como decía el comentador) frente al Dream Team de 1992 y comiéndose una tapa bestial cortesía de David Robinson. Sí, era cuchi (y sí, estoy viejo, viví el primer Dream Team).
Porque la forma de seguir todo esto sin enloquecer es tomándoselo como lo que es: un show de tele-realidad que, si lo hubiese escrito Jean Baudrillard, se llamaría algo como, «el gobierno de Venezuela nunca ocurrió».
Si algo tenía el Sargento García era su incapacidad de trazar un plan, de pensar a futuro. El pobre reaccionaba ante las contingencias de manera inmediata, sin detenerse a pensar que la conducta impulsiva de ahora podría generarle problemas en la escena siguiente. García cabalgaba y se caía de la silla, amarraba el caballo en cualquier poste y permitía que El Zorro se lo robara cada vez. García era como un personaje de Tlön Uqbar Orbis Tertius de Jorge Luis Borges: imposible que estableciera relaciones causales. Porque, seamos honestos: si en cada capítulo El Zorro está colgando de un candil, meciéndose entre los soldados y moliéndolos a patadas, ¿no sería buena idea anticipar su hazaña y neutralizarlo cuando esté en el aire la próxima vez? García jamás hará esta reflexión, igual que El Coyote jamás pensará cuántos tobos de pollo KFC podría comprar con lo que gasta en porquerías ACME. Es entretenimiento. Son personajes.
Nosotros, en Venezuela, contamos con un Sargento García de carne y hueso. El mexicano se deja llevar por su entusiasmo: tanta prisa que tiene por capturar a El Zorro que corre directamente hacia el charco de aceite que el protagonista ha previsto. Por supuesto que las acciones no son jamás culpa del Sargento García, igual que no es culpa de un niño de 2 años no entender cómo armar un cubo Rubik.
Entonces, igual que García deja su caballo solo para que El Zorro le deshaga la silla, el Comediante en Jefe que nos gobierna, Joselo Doppelgänger, imprime billetes de la nada y luego se queja de que hay inflación. Crea severos controles de cambio y luego se queja de que hay escasez en un país que lo importa todo (incluso las malas ideas). Clava el precio de la gasolina desde hace 5 años y luego se pregunta por qué la gente compra carros.
Pero no se preocupen: un viejo experimento afirma que si dejamos un mono frente a una máquina de escribir suficiente tiempo, algún día escribirá la primera escena de Macbeth. Es decir, si le damos suficiente tiempo -los cien años que desea-, al Comediante en Jefe, algún día atinará. Cuestión de probabilidades.
Sin embargo, me pregunto cuánto de «máquina de escribir» quedará si el mono se la pasa cayéndole a mandarriazos a la máquina cuando no escribe torpes incoherencias.
Ave Chávez, morituri te salutant…