Vía / El Cinescopio
Todos tenemos expectativas. Es algo cierto. Más allá de la calidad y cantidad de las mismas, todos queremos de alguna manera satisfacer ciertas necesidades. Desde el mundo de la subjetividad, dichas necesidades determinan, en confluencia con otros múltiples factores, nuestra visión del mundo y de las cosas.
El cine no es excepción. Ya sea que nos embarquemos en la difícil tarea de hacer una película o nos coloquemos en la posición de ser espectador, enfrentamos el fenómeno cinematográfico con nuestra propia carga emocional, con nuestras subjetividades y nuestras esperanzas. Es decir, nuestra carga interna constituye un elemento importante a la hora de categorizar las cosas y enmarcarlas en parcelas de realidad. Las películas incluidas. Pero el asunto no queda ahí. Las expectativas también pueden estar determinadas por factores externos, a los que a veces no prestamos atención o no asumimos con consciencia.
El otro día descubrí en una tienda por departamentos una caja gigante repleta de películas. Todas estaban en remate y a pesar del desorden y la confusión del apilamiento, Corina y yo nos pusimos a revisar a ver qué conseguíamos. Todas eran películas echadas a menos por la opinión general, un cúmulo de fracasos o de desconocidos ajusticiado por decisión de la tienda y el mercado, sometido a la pena del remate. Revisando con desgano encontré varias películas que a diferencia de la mayoría, agrupaban tres o cuatro producciones por disco, todo ello por el mismo precio que una cinta regular. A estos combitos los agrupaban por géneros, nada original por demás, porque ya los buhoneros y vendedores informales que venden películas piratas hacen lo mismo. En las manos nos cayó un combo de terror. Cuatro cintas de las que no había oído nunca. Igual lo tomamos y como si corriéramos un riesgo mortal, nos entregamos a la idea de que ciertamente podía ocurrir lo peor.
Cuando nos sentamos a ver la segunda película, Salvage, me sorprendí dándome pronósticos en silencio: “seguro que es un barranco”. Salvage es una cinta de bajo presupuesto, filmada con $25.000, en video, con muchas costuras y muy malas actuaciones. Sin embargo, a medida que iba pasando la cosa, me di cuenta que a pesar de mi resistencia, la película me gustaba. El guión era bueno y el giro final fue excelente. Estaba feliz de haberla conseguido y visto. Hasta descubrí que había ido a Sundance.
Todo esto me llevó a pensar no en la cinta como tal, sino en mis expectativas como espectador. ¿Por qué asumir de entrada algo? ¿Es la expectativa la madre del prejuicio? Obvio que yo soy un grano de arena en la playa de la subjetividad. Cada quien tendrá diferentes respuestas para estas preguntas. Pero en mi caso, descubrí que mis expectativas estaban determinadas no sólo por elementos internos, sino por externos.
A veces se desprestigian películas porque son de bajo presupuesto. O porque no lucen como las grandes producciones a las que como espectadores estamos acostumbrados a ver. Otro asunto es el mercadeo, elemento determinante que demuestra como ciertas obras definitivamente malas logran una taquilla impresionante. El tema político no queda atrás. La película pudiera ser buena, pero no llena nuestra línea y así la desechamos (y a veces destruimos) sin siquiera verla. El componente Hollywood también es crucial. Si nos hemos metido (o nos han metido) años y años de grandes producciones hollywoodenses, es natural que en general rechacemos el cine guerrilla, el cine de bajo presupuesto, el cine sin efectos especiales o actores famosos. O por lo menos las miremos con recelo. Incluso, he de decir que he visto como se rechazan películas por el lugar donde se han hecho o por la nacionalidad del director. ¿Quién nos ha enseñado todo esto? ¿Ha sido un proceso consciente de decantación individual o se trata de que algo o alguien nos ha inculcado intravenoso y de soslayo ciertas ideas?
Hay una fábula zen harta conocida y quizás trillada en la que se enseña al alumno que la mente es como una taza de té; para llenar la taza se debe primero vaciarla. Quizás el monje de la enseñanza era cineasta y no lo sabíamos.