Hoy se cumplen cinco décadas de ruptura en el cine de terror. 50 años de un film modesto y de bajo presupuesto, cuyo cuchillo afilado cortó en dos, y para siempre, la historia de un género poco estimado por la academia. A partir de entonces, nada sería igual y las secuelas tampoco se harían esperar, para bien y para mal.
Hijos creativos e inteligentes de la obra maestra de Alfred Hitchcock, fueron «La Noche de los Muertos Vivientes», «Repulsión», «El Exorcista», «La Matanza de Texas», «El Resplandor» y «Vestida para Matar». Todos ellos intentos legítimos y edípicos por superar la huella del padre y matarlo en celuloide mientras se le rendía un homenaje póstumo, en un resumen de los sentimientos encontrados del género para los setenta y los ochenta. Sin embargo, ninguna pudo hacerle sombra o derrocarla de su trono de sangre, acaparado desde su alumbramiento en 1960, cuando el rey del suspenso la pagó con su bolsillo, porque era un proyecto de vanguardia para una industria conservadora.
No en balde, el guión tasajeaba a placer los estrictos cánones de escritura de guión para la época(y para la actualidad), al asesinar a su supuesta protagonista a la mitad del metraje.
¿Quién resultaba entonces ser el eje de la puesta en escena?¿Norman Bates?¿Su Hotel del pánico?¿La bañera?¿Su casa gótica y expresionista?¿Su madre castradora, freudiana y cadavérica? En realidad,según el realizador, la atención debía recaer no en un centro, sino en un todo con la sumatoría de sus partes. Allí radicaba la absoluta modernidad de una película consagrada a demoler los viejos cimientos del relato clásico, al ponerlo en crisis y fragmentarlo al estilo de un cuadro cubista de Picasso, como en la secuencia de la bañera con Janet Leigh. Un ejemplo de cómo pintar con la cámara después del holocausto,la segunda guerra mundial y el contexto de la era bipolar.Por ende, la cinta sabía comunicarse con el estado convulso de su tiempo, para buscar también la identificación del público joven. De ahí su terrible vigencia y contemporaneidad.
De paso, el gordo picarón tuvo la suerte y la astucia de reunirse con los mejores talentos de su generación, para gestar una empresa tan personal como colectiva, en la tradición dadaísta y surrealista, donde los nombres rutilantes se pierden de vista.
Bernard Herrmann lo acompañó con la música y después Scorsese se lo robó para despedirlo en vida con el encargo de la banda sonora de «Taxi Driver». Poco se puede agregar sobre el trabajo sublime y abstracto de la pieza del genial compositor. Sólo queda volverla a entonar como himno o como Réquiem de cualquiera de los eventos lúgubres del siglo XXI.
El charcutero George Tomasini lo secundó con su equipo «Ginzu 2000», para extraerle el lomito y la vena iconoclasta a su generoso material bruto. Gracias a él, el montaje analítico de «Psycho» sigue siendo objeto de estudio y de adoración en museos, escuelas, hogares, filmotecas y universidades.
Ni hablar del diseño de Saul Bass, quien lo ayudó a modelar sus «storyboards», así como le cinceló una sección de créditos para el recuerdo. Otro antes y después en el género.
Por último, delegó en Anthony Perkins la inmensa responsabilidad de encarnarlo en la pantalla como su alter ego. Y el actor no sólo respondió a la altura, sino jamás pudo desprenderse del aura de su creador, al punto de llevarlo a la ruina, a la decadencia y a la autodestrucción. Paz a sus restos.
Finalmente, ante el reconocimiento de la imposibilidad de trascender su sello, Hollywood se cruzó de brazos y tomó la decisión más sencilla: rodar nuevos remakes de la cinta original. Lamentablemente, el efecto duplicador y el ansía por vivir de las rentas del abuelo, terminó en catástrofe y en debacle creativa. En 1998, Gus Van Sant estrenó su versión clónica del gen fundacional y la meca le retiró la alfombra roja como castigo de chivo expiatorio.
Posteriormente, el sociólogo pop, Slavoj Žižek, reivindica a la obra maestra en su documental, «La Guía del Cinéfilo Perverso», al dedicarle una lectura fresca y memorable, para demostrar la consistencia y la persistencia de su legado en presente, más allá de las parodias de costumbre.
De igual modo, el artista plástico, Douglas Gordon, la deconstruyó en un video ralentizado por 24 horas. Una instalación a tener en cuenta de cara al desarrollo del tercer milenio.
Por tanto, su futuro continúa abierto y despierto. Es hora de celebrar su natalicio como fecha patria de la historia del séptimo arte, con la idea de mantener caliente su llama y de abogar por la resurrección de sus cenizas en el mañana.
Prohibido conformarse, únicamente, con aprovechar la circunstancia para reciclar la memoria y alimentar el estancamiento de la nostalgia banal.
Lo ideal es asumir el compromiso de discutir, evaluar y hasta refutar el mito, para proceder a trascenderlo, pero sin negar su influencia.
Bienvenidos a la fiesta de la discusión y la revisión crítica.