Walter Benjamin lo decía ya hace algunos años, la reproducción técnica despoja a la obra de arte de su aura, pero, a la vez, acerca la obra de arte a las masas. Por aura podemos entender la propiedad de la obra de arte de ser única, original, de estar sólo en un sitio (un palco, un altar, un pedestal) y desde allí mostrarse a aquellos que pueden llegar hasta ella. El aura también es la cualidad que le otorga su contenido, su significado, lo que la obra representa, vale decir, es el logos de la obra, su clave de lectura. Cuando vemos La Piedad de Miguel Ángel, la original, sólo podemos leer la escultura desde su contenido, lo que Miguel Ángel imprimió en ella, la mirada adolorida y serena que se adivina en el rostro de la Virgen sobre el cuerpo muerto de Cristo, la trascendencia mística, etc. Y todo esto porque estamos viendo la piedra que tocó y esculpió el artista, pero cuando la obra es susceptible de ser masivamente reproducida surge una serie de posibles lecturas consecuencia de la transposición de una forma en un fondo impensable. Con ello se desacraliza la obra (que no es enteramente negativo, por cierto), pensemos en las reproducciones tamaño de bolsillo que se venden en los museos. Así, la forma de La Piedad (ya su contenido es sólo la materia de la que está hecho: yeso, cartón, plástico, papel) se desprende de su fondo (su historia, Miguel Ángel como autor, su contexto vaticano, la trascendencia de su aura) y aterriza sin más en bibliotecas y repisas cargadas de velas, sahumerios, ceniceros, avisos de cobro arrugados, portarretratos, recuerditos de bautizos, etc. Ya esto lo entendían muy bien los artistas del Pop Art en sus reproducciones de las imágenes icónicas de la cultura de masas (fuesen éstas actores, políticos o productos comerciales). En estas reproducciones, repeticiones y transposiciones se hacía visible una crítica a la cultura a través de la desacralización de lo representado por las marcas propias de los medios utilizados (collages, estampados, litografías, serigrafías, montajes, entre otros).
¿Qué tiene que ver RCTV y TVES en este contexto de los productos de la cultura que circulan a través de los canales de la reproducción masiva? Aquí es donde el relato de un instante entra en juego. En uno de esos usuales domingos en los que no hay por delante más que horas ralentizadas por el aburrimiento, me dispuse a practicar el tan posmoderno ejercicio del zapping, verdadera práctica democratizadora de la edición y el montaje sobre los discursos televisivos. Sin mucha conciencia aterrizo en TVES y me quedo allí viendo las imágenes de lo que seguramente es una película venezolana y, sin más, me ganó la idea de volver a ver cine nacional. No pasaron más de unos pocos segundos cuando pude identificar que la película era “Cangrejo”, de Román Chalbaud. Allí estaba Miguel Ángel Landa, embutido en una guayabera y pantalón blancos que contrastaban con los mocasines negros brillantes, dispuesto a resolver el caso del secuestro del niño Vegas. La verdad, no fue muy difícil dejarme envolver por la narrativa de Chalbaud. Sin embargo, hacia el final de la película, se hizo inevitable que comenzara a funcionar el efecto de montaje y transposición que, si bien desacraliza la obra, también permite lecturas contextuales completamente nuevas.
Despojemos la obra de su aura que, en este caso, es la clave de lectura de la película, es decir, todo lo que está atado a ella por su origen (alejándonos de Benjamin porque, estrictamente hablando, el cine, por ser en sí misma una técnica de reproducción, destruye el aura). Hagamos un recorrido de cangrejo, hacia atrás, en busca del origen significante de la película para, precisamente, desconectarla de sus “contenidos”. Cangrejo es la adaptación que Juan Carlos Gené hace del libro de Fermín Mármol León Cuatro crímenes, cuatro poderes. Sabemos entonces que la voz de Miguel Ángel Landa tiene como presencia fantasmática las palabras escritas por el “Comisario León”, el original. A su vez, el libro de Mármol León es una ficcionalización de su propia experiencia como investigador en el caso del secuestro del niño Vegas en 1973. Todo esto funciona en la película porque ayuda a darle significación y aura a la obra, pero como el material (el film) circula, no sólo a través del tiempo, del año 82 hasta nuestro días, sino a través de diferentes medios, de la sala de cine a la televisión, cada movimiento del film también lo resignifica, vale decir, leemos la película según el contexto. Y leemos las imágenes “aplanando” su espesor, proveniente del contenido, en función de su montaje (ver Cangrejo en la pantalla de TVES) de la misma manera que analizaríamos la reproducción de La Piedad por su “montaje” en el contexto de la repisa con el sahumerio y el recuerdito del bautizo.
Desde TVES entonces empieza a hablarme el discurso, tan machacado por Chávez en estos días, de los “hijitos de papá”, “ricachones” que se permiten violar las leyes porque compran y manipulan jueces. Muy interesante, no sólo porque el discurso se recorta de manera muy ruidosa desde el fondo del nuevo contexto de la ideologización chavista, sino porque, al provenir la película de una realidad que en estricto sentido no pertenece al chavismo (no nació con la intención expresa de la ideologización chavista, como sí nació, por ejemplo, Zamora, tierra y hombres libres), el discurso puede perfectamente funcionar en dos sentidos y, desde este lado de la pantalla, yo preguntaría ¿a quién critica la película? ¿Quiénes son los nuevos ricachones que se permiten violar las leyes porque controlan el poder judicial? La respuesta es obvia.
Pero la película montaba aún su trama final en una superposición de signos que dejaría escuchar la queja ahogada de una arbitrariedad. El comisario León había hecho ya las primeras detenciones en el caso, habían caído los “hijos de papá”. Por supuesto, la prensa se arremolinaba alrededor del comisario para exprimirle una declaración. La escena de la película se abría como una gran ironía. Allí, frente a la fachada de la antigua PTJ, varios reporteros rodean al comisario y una sola cámara destaca por su rótulo: RCTV. Allí, en TVES, como un acecho invisible que espera el momento justo para desacomodar el sentido de la realidad, el logo de RCTV se resistía a desaparecer de la pantalla de TVES. Por supuesto, este “detalle” de producción (del film) revela la significación de un canal de televisión que se había convertido, para ese momento, y aún hoy lo sigue siendo, en ícono de la televisión venezolana por su tradición y su historia. De alguna manera, Román Chalbaud reconocía ese hecho. Pero la pretensión manipuladora de borrar lo evidente y bloquear la memoria para enmascarar el discurso ideologizante no oculta jamás las manifestaciones de lo real, que reverbera en el fondo, que siempre hace ruido y aparece por cualquier grieta.
¿TVES le hace un inadvertido homenaje al canal que forzosamente le “cedió” la señal? El último plano no puede ser más elocuente. El comisario León es víctima de los movimientos inescrupulosos del poder económico y los acusados por el crimen salen libres. El comisario, emblema de la justicia en el film, debe guardarse su ira y aceptar que es el lado más débil en el tira y encoge del poder. En silencio, el comisario sale del edificio de la policía y se pierde por las calles de Caracas. El último plano del film congela su mirada entreverada entre los músicos de una banda marcial. Allí, con la mirada detenida del comisario León, que es la mirada de la frustración e impotencia ante los abusos de una justicia endeble que se vende al poder, aparecen los créditos finales. Frente a mí, en la pantalla, donde se aplanan y se superponen como en un collage todos los signos de una larga cadena de producción cultural y política, se me hace visible el logo de TVES (que siempre ha estado allí, en la esquina de la pantalla, inscribiéndose en las imágenes como un registro del poder) y justo debajo aparecen las siguientes palabras: “Agradecimientos: Radio Caracas Televisión”; y detrás de las letras superimpuestas, la mirada ahogada de la denuncia.
Esa superposición de signos no dejaba de producir significaciones. Por un lado, el “agradecimiento” se me revelaba como un dedo índice que señala los excesos del poder que, ya en los límites desbordantes de su propia fuerza, pierde todo pudor y se desenmascara en la sonrisa cínica de quien se sabe impune. Pero por otro lado, la aparición del nombre y el logo de RCTV en TVES no deja de parecerme el signo de una voz que, desde un territorio sin sujetos, no deja de pronunciar su queja. El intento por controlar todos los espacios de la sociedad nunca producirá una superficie perfectamente lisa. Una tachadura es una tachadura, detrás de ella se adivina, quizás con más fuerza, lo que se intenta ocultar. El regreso de lo que se quiere controlar y reprimir es incesante, es el ruido que desestructura el mecanismo del poder. En Venezuela, ese ruido aún se produce desde un territorio sin sujetos, es sólo un ruido, una inadvertida superposición de signos. Es responsabilidad de quien asume una postura activa de oposición política, colocarse como sujeto de ese ruido y hacerlo voz de denuncia y fuente de movimientos políticos. Así, con una efectiva arma política, quizás se produzca un verdadero regreso, sin cinismo, de todo lo que este gobierno ha pretendido silenciar.