Al crítico amargado por excelencia, Jay Sherman, le apestaría «Happy Go Lucky» por su penetrante aroma de comedia agridulce, con olor a libro de superación personal de Paulo Coelho, al ritmo de «Las Chicas sólo quieren divertirse». El «Girl Power» en su fase de decadencia fashionista y light.Atención niñas intensas y despreocupadas de la ciudad de lo glam. Es contigo, fanática de «Sex and The City 2», «Sábado en la Noche» y el manual de Titina, «100 % Chic». Por no hablar de las «modernillas» quienes consideran a Barcelona la meca de la moda, el arte y la sofisticación bohemia.Vaya cursilería provinciana.
En el mismo sentido, los colegas menos condescendientes no se tragan a «La Dulce Vida», al considerarla una película fallida en la carrera de su director, bajo la mala influencia de la autoayuda y el estigma del cine choronga.Algo así como el quiero y no puedo del séptimo arte o el gato por liebre del arte y ensayo.
En efecto, para muchos entendidos, la película marca un antes y un después en la trayectoria sólida de su director, Mike Leigh. Supuestamente, ahora se habría ablandado con el paso del tiempo, vendiéndole su alma al diablo del mercado de consumo, pasándose al lado oscuro de la fuerza, después de resistir con dignidad, pesimismo y nihilismo desde la trinchera de la movida indie de Gran Bretaña, como alumno aventajado de la vanguardia «free» de la posguerra.
Según los especialistas, él sería, junto con Ken Loach, uno de los últimos mohicanos de su estirpe de dinosaurios al borde la extinción, cuando el conformismo amenaza con ser la única regla vigente a considerar a la hora de hacer largometrajes en Reino Unido.
Ante tal calamidad, el realizador siempre respondió a la altura de las circunstancias, para denunciar las taras y consecuencias de la devastadora gestión de los conservadores y laboristas en Inglaterra, de la época de Margaret Thatcher hasta la era de sus herederos posmodernos.
Frente a ellos y sus desastres,Mike Leigh nunca inclinó la cerviz y jamás llegó a cruzarse de brazos, en un ejemplo de cómo se debe recuperar la bandera de lo político en una época de resignación, muerte de las ideologías duras y triunfo del pensamiento unidimensional por consenso.
De ahí el estreno de títulos emblemáticos como «High Hopes»,»Life is Sweet»,»Naked»,»Secret and Lies» y «Vera Drake», donde desnudaría con sarcasmo las contradicciones y miserias de la sociedad postvictoriana en el apogeo de la cultura del vacío, el paro, el desempleo galopante ,la ruina moral de la clase media y la mendicidad del inconsciente colectivo.
Por ello, a primera vista, resulta extraña la aparente superficialidad y ligereza de «Happy Go Lucky», descalificada, a vuelo de pájaro, como una versión desmejorada de «Amelie».Pero en realidad, nada menos cierto. Si acaso, se trata de una deconstrucción del credo y de la filosofía optimista del arquetipo femenino encarnado por la célebre Audrey Tautou para Jean-Pierre Jeunet. Los rostros visibles de una Europa indulgente, evasiva, fascinada de su propia imagen de éxito y empeñada en creerse sus propios cuentos de hadas.
El principal defecto aquí es el hecho de enduilgarle al individuo la responsabilidad por el destino de su futuro, en un sistema democrático en crisis. El estado y el orden institucional se lavarían las manos y las culpas, mientras la mujer y el hombre quedarían a la deriva y encima con la obligación de conquistar la cumbre de la fama,el prestigio y la realización personal por sus medios en soledad. Allí reside la base conceptual de la mayoría de los mensajes publicitarios y propagandísticos en la actualidad, diseñados para apaciguar y adormecer conciencias. Mutatis mutandis y salvando las distancias, es el espacio de discusión y debate para una pieza como «Happy Go Lucky», al estilo de las meditaciones contemporanéas de Verdú,Baumann y Lipovetsky.
¿Cuánto cuesta alcanzar el camino de la redención a través de la felicidad plena?¿Es un problema de resolución egocéntrica, ciudadana o republicana?¿Con sonreírle a la adversidad nos basta y nos sobra, a pesar de carecer del más mínimo soporte económico y estructural? ¿Por qué entonces siguen habiendo tantos desesperados, neuróticos e insatisfechos con su existencia, sea gris o de color esperanza?¿La alternativa es fingir demencia y emprender la iniciativa ombliguista?¿Dónde termina lo público y lo privado en relación con la debacle de la familia, la educación y la escuela?
Para el cine facilista y simplista, la respuesta es sencilla a la manera de un consejo de Adriana Azzi y Osmel Souza: tú ganas o pierdes si le pones empeño,ganas,coraje y corazón, al margen de las limitaciones de tu entorno. Es la ley del Miss Venezuela, de la Tigresa del Oriente y del dogma «new age» del tercer milenio, a la usanza Hollywood de «The Blind Side»,»Precious» ,»The Pursuit of Happyness» y «Crazy Heart». Cantos a la reafirmación del sueño americano para canalizar y capitalizar los aires de la depresión.
En cambio, para el cine en busca de complejidad, es difícil encontrarle una salida y un escape elemental al conflicto. Verbigracia, es el caso de «Happy Go Lucky», cuya protagonista lo intenta con bondad y humanidad, aunque tampoco lo consigue. A su alrededor, la circunda la tristeza, la indigencia, la esquizofrenia, la violencia y la incomunicación. Es decir, los eternos caballos de batalla de Mike Leigh. Por tanto, es exagerado tacharlo de Judás y llamarlo traicionero. En honor a la verdad, continúa en lo suyo con inteligencia, humor negro y sensibilidad, a la altura de otro estreno similar de la cartelera, «Un Hombre Serio». Ambas confrontan la ingenuidad de dos maestros con el derrumbe de sus utopías y promesas de reivindicación. Los dos sobrellevan el estancamiento con humildad, heroismo y dignidad, amenazados por la envidia, la melancolía y el hastío. En términos literarios, se proyectan como un par de «Cándidos» o «Quijotes» condenados a madurar y a crecer a punta de golpes.
A propósito, hay mucho de picaresca española en «Happy Go Lucky». De hecho, su secuencia inolvidable la incorpora una profesora de flamenco, para partirse de la carcajada. Ya la quisiera haber descubierto,Pedro Almódovar.
Por cierto, es interesante el trasfondo pedagógico de la trama. Con ella aprendemos el valor de la disciplina y sus dilemas en el siglo XXI.Aparte, nos enseñan a dejar las poses rígidas y solemnes a un lado, al burlarse de las imposturas de la civilización occidental. No en balde, la protagonista nos recuerda con su entusiasmo «clow» al bufón de Pee-Wee Herman en su aventura de Tim Burton, donde el payaso también desenmascaraba a la corte de la represión y el puritanismo.
Para cerrar, el desenlace aboga por la defensa de la condición femenina en antítesis al colapso nervioso de la dominación másculina. Las mújeres nos despiden a lo lejos, filmadas y fijadas en un plano cenital de resonancias alegóricas.
La metáfora es sugerente, abierta y nos invita a identificarnos con la voz y la actitud de su personaje central. En vez de satanizarla o glorificarla, Mike Leigh cumple con retratarla con justicia y como es: aplomada y en perfecta armonía con su medio ambiente. Lamentablemente, es una gota en un estanque de intranquilidad y de aguas tormentosas.Por fotuna, como dirían por ahí, lo pequeño es hermoso y trasciende. Así me retiro por el día de hoy.
Si les suena demagógico o falso, nos vemos en el foro para conversarlo y discutirlo.
Buena suerte o «Happy Go Lucky».