Película repetida, deja vu o periódico de ayer, la edición 2010 de «Por Medio de la Calle» pasará a la historia como otro intento fallido de Platanoverde por reconciliarnos con el ejercicio pleno de la ciudadanía.Sin duda, algo muy bonito, loable y hermoso en el papel, pero absolutamente contradictorio y contraproducente en la realidad del evento.
El resultado fue el de ayer, hoy y siempre: de la emoción derivamos hacia la decepción, de la utopía devenimos a la distopía y de la emoción de multitudes volvimos a caer en el desorden entrópico de la ritualización del caos, donde cada quien jala para su lado y compite por un pequeño espacio, como en un reality show ambulante de corte darwinista. Todo un circo beat, fashion y egocéntrico a la escala de un «Latin America Idol» lleno de talento replicante, clónico, autoindulgente, apolítico,desconectado de su contexto,intrascendente,ombliguista y demagógico.
Ni hablar de las propuestas artísticas eclipsadas por las mareas de gente, anuladas entre sí como en una Megaexposición populista de Farruco Sesto, cuya incapacidad de discriminar en la curaduría lo lleva a confundir calidad con cantidad.
Para mayor inri, la muestra congregada era banal, carecía de rigor y llegaba tarde a conclusiones estéticas ampliamente superadas en el extranjero, aunque ahora asimiladas tardíamente en forma de novedades reencauchadas y posmodernas, desde la periferia y la provincia.
Por enésima vez, deambulamos entre un fuerte eclecticismo naiff al borde de lo kistch,un blandísimo conceptualismo underground desfasado y naturalizado, un tono irreverente inofensivo y un reciclaje caduco de la Venezuela Súbterranea de hace diez años atrás. ¿Hasta cuándo con la invocación complaciente y cándida de los cuatro elementos en beneficio de la gestión oficial?
Por ende, habían docenas de pinturitas inanes, propuestas gráficas de diseño empalagoso y cursi, perfomances ya vistos, dibujos de casitas e instalaciones de figuritas de plástico para el deleite de grandes y chicos.Cualquier semejanza con el título del documental «My Kid Could Paint That», no es mera coincidencia.
Los niños querían expresarse creativamente y consiguieron a un mecenas dadivoso para darle rienda suelta a su ingenio desbocado de vanguardistas trasnochados. Así es nuestro paternalismo adocenado, farandulero y frívolo a lo MTV en su fase de degeneración mainstream. Lo verdaderamente alternativo es descartado y relegado a un segundo plano, por debajo del reinado de lo trendy, lo masticado y lo comprometido con el juego del poder, en busca de fama, estabilidad y reconocimiento comercial.
Para muchos de los músicos invitados, el único objetivo a la vista parecía vender su marca, reforzar su imagen en el inconsciente colectivo y ofrecerse a las redes sociales del mercado de consumo,cual joven neurótico preocupado por acumular «seguidores» en su cuenta de Twitter y Myspace, a costa de su exhibicionismo y de su oportunismo. Mal síntoma de la propagación nacional del culto a la personalidad.
En pocos palabras, como diría Paula Sibilia, es la intimidad gestionada como espectáculo y relato para las masas, en la era del «second life». Se trata, por desgracia, de unos de los peores efectos(boomerang) del fenómeno de la democratización,de la inclusión y de la apertura subjetivista a la dictadura de la generación «yo», cuando el remedio lejos de curar la enfermedad del pasado, la agrava.
En consecuencia, impera un régimen totalitario gobernado con puño de hierro, por adolescentes soberbios, arrogantes y enamorados de sus propios reflejos, como una infantería de narcisos guapos y apoyados por el estado y la empresa privada. Para mí, es un coctel explosivo y letal de «El Señor de las Moscas» con «El Tambor de Hojalata», «The Beach», «Toy Story 3», «Al Sur de la Frontera», «Ciudad de las Tormentas», «Taking Woodstock» y «Gimme Shelter».
Se pretenden cambiar las reglas del tablero, al precio de sustituirlas por unas idénticas y hasta peores. En principio, la idea es reencontrarnos con los valores perdidos de la urbe, en sana paz y armonía con el ambiente. La tolerancia es posible. Al final, el sueño y el proyecto se derrumban como un castillo de naipes ante el advenimiento de sus incongruencias y falencias de origen.
Para empezar, retornamos al averno del colapso vial y peatonal del centro de la capital, a merced de la hostilidad, la inseguridad, la incomunicación, la alienación, la soledad en muchedumbre y el miedo al contacto con la diferencia.
Por eso, cada quien andaba en lo suyo, segregado del resto en pequeños guetos fragmentados y disociados, mientras los intercambios se diluían con fugacidad. En un circuito de tales dimensiones, jamás pude conseguirme con mis amigos y colegas, a pesar de mantenernos imbricados por vía celular. A veces, la tecnología tampoco funciona. No obstante, los comentarios en 140 caracteres salvaron la noche y le pusieron picante al caldo morado de modernidad recalentada.
Los «gafapastas» desfilaban con aires de vedettes y los divos de la escena luchaban por atraer la atención.En ambos casos, los triunfadores se topaban con la derrota de la indiferencia, la apatía y la displicencia del anonimato. Por ahí vimos a una candidata en permanente campaña por su causa onanista, a un comediante de cacería, a un estilista de pollinas «grafiladas», a un rapero olvidado, a un notable de punta en blanco coleado y asomado en la fiesta, a una pila de escritores pedantes y a la clásica prole de la movida indie, estancada y encasillada en su estereotipo. Para ellos es difícil crecer, madurar y quemar etapas.Prefieren conformarse y creerse integrantes de una raza superior, de una élite de pioneros incomprendidos. De morirse de la risa.
La distribución de las tarimas lucía desigual y desproporcionada. A unos les proporcionaban una cancha tremenda, para tirar sus cohetes mojados, y a otros los condenaban al ostracismo de la nada, en condiciones adversas y deprimentes, con una luz y un sonido de deficiente a inaudible. El pobre tarantín de la «Liga del Rock» se llevó el premio a la improvisación y a la falta de presupuesto, al emplazarse en una esquina de poca relevancia, en el límite de la locación. Fue el cajón de sastre de los marginados de la selección oficial, y por consiguiente, no se les hizo la menor justicia.
En paralelo, el público desbordó a las demás estaciones, dificultando los accesos, las entradas y las salidas, a la par de los conciertos de la Rinconada. El sector de la electrónica combinaba sesiones intensas con un hacinamiento insoportable. Bailamos apretados y nos sentíamos en un vagón del metro a la seis de la tarde. De «Subhysteria» total.
Los grupos tocaban de prisa, se pisaban la manguera y repetían sus comprimidos repertorios desgastados en barcitos, festivales y emisoras para «teenagers wannabes», convencidos solemnemente de su importancia. Por supuesto,las comodidades y servicios brillaron por su ausencia, así como la seguridad a cargo de unos policías extravíados, amargados y con cara de perdonavidas.
Por fortuna, la audiencia se las arregló para gozar del momento y de la situación. Ello denota la necesidad de romper con la rutina del centro comercial, a la cual nos hemos acostumbrado por defecto.
Para la próxima, ojalá se hagan los correctivos pertinentes y se perfeccione la iniciativa.Los caraqueños se la merecen, no como un acontecimiento o un hecho aislado, sino como una cita obligada de los fines de semana.
Siempre deberíamos disfrutar de por el medio de la calle.Lo contrario es seguir explotándola como una coyuntura extraordinaria o un obsequio para agradecerle a las autoridades competentes. Entiéndase, no es una concesión o una excepción, es un derecho inalienable. Paradójicamente, la sostienen quienes se encargan de trasformar a las calles en lugares de paso, en beneficio de las convocatorias y los negocios redondos de la zona.
Es fundamental aprovechar el pretexto, no sólo para emborracharse como una cuba, sino sobre todo para crear conciencia ciudadana. Nada sacamos de positivo, si al final de la jornada, apenas nos quedan los ratones morales, las montañas de desperdicios, los autos robados, las ganancias del mercado negro( de alcohol y droga),los recuerdos chimbos,los jardines destruidos y las calles desoladas y vandalizadas como después de una guerra civil, una poblada o una celebración del mundial. Extrapolando la metáfora de mi estimado Gerardo Zavarce, «Por el Medio de la Calle 2010» me huele a Caracazo culturalista con sabor agridulce de amanecer gaitero el 31 de diciembre.
Es tiempo de despertar de la fantasía, con dolor de cabeza y resaca, para volver a afrontar el problema de nuestra pesadilla. Bienvenidos al desierto de lo real.