Llueve sobre mojado y llega tarde a una conclusión descubierta y superada desde antes de la fecha de la invasión a Irak: lo de las armas de destrucción masiva era una vulgar mentira para justificar el derrocamiento de Sadam y apropiarse de los recursos energéticos de su castigado país, hoy doblemente martirizado por la presencia indefinida de las fuerzas neocoloniales de ocupación. Al final, se cambió una dictadura primitiva por otro sistema de opresión anticuado y desfasado.
Frente a ello, el aporte de «Green Zone» es poco, por no decir nulo. Sin embargo, si es un paso adelante de cara al apoliticismo conformista de la tesis de «The Hurt Locker», ambigua defensa y apología de la intervención del medio oriente por parte de un estado agresor comandado por los halcones del partido republicano. Hoy, por fortuna, ya son historia. Lamentablemente, su legado sigue intacto durante la gestión de Obama, quien prometió salirse de allí y todavía no cumple con su palabra.La demagogia y la decepción pican y se extienden.
En tal sentido, el guión también redunda en la materia. Su argumento de fondo peca de trillado, así como su estructura arquetipal. El personaje central supone una síntesis o un ensamblaje militar a lo «Monstruo Milton»(tu seguro servidor).
Por un lado, es una reencarnación del héroe americano clásico de una sola pieza, en la tradición de «Rambo», cuya misión imposible es salvar a la patria por sus propios medios delante de la corrupción de la burocracia oficial. Por cierto, uno de los temas reivindicados por el director del film,Paul Greengrass, a lo largo de su filmografía desigual.
En paralelo, el protagonista reencarna la doble moral y el sentimiento binario de los atormentados soldados de Oliver Stone para «Pelotón» y «Nacido el 4 de Julio», según los cuales, existen manzanas podridas y ángeles caídos en el infierno del género bélico. De hecho, el peor defecto de «Green Zone» es su reduccionismo psicológico, donde buenos y malos se confrontan como en un western de orígenes del siglo XX. Por ende, en el subtexto, se le brinda legitimidad a la teoría binaria rescatada por la propaganda para sostener la injusticia de las cruzadas del poder en el inconsciente colectivo.
En «Ciudad de las Tormentas», el villano de comiquita será, oportunamente, desenmascarado por el llanero solitario de la partida, hacia el desenlace de la aventura, cuando tengan su respectivo enfrentamiento, cara a cara. Por lo demás, la selección del reparto busca subrayar dicho contraste y choque de egos entre un Greg Kinnear estereotipado y un plano Matt Damon profundamente encasillado en su imagen de chico del poster de «La Supremacía Bourne». Aquí tenemos una secuela de ella en el desierto, bajo el mismo andamiaje de persecución a campo traviesa. De nuevo, la prolongada acción se traga al escaso contenido.
Se valora el esfuerzo humano por desnudar la situación real del contexto aludido, al retratar la miseria y la mezquindad de una empresa condenada al fracaso.Lamentablemente, la denuncia vuelve a quedarse corta. Interesados en conocer el asunto con seriedad y autenticidad, remitirse a documentales de la talla de «Irak for Sale», «Shadow Company», «Why We Fight»,»Irak al Descubierto»,»El Poder de las Pesadillas» y «SOP», por nombrar algunos. De igual modo, en el ámbito de la ficción, les recomiendo ver los mejores de la corriente contemporánea: «The Messenger» y «Redacted». Palabras mayores en la confrontación con el pobre libreto de «Green Zone».
Para muchos,Paul Greengrass es un coloso. Ciertamente, hizo una joyita en su etapa de consolidación británica, Bloody Sunday. Pero para mí, después comenzó a diluirse y a licuarse dentro de la merengada multicultural de Hollywood, al punto de perder su sabor original, perfectamente deglutido por la industria en series como «24 Horas» y «Lost». Por lo demás, su estilo tampoco fue inventado o patentado por él. Es el resultado de asimilar tardíamente los códigos de la vanguardia danesa del Dogma 95,a los criterios de producción del cine indie-mainstream. Además, antes vino Peter Watkins a fundar los cimientos del docudrama con sus obras maestras. Por consiguiente, «Green Zone» es el último eslabón de una cadena iniciada en los márgenes de la meca, al cobrar carta de natalidad, la movida del «cinema verité».
De allá para acá, el tiempo corre con urgencia y al cabo de las décadas, la guerrilla es absorbida por la cultura oficial para refrescar sus viejos códigos de expresión, al costo de abandonar las luchas ideológicas de su materia prima. De allí emerge, entonces, un proyecto como «Ciudad de las Tormentas», potenciado en el empaque aunque aligerado en su carga interior.
Celebramos el rigor en la fotografía, en la edición y en la puesta en escena.Resentimos la inconsistencia del mensaje y del discurso en clave de mea culpa.
Después de todo, Matt Damon quiere marcar distancia con el Pentágono,darse golpes de pecho como Robert Redford en «Leones y Corderos», elevar su voz de protesta por el tópico de «no más sangre por petróleo» a la manera de Eminem, y sacar ventaja del clima de río revuelto o de ciudad de las tormentas. Ironías de la vida, hasta él obtuvo su tajada económica y publicitaria de la guerra de Irak. Vaya hipocresía de la responsabilidad social. Por tal razón, es el hazmerreír de los chicos de South Park para su impacable cinta, «Team América», una parodia de lo ofrecido por «Green Zone», versión solemne y «choronga» del problema en cuestión.
Para rematar, Paul Greengrass continúa extraviado con su brújula a la hora de retratar a los diferentes, a los musulmanes. Ya los convirtió en una fotocopia posmoderna de los indios de John Wayne y de los vietcongs gritones de «El Francontirador». Ahora insiste en subestimarlos y en rebajarlos como seres incapaces y mutilados. El esquema de «Vuelo 93» persiste en el aire de la cartelera, a la sazón de sus pilotos occidentales y etnocéntricos.Para aterrizar en un lugar distinto, los invito a investigar y a profundizar. De lo contrario, se volverán a estrellar con los terroristas de caricatura de costumbre.
También nos merecemos la otra versión, la de las víctimas del atropello y de la violación de los derechos humanos.
Ojalá la polarización criolla no desdibuje el debate alrededor del estreno de «Ciudad de las Tormentas».
Bienvenidos a la discusión.
PD:se me olvidaba. Por último, el machismo del realizador lo conduce a cincelar y a modelar una fachada siniestra de una mujer periodista, manipulada por el estatus, como títere de Washignton en el teatro del cuarto poder. Por supuesto, es Matt Damon el encargado de impartirle una clase y una lección de ética para Amador en el ejercio de su oficio en crisis, luego del auge y la caída del fenómeno Watergate.Así resucita la guerra no declarada contra el feminismo en el cine bélico del tercer milenio. Ergo,Paul Greengrass es un talibán.