Querida madre:

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Querida madre:

Yo se que esta carta no la leerás. Estás muerta. Pero necesito hablar contigo y esto es lo más cercano que estaré a hacerlo. Si no te hubieses muerto, esto no habría pasado, y sería una lástima. Pero recordemos a papá cuando preguntaba a cualquiera: “¿Sabes que es jodido?”, para él mismo responder: “La vida”. Y así ha sido para nosotros. Ambos sabemos que la pasión por el trabajo nunca caracterizó a nuestra familia, y más de una vez todo se veía cuesta arriba. Pero qué felicidad sentimos el día en el que cumpliste 65 y llenamos la nevera de cerveza con tu primer cheque de la pensión. Y cuando me dejaste, el temor de no volver a recibir esa pensión y de no vivir un momento similar, me invadió, y no me quedé de brazos cruzados.

Menos mal que te atropellaron la primera semana del mes, así me diste chance de que me crecieran las uñas, sólo me las tenía que pintar de rojo. La cola que me hacía en el pelo, que decías que parecía de niña, era perfecta. Y con tu maquillaje y la ropa que compré en el Tijerazo, tu tienda preferida, ya estaba listo para empezar mi nuevo trabajo.

El 30 de ese mes estaba bastante confiado. Pasé toda la mañana practicando tu voz y me salía perfecta. Te sorprenderías. Hasta telefonié a tía y se cagó del susto pensando que la llamabas del más allá, pero colgué de inmediato, porque si algo me enseñaste, fue a ser humilde. En el mediodía empecé a ponerme rubia, y me sequé el cabello. Luego me puse un poco de tu maquillaje y bastante de tu pintura labial rojo escarlata. Al comienzo me sentí un poco extraño, pero debo admitir que me veía mejor de lo que jamás luciste, mamá. Hubieses estado tan orgullosa. Agarré tu cartera enorme y fui al banco.

Estaba tan confiado de que lo estaba haciendo bien que socializaba con los demás de la cola. Hasta hacía chistes referentes a la tercera edad. Ahora que era uno de ellos, tenía licencia para burlarme. Cuando llegué a la taquilla, me tomé mi tiempo. Conté 100 segundos para sacar tu cédula de la cartera. Un joven obstinado que estaba atrás dijo: “dale vieja, yo si tengo una vida por delante”. Ya me estaba cansando del irrespeto que nos tienen a los mayores, pero la señora en la taquilla me trató con tanta amabilidad. Ojalá todo el mundo nos tratara de esa manera. Me dio los 780 bolívares de la quincena, que eran 339 cervezas. Hubiese podido llenar la nevera por lo menos cuatro veces. Por primera vez, sentí que era bueno para algo.

Sinceramente,

Tu hijo

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