panfletonegro

Abstinencia

/home/depr002/panfletonegro.com/v/wp-content/themes/panfleto2019/images/random/depr_19.jpg

En todo cuento hay una acción. En éste sólo hay miedo. Miedo a cruzar la puerta frente a la que me encuentro, deseando con todo mi ser no cruzarla, porque ni quiero ni puedo hacerlo. Los cuentos, se dice, son una acción corta; pero los pensamientos no son acciones y no podrían serlo jamás porque su esencia es no ser acciones, y no hay manera de que algo pueda ser algo fuera de lo que ya es y siempre debe estar alejado de lo que no puede ser.
Como ya dije (… no; «dije» no porque decir es una acción… más bien «pensé») estoy de un lado de una puerta y no puedo abrirla pues aquí no hay movimientos. De este lado la vida es tan monótona como la describo: las acciones –si las hay– escasean, y los movimientos son tenues y pesados al mismo tiempo por su propia ligereza; suena música de vez en cuando pero realmente, menos que música, son continuaciones de notas en correcta armonía repitiéndose en el loop eterno de los cánones,
las modas,
los gustos,
el cambio de los tiempos,
el progreso de la civilización,
la innovación del arte,
el «déjame en donde puedas»,
el ajetreo de la urbanidad,
las revoluciones burguesas,
el advenimiento de la música de los pobres,
la exotización de La Salvia Divinorum y otras sustancias estupefacientes y psicotrópicas,
el idioma del vulgo,
las burdas costumbres del Pueblo,
la llegada de la psiquiatría,
el Renacimiento,
la bandera, el himno y el escudo,
las elecciones libres y el sufragio universal,
los juegos de video,
los analfabetas e ignorantes,
los gobernantes,
las células y los celulares,
el Juego de la Oca,
el misterio del ornitorrinco,
las parodias divinas,
la mundana comedia,
el respeto a la Constitución y a las leyes,
la bondad humana,
el patrimonio del clero,
la independencia y su bicentenario,
los restos de sus muertos y los de otros,
los bebés en las incubadoras,
las cesáreas y los astronautas,
las rocas rodantes y el metal,
las fuerzas relativas,
la posmodernidad inminente,
las lenguas muertas de obligatoria enseñanza,
las que están por nacer,
el síndrome de Estocolmo y el de abstinencia,
las parcas,
las arpías,
los minotauros,
los unicornios,
los narvales,
los cuervos,
Edgar Allan Poe,
el «¡qué ladilla con esta vida!»,
el «Soi Ð la Ant.ª ynoble*cof.ª Ðla birg.. im adre*Ð dios.»,
las lunas luneras,
y los colores.
Del otro lado de la puerta todo es diferente, y lo sé porque lo he conocido antes. Cruzándola se sigue estando en el mismo mundo y viviendo la misma vida, pero no es en absoluto lo mismo. ¿Será porque la música es distinta y constante? ¿Cambiante en su fondo mas nunca en su fuente? Pero hoy no puedo ni quiero cruzarla, y sin embargo añoro demasiado estar del otro lado.
Lo doloroso de todo esto
no es que esté tan lejos
yo del pasillo
y el pasillo de mí.
Lo doloroso de todo esto
no es que no quiera cruzar
la puerta que se me atraviesa.
Lo doloroso de todo esto
no es no querer surcar el portal
de la monotonía y la parvedad.
Lo doloroso de todo esto
son las penurias y maldiciones
sonsacadas del fondo de mi entelequia
que es, que piensa y que siente,
y que no quiere ni puede
cruzar la puerta.
Aquí no hay trama, ni de este lado del portón ni en este cuento. No hay trama porque sólo hay pensamiento. En este cuento sólo hay pensamiento. ¡Y miedo! También hay miedo. El no querer y la impotencia de empujar la madera y de traspasar las tres vigas que apartan el cemento es puro miedo. Es más fácil decirlo de lo que se podría pensar: tengo miedo de cruzar la puerta. Aun sabiendo cómo es el otro lado.
No merezco estar en ti,
recámara prohibida,
por sentir el miedo que siento en este momento,
y por pensarlo,
y por ser el miedo que siento en este momento.
Es ésta la letra que te daría
incluso sin saber la música que suena
en tus vivas entrañas,
en tus mejunjes afrodisíacos,
en tu tierra;
cantaría a la cigüeña que te trajo
envuelta en sus alas
cargándote en tus peplos de cal
con sabor amargo.
Mi vida no vale los cien camellos que necesitaría para entrar en ti, paraíso. ¿Habré de cruzarte, puerta? La tentación propuesta es tanto inapreciable como irrechazable, y he de tomar algo, entonces, leve y poderoso: el pomo de la muerte… perdón: de la puerta. Pero evito las acciones y me enriquezco con los pensamientos eternos… eternos… eternos. Sé que mi madre leerá todo esto porque lo escribiré luego en un librillo. Es más: ahora mismo lo está leyendo, ¿lo estás leyendo, cierto? ¡Suéltalo ya!
Me mece el vaivén de mis decisiones
cual barca despoblada de sensaciones.
Soy un hombre flotando en un mar
en el que todo se mueve:
la marea,
las algas,
los peces,
las olas;
todo menos el barco que tengo frente a mí.
Quitadle el movimiento a un barco
y dejad el resto igual:
la marea,
las algas,
los peces,
las olas
y uno mismo;
veréis el sinsentido y el absurdo
en el que me encuentro.
Pues de este lado de la puerta
hace falta un barco en movimiento.
No pienso accionar, para nada. Me cuesta creer haberlo considerado en algún momento. Una vez cruzado al otro lado de la puerta y regresado al primero (como he hecho yo) ya no hay vuelta atrás. Me quedan los recuerdos de tiempos mejores, cuando habían canciones desnudas en busca de sus letras. Y cuando uno tenía el único deber de vestirlas.
Quizás eventualmente vuelva a cruzar la puerta, pero no será ahora ni será pronto. Date cuenta de que lo que la gente dice que es malo no es malo para todos, sino para algunos. Para ellos solamente. ¿Por qué, siendo todo natural, sería algo «malo»? Lo malo es la perspectiva de los plañideros y de los dolientes. ¿Para qué habría que demostrar lo que no puede ser de otra manera? Estando en ésta, la ribera de la corrección en la conducta y del futuro que uno quiere, la esquina de las ambiciones, la orilla de la urbanidad y las buenas maneras, el lado del trabajo y del falso trabajo por un país mejor, la acera de las responsabilidades, y a un día de haberte conocido formalmente, yo declaro que te extraño. Es ésta la única acción de este cuento: yo te digo que yo te extraño. Te extraño más de lo que debería y menos de lo que te mereces.

Animus a Nemo,
27 de junio de 2010.

Salir de la versión móvil