Taking Woodstock:Principio y Fin de la Contracultura Hippie

0
1119


El estreno nacional de «Taking Woodstock» encarna no sólo varias de las constantes del «Festival de Estados Unidos» sino cuatro de las tendencias del cine independiente en la actualidad: la persistencia del paradigma neoclásico desde el enfoque de la revisitación posmoderna, la búsqueda del origen bajo la influencia del sentido histórico, la reflexión sobre el pasado para comprender mejor el presente y la continuidad de ciertos modelos autorales prototípicos en estado de crisis, cuyos exponentes afrontan la encrucijada de seguir arando en la misma zanja o de abrir camino hacia un derrotero diferente.

Por tanto, no es casual la estructura asumida por Sam Mendes para narrar su «Away We Home», a través del esquema sinuoso de la road movie, donde puede adaptar un trayecto menos rígido y suelto para volver a cuestionar los principios fundacionales del sueño americano.

De igual modo, tampoco es fruto del azar la llegada de un título como «The Burning Plain», porque además de ser el debut de Memo Arriaga en la dirección con mayúscula, le permite a su realizador-guionista replantear su formato de melodrama deconstruido( aunque luzca agotado y reiterativo para algunos).

Por su lado, James Gray consigue alcanzar la cúspide de su estilo retro con la pequeña obra maestra, «Dos Amantes», metáfora de los dilemas y de las pasiones encontradas del séptimo arte off Hollywood, escindido entre el miedo a romper con el subsidio de las estrellas de la meca y la voluntad de hacer estallar en mil pedazos la burbuja del romanticismo populista.

Por último, la más emblemática del lote posiblemente sea «Crazy Heart», una hermosa elegía crepuscular, en tono de balada country, alrededor de sendos ejes contemporáneos en la industria y fuera de ella, la decadencia y la resurrección de los viejos géneros de la cultura de masas, incorporados por un «Luchador» de la talla de Jeff Bridges, quien ya había hecho algo similar con «Fat City» de Huston, al propinarle aire fresco a otro cliché ahogado y faltó de oxigeno, el de la épica deportiva. Ahora le toca encarar el papel del «Gran Torino» ,del «Maverick» o del veterano eclipsado por las generaciones de relevo, presto a pasar el testigo y a ofrecer una noble resistencia antes de tirar la toalla, cual John Cusack en la también melancólica, mortuoria y regeneradora,» La Vida sin Grace», film acerca de cómo superar la pérdida de la inocencia con madurez, sensibilidad e inteligencia al calor de la familia.

En paralelo, «Hombres de Mentes» recicla la plantilla de reclutamiento de la sátira coral, a lo «Mash», con el interés de desmitificar el tema de la guerra en tiempos de Irak. Si apenas cambiamos el telón de fondo, obtenemos como resultado «Taking Woodstock», una película a la usanza del Robert Altman de «Nashville», pero sin toda su carga corrosiva y su originalidad expresiva. Aun así, la preferimos por encima de las novelas calculadas y laureadas de su director, Ang Lee, diseñadas milimétricamente para recibir la beatificación inmediata del consenso internacional, a base de un develamiento «glamoroso», de revista Vougue, de los tabús de la corrección política(la homosexualidad en el western,el adulterio en sociedades rígidas y conservadoras,etc). Naturalmente, a la audiencia puritana le gusta escandalizarse con ello, armar quilombo y confrontar sesiones de catarsis y de epifanías colectivas al ver las cintas( de ahora) del realizador, cuando las de ayer eran superiores pero menos conocidas.

De hecho, «La Tormenta de Hielo» fue la cima o el techo en la obra conjunta y compacta del consentido oriental de la academia, junto con su colega mainstream, Zang Yimou, doblemente comprometido con la censura de China y la de occidente.

Por fortuna, nadie puede acusar a Ang Lee de acomodaticio y de aceptar los criterios de mordaza de las autoridades incompetentes en el lejano oriente. Por algo le mutilan sus películas a cada rato, y él ni corto ni perezoso, se las deja mutilar para no perder mercado, más allá de enojarse de la boca para afuera delante de las narices de la prensa global.

Sea como sea, el caballero es astuto y se mueve como pez en el agua, de Norte a Sur y de Este a Oeste. Es un favorito de Cannes, Berlín, Venecia y San Sebastián. Verbigracia, estrenó «Taking Woodstock» en el certamen competitivo de Francia, y en honor a la verdad, regresó a casa con las manos vacías y la cabeza gacha, después de absorber los duros golpes de la indiferencia del jurado y del periodismo especializado, impaciente y siempre a la espera de la perfección absoluta.

De ahí la insatisfacción general suscitada a raíz del lanzamiento de «Taking Woodstock», pues renuncia a las expectativas sembradas en el evento, al margen de sus héroes multimedia y en pos de la reivindicación de sus personajes anónimos,de la trastienda, como un muchacho anodino, un trasvesti despechado,unos padres confundidos en la traslación y unos chicos refugiados en su viaje interior, de orientación psicodélica, dentro de su minivan.

Para mí, allí radica la auténtica magia del proyecto. Lo otro equilvadría a tomar un atajo sencillo, el de la salida fácil y oportunista de concebir un docudrama del concierto con dobles de Janis, Hendrix y compañía, inspirándose en el trabajo de no ficción de 1970, «Woodstock»,ganador del Oscar y editado por Martin Scorsese con Thelma Schoonmaker.
Si acaso el montaje de Ang Lee, evoca la pantalla partida a la mitad de la pieza de marras, aparte de un puñado de guiños experimentales de vanguardia trasnochada. De resto, la mirada es contemplativa, reposada y sarcástica, al borde de la frontera del «behind de scenes» y del «making off».

Por consiguiente,el dispositivo de rodaje queda al desnudo, mientras se despoja el aura del suceso ante el caos de la organización, el desbordamiento de la convocatoria y las normales incongruencias del contexto.

Irónicamente, Ang Lee asoma las contradicciones e ingenuidades de la época,al desenmascarar sus negocios escondidos de rebeldía empaquetada. Según la óptica del cinesta, Woodstock es el principio del fin de la contracultura hippie,en cuanto la esencia del movimiento acabó por convertirse en una moda a escala masiva, instrumentalizada por los comerciantes de la paz y la intesidad underground.

En consecuencia, el genuino aporte de la irreverencia y del desafio utópico del socialismo de los sesenta, termina por alimentar y expandir las arcas del capitalismo. Los chorros de efectivo fluyen como torrentes sanguineos, para patrocinar un espectáculo aparentemente liberador y espontáneo.Pero nada menos cierto.

Para sustentar su tesis, el conductor evidencia el impacto social del aterrizaje de la maquinaría Woodstock en una comunidad rural de la provincia. Ang Lee favorece su punto de vista y el de los integrantes del pueblo invadido, con el propósito de reflejar el choque de lo viejo con lo nuevo, del centro con la periferia. Los daños colaterales no son eludidos, e invitan a interpretar el relato de un modo poco complaciente.

La apuesta más arriesgada del juego, consiste en dejar fuera de campo el anzuelo o la carnada musical del acontecimiento. Finalmente, cuando el protagonista decide romper con sus atabismos y emprender la aventura de mezclarse con la multitud, una parejita lo adopta, lo rescata de la soledad y lo recluye en su tienda de campaña en el interior de una camioneta.
A los lejos resuenan los ecos del «Woodstock» universal, y ellos casi ni se dan por enterados. Por lo visto, para Ang Lee, lo mejor es haber participado o dejarse contagiar por la corriente del instante, como cualquier mortal, como ustedes, como nosotros. Lo demás se lo lleva el viento y es una historia totalmente masticada y trillada.

Como epílogo o como colorario,»Taking Woodstock» culmina con el recuerdo de la desolación del día después de la clausura, en un terreno colmado de desechos y residuos de consumo material, cercanos a los de un vertedero de basura o a los de un campo de guerra a lo «Apocalipsis Now».

No en vano, la estocada final se la propina la última secuencia de la película, donde los organizadores del evento confiesan repetir la experiencia, pero en la costa oeste, cuando montarán el concierto de Altamont en San Francisco, saldado como una catástrofe y como el hundimiento de la cruzada hippie impulsada por Woodstock, todo lo cual fue denunciado por el documental, «Gimme Shelter», sobre la fallida gira de Los Rolling Stones por Norteamérica.

Así empezó la debacle y la constatación del fracaso. Los Hells Angels apuñalaron a un pobre afroamericano, hasta darle muerte en una danza macabra de simpatía por el diablo. Desde entonces, la violencia enclipsó al amor y el afán de lucro se tragó al ánimo de contestación de los jóvenes. MTV y la consumación de los remakes de «Woodstock»,tan sólo prologaron el efecto narcotizador y neutralizador.

Hoy «Taking Woodstock» cumple con la tarea y la misión de analizar y evaluar la trascendencia del símbolo de una era, traicionado por su herederos, sobrevalorado por los dueños de la franquicia, olvidado por las memorias banales, y remozada en su justa medida por Ang Lee.
En lo personal, la considero una opción recomendable.

Cualquier semejanza con inciativas como el Festival Nuevas Bandas y los conciertos del 2010(Calamaro-Green Day), no es mera coincidencia.

Requiem For A Dream( de mayo de 68 en adelante).

Respuesta al kistch condescendiente de «Hair» y «Across the Universe».

Good Bye Lenin.

Bienvenidos al debate.

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here