En el nuevo gran mall del este de Caracas, me siento pacientemente a escucharle su queja de turista del norte, que no entiende este nuevo país que no se parece al que dejó años atrás ni mucho menos al que le pintan los acólitos. Lo capté enseguida. Si alguien te dice con una seguridad aplomada que suena a amenaza, que deberías ser menos honesta, que deberías guardarte tu sinceridad, sabes que esa persona está muerta y que quiere que tú la acompañes en el cajón. Él es como un Edward Cullen andropáusico y con resaca. “Parece Miami Beach” dice con asombro temeroso, acerca del mall. Tampoco se percata de lo que está pagando por la pizza, ni mucho menos de que ese en realidad, metafórica y literalmente, es mi dinero.
Es mejor discursearte, no me obligues a recordarte cuánto sol llevas en la piel, como la carajita que acaba de interrumpir nuestra insigne plática pidiendo dinero a cambio de unos llaveritos para que veamos una obra teatral sobre el maltrato a las mujeres. Con cuatro bolívares se despacha la incomodidad. Qué habría dicho si la hubiese visto como yo comprando sánduches de pollo en una de esas exitosas franquicias. Dos horas antes un expríncipe, de los que amas más cuando se convierten en sapos, me había revelado secretos sumariales que mi inexistente intuición femenina ya conocía. Lo sentí alimento para dos semanas. El traído por aires fríos supo reducirlo a pequeños témpanos en segundos, toda una hazaña.
Algunos parecen aplicar una versión metafísica del “si me matan y me muero”, sí pueden matarnos pero no nos morimos de verdad, entonces entiendes el primer rasgo de su naturaleza: vampirismo, te doy una mordidita nada más, es suficiente. Es escuchar cómo se parte algo por dentro, estoy matando su naturaleza.
“¿Lo volverías a hacer?” me pregunta “Y mil veces peor si fuera necesario” le contesto, sé que estoy dramatizando y sé que ya es demasiado tarde para retractarme. Tengo hambre y él lo sabe, aquí todos tenemos hambre pero él no, él ya superó esa etapa, otra naturaleza asesinada afortunadamente para él. Agradece la pizzita chica, no seas ególatra, él no tiene la culpa de que todavía seas humana y debas llenar tu estómago.
En algún momento uno entiende que se sostiene en pie gracias a la naturaleza a la que responde, pero hay otras naturalezas. Si me baso en construcciones posteriores seré artificial, hay que volver a lo esencial y esencialmente somos lo que otro no quiere que seamos. Bueno, ya tú sabes para dónde vamos con eso, apertréchate!
Sabe que soy buena en lo que hago cuando quiero. Botón de papá regañón. Me buceo al tipo sexy con pinta de extranjero y mucho billete en el ascensor y él sigue en su perorata paternalista: “Yo te voy a decir, yo te voy a poner, yo te voy a dar, ya tú vas a ver”. Su naturaleza testosterónica está en declive, no nota que todas las mujeres en el ascensor miramos de reojo al carajo y sigue el sermón: “Tú, tú, tú; yo, yo, yo…”
El triunfo solo viene con la desaparición. Punto para el contrincante. Hay que continuar con la ofensiva. Ataca las partes nobles, es básico, donde más duele, su naturaleza. Es que tú naciste con eso y yo con esto, sería más sensato meterse con mi nariz pero está demasiado al descubierto, blanco fácil, no es interesante. Algunas naturalezas residen en la nariz pero la idea es muy aburrida. Lo que pasa es que si te prohíbo el uso de tu nariz eso tiene un efecto único y definitivo, no es divertido. Se trata de matar tu naturaleza, no a ti.
Está esperando a su taxista de confianza, el mismo que luego se quedará con algo más que el vuelto y la propina. No llega. Empiezan la impaciencia, los mensajes, las llamadas. Mientras tanto hay que seguir predicando, tiene un solo espectador, pero no importa, como un vendedor, con uno solo al que convenzas/vendas hoy estas hecho. Lo veo desesperado, está incómodo, conmigo, con el mall, con Caracas. No lo culpo, en comparación el norte ya no es una quimera.
Batalla final esa en la que te despojas de atavíos y muestras lo que tienes, muerdes con tus propios dientes, arañas con tus propias uñas, eres primitivo, hay un hervor de sangre y otras sustancias. Chao razón, en realidad sabes que se había ido hace rato pero ahora lo corroboras. Nada es más natural que el deseo de matar. Pero no, espera! Seamos eufemísticos. Te puedo enseñar los dientes, pero ya no será en señal de advertencia acompañado de un ronquido, ahora será una hermosa sonrisa que te cegará. Eres la presa no lo olvides, las trampas sofisticadas no te salvarán. Y si probara a sonreír yo también?
Llegó el taxi y todavía tiene que sortear el tráfico caraqueño hacia alguna urbanización del este. Tranquilo, a mí me esperan cuatro transportes y una hora y media de recorrido, normal tú sabes. Pequeña guerrita de egos. Una mueca de lástima y me lanza un piropo de típico reforzamiento femenino. Rápido vistazo a mi catálogo de sonrisas falsas de típico reforzamiento masculino, escojo la número dos. Despedida cordial. El trámite está hecho. Una naturaleza fue asesinada una vez más en menos de una hora.
creo que deberias de dejar de hacer comentario en otras entradas y escribir mas relatos, Por lo menos a mi me gusto
Si yo también lo pienso a veces chico. Ponerme más ante el paredón de fusilados, que ser parte del batallón de fusilamiento! Gracias.
Medio palo, Andreina.
Excelente. Desgarradora radiografía del caraqueñismo.
Saludos
si, ta muy bueno… me uno a los que dicen que deberias escribir mas post, aunque tus comentarios me caen bien tambine
saludos
Gracias a todos!