a la Fundación para la cultura urbana y Vale TV
Con el final del mundial de fútbol se desvanecerán muy pronto muchas de las imágenes del espectáculo en que se ha convertido, quizás, el evento deportivo más importante de las últimas décadas. Como todo lo calculadamente espectacular, sea un Mundial o una exhumación heroica, los momentos están construidos para efervescer en un instante y desaparecer como si nada a los pocos segundos. El mundo de hoy, lleno de “sucesos” televisivos y personalidades pop, parece construirse en un segundo y desvanecerse en el siguiente, sólo para dar paso a una construcción nueva o reciclada (poco importa). Es por eso que he querido quedarme con el gusto de las voces que parece que siempre han estado allí, en la historia de Suráfrica, en el país que sigue existiendo después (y detrás) del escenario de una obra múltiple y multiplicada, llena de juegos, jugadas y comentarios banales alrededor de un pulpo que parecía saber el destino.
La historia reciente de Suráfrica ha estado cargada más de silencios forzados y represión, de dominación colonial y exclusión que de “alegría deportiva”. Por supuesto, la determinación a la resistencia y la lucha política de hombres como Mandela o Desmond Tutu es lo que ha permitido que hoy Suráfrica pueda jugar a abrir las válvulas del conflicto social al menos por el tiempo que dura un Mundial. Digamos que la imagen de la Suráfrica del Mundial tiene un reverso que no puede desligarse de ella misma: la historia de las prácticas represoras del Apartheid que mantuvieron a la comunidad negra en una total y absoluta negación forzada de sí misma. Y no por efecto del espectáculo del Mundial debemos dejar olvidar la experiencia de las voces que no se dejaron negar a sí mismas a pesar de que el Estado hizo todo lo posible por desaparecerlas del ámbito social y cultural. Una de esas voces es la de la cantante Miriam Makeba, a quien el gobierno, desde el comienzo de su carrera, ya veía como alguien que ponía en peligro la intención de reprimir en medio de un estricto silencio. No en vano la voz de Makeba es la voz del canto, la práctica artística que metafórica y literalmente tiene que “hablar”, alzar la voz, modular palabras, decir cosas. Cantar es hablar y hablar es peligroso para un gobierno totalitario.
Miriam Makeba salió de su país en 1959 para hacer una gira por Estados Unidos y cuando intentó regresar en 1960, porque le habían dado la noticia de la muerte de su madre, se encontró con que su pasaporte había sido revocado. Años más tarde su nacionalidad también sería revocada y su música prohibida. Acción realizada sin miramientos ni justificaciones. Como si fuese un simple acto burocrático, un gobierno represor hace desaparecer un cuerpo, una presencia que comenzaba a notarse para decir cosas que los oídos oficiales no estaban dispuestos a escuchar. Es una brutal negación, ni siquiera es una refutación porque no hay argumentos sobre la mesa, es una desaparición. En el caso de Makeba fue sólo la pretensión de su inexistencia porque ella, por supuesto, siguió cantando desde el exilio y elevando su voz en contra del sistema político racista del Apartheid hasta que, 30 años más tarde, pudo regresar a su país de la mano de Nelson Mandela.
La obsesión de los dictadores y gobernantes totalitarios por el silencio es tan recurrente que parece un asunto genético en aquellos que llegan al poder con la intención de controlar un país. Es parte de la cartilla que necesariamente tienen que cumplir; y es que si algo caracteriza al totalitarismo es su falta de imaginación. Totalitarismos de derecha o de izquierda, fascismos o comunismos, imperios occidentales o pequeños países africanos, todos, vengan de donde vengan, quieren silenciar, siempre bajo la coartada del cumplimiento de las leyes (sus leyes), aquellas manifestaciones culturales que propiamente se manejan en un ámbito de libertad e inteligencia, vale decir, el arte plástico, la intelectualidad, la literatura, la música y los espacios del pensamiento en general. ¿Por qué los artistas son los primeros silenciados? Sencillo, el artista tiene una característica propia de su oficio: no puede dejar de hablar. El arte no es un “divertimento” de un ocioso con imaginación que produce cosas para que otros, los que sí hacen trabajo productivo, se recreen en su tiempo libre. El arte en sí mismo es un lenguaje que se construye desde la realidad y no puede dejar de desnudar las estructuras de esa realidad. Más aún, el arte es una de las maneras que tiene la cultura para mostrarse a sí misma, para entenderse. Por eso, quizás, estamos viviendo la persecución y la desidia hacia la cultura, porque el artista honesto y responsable con su producción tiene la manía compulsiva de no dejar de producir textos, música, cine, palabras, quejas, protestas, reflejos, poesía. El dictador calla a los artistas y al pensamiento inteligente porque no soporta verse en un espejo.
Hoy las luces enceguecedoras del espectáculo se apagan. Se desmontan los escenarios y yo sólo puedo pagar tributo a Suráfrica escuchando un CD de Miriam Makeba que me hizo llegar mi hermana desde Pretoria. Makeba me resuena hoy porque el Mundial conjugó Suráfrica en tiempo presente, pero ella es sólo un ejemplo de una larguísima lista de artistas, escritores, músicos, intelectuales y poetas que han tenido que dejar la piel en una lucha incansable contra el silencio. A través de la voz de Makeba quiero hacerle también un tributo a las instituciones y personas que trabajan en todos los ámbitos de la cultura y el arte en Venezuela porque otros reflectores, esos que se pusieron para alumbrar (no iluminar) el sarcófago de Bolívar y así montar un absurdo espectáculo, se encienden para enceguecernos. Por estos días el gobierno venezolano cierra la Fundación para la Cultura Urbana y amenaza Vale TV. Anteriormente quiso clausurar el Ateneo de Caracas (que hoy se mantiene en una nueva sede) y a las tradicionales agrupaciones de teatro de Caracas les negó su espacio y el financiamiento. El trabajo libre de las universidades está en constante riesgo y las editoriales no tienen acceso a dólares porque los libros están olvidados en el rincón de la desidia cultural. Este gobierno, como todos en los que el discurso oficial se carga de fuerza militar y gestas armadas, persigue y clausura la civilidad porque le tiene alergia a todo lo que necesariamente requiere de libertad: el pensamiento y el arte. Se quiere practicar la política del silencio a la fuerza pero el territorio libre del pensamiento y la creación muta y se desborda por resquicios impensables. El arte es el territorio de un discurso que no deja de pronunciarse. Ninguna persona vinculada al arte debe dejarse callar, me niego al silencio. El artista habla y habla siempre así como Miriam Makeba canta y cantó siempre a lo largo de sus 30 años de exilio en los que “no existió” para el gobierno surafricano.