Otra de las maneras de aproximarse a la decadencia de la cultura venezolana es usando las ya clásicas categorías introducidas por Claude Lévi-Strauss, lo crudo, lo cocido y lo podrido. De acuerdo al antropólogo francés, éstas se articulan como un esquema de análisis que podemos usar para comprender los fenómenos culturales.
Antes de continuar, debo decir que por decadencia de la cultura venezolana me refiero a este impasse general que vive el país en su modo de hacer las cosas. La crisis, precisamente, es por nuestras prácticas, por lo que nosotros hemos hecho y por lo que nosotros hemos dejado de hacer. El mundo ha cambiado, principalmente por la introducción de nuevas tecnologías. Sin embargo, en Venezuela se constata que este cambio se ha convertido en una crisis estructural, donde aún no se atina a generar prácticas a tono con los tiempos. Consumimos tecnología como hambrientos, pero eso no quiere decir que estemos a la altura de los tiempos que corren. Para decirlo en el lenguaje evolucionista: la cultura venezolana muestra una terrible incapacidad de adaptarse al entorno planeta/mundo. Este sería, a mi modo de ver, el eje de la crisis venezolana, el cual se expresa en todas las facetas de la vida nacional (política, económica, cultural…).
La globalización nos agarró desprevenidos, a nosotros que pensamos que con petróleo se resolvía todo. Desde el famoso viernes negro a principios de los ochenta, cuando nos vimos obligados a repensarnos de manera definitiva, la respuesta siempre ha sido una rotunda negativa al cambio y la innovación. La prueba más clara es la de El Caracazo, reacción posterior a un paquete radical; mucho cambio drástico para un pueblo que sigue soñando con irse de vacaciones a Miami. ¡Ah! ¡y que ni se les ocurra subirle un céntimo a la gasolina!
En fin, con esto no estoy, necesariamente, defendiendo el liberalismo económico; sólo digo que las respuestas venezolanas han sido intentos alucinados por una vuelta a un supuesto “pasado glorioso”, pataleos de ahogado por negar que los tiempos han cambiado y que no, no fueron gloriosos y no se puede retroceder.
Aquí entra en juego la primera gran categoría, la de lo crudo. Sirva esta imagen para resumir la reactividad impulsiva, la improvisación y la falta de norte de las políticas públicas (de las pocas que hay). Hugo Chávez, como cabeza de estado lo muestra muy bien. Él siempre tiene una solución práctica en la punta de la lengua. Eso es lo terrible, la falta de sentido del contexto y, por supuesto, de autocrítica. Así pues, desde 1998 pasamos por una sucesión de soluciones basadas en, digamos, buenas intenciones y, sobretodo, en el ensayo y error. ¿Norte? Ni me lo nombres que acá somos anti-imperialistas.
La aplicación de lo crudo también va por el lado de la vida cotidiana. Aplicamos de una lo que nos pongan en frente; y si sale un nuevo blackberry tenemos que comprarlo, aunque subusemos el que ya tenemos. Lo mismo pasa con las computadoras; la más gránde y la más rápida ¿para qué? Para que los chamos escriban los trabajos del colegio, para jugar y ver porno por Internet. ¡Vaya aplicación tecnológica la del nuevorriquismo!
Es muy curioso, por un lado conviven las soluciones absurdas que proceden de la loca cabecita de Hugo Chávez junto a la aplicación acrítica de los modelos culturales y económicos del mismísmo centro del imperio: franquicias, tarjetas de crédito, baladas pop en inglés, refritos norteamericanos para la televisión, cirugías plásticas y pare usted de contar. Ambas esferan muestran algo en común: en Venezuela “no cocinamos”; nos comemos como venga lo que nos pongan (especialmente “si es de marca”). Generalmente viene crudo, es decir, sin procesar para nuestra realidad concreta. Venga, que las soluciones del máximo líder, cualquier pensador serio lo sabe, proceden de una lectura apresurada y a la ligera de muchos libros; un patuque, pues.
La consecuencia, ahora es literal. Ya no sólo estamos, como dirían los argentinos, podridos del acontecer nacional sino que además la podredumbre alcanza millones de kilos de comida. Es lógico que si aplicamos planes apresurados, sin una idea clara del contexto, los esfuerzos se pierden. Siguiendo nuestra metáfora, el resultado sale podrido. Cualquiera que esté en el ámbito de los negocios o la gerencia lo sabe; se necesitan estudios de mercado, planes de negocio y mucho riesgo controlado para tener un resultado positivo. Por cierto, no es que «el venezolano sea flojo», como dice el lugar común. Es peor, los venezolanos trabajamos de más, porque somos ineficientes como colectivo.
En Venezuela no cocinamos. ¿Cómo vamos a cocinar, si el gobierno es el primero en sentar las bases para la improvisación como práctica cultural? Por eso a los pequeños inversores sólo se les ocurren negocios tan patéticos como salones de uñas acrílicas, centros de telecomunicaciones o cibercafés. ¿Cómo innovar en un medio hostil al cambio? ¿Cómo intentar un nuevo negocio en un mercado tan deprimido (debido al autobloqueo del gobierno, por cierto)? Los inversores medianos optan por comprar un paquete y gracias a ellos estamos llenos de franquicias norteamericanas. Uno que otro se arriesga a seguir por sí mismo el modelo gringo e intentar su propia franquicia. Y, gracias de nuevo al contexto y nuestro estilo tan peculiar, tenemos que por cada churromanía hay miles de franquicias de chicha fracasadas.
En fin, el drama es estructural y hasta que no le pongamos un para’o a la ingesta de comida cruda, el resultado siempre será fétido. ¿Una cocina para Hugo Chávez? De repente. Aunque más ayudaría que refinaramos nuestro gusto o, mejor aún, que aprendiésemos a cocinar. Así dejamos de tragarnos lo que nos ponen al frente, para crear platillos más dignos de nuestro paladar.