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Hombres de Mentes: Bobos en el Paraíso


Como la película se narra en primera persona, yo también voy a asumir la crítica de la película en tono de confesión o testimonio. Fui a verla con poca y nula información. Sabía por terceros de su relevancia en el marco del Festival de Cine Indie, pero hasta allí.

En la sala me enteré de su inspiración en un libro escrito por Jon Ronson y de su producción conjunta por parte de varios chicos listos del Hollywood «retroprogre», entre quienes figura George Clooney, también protagonista de la trama, junto con Ewan McGregor,Kevin Spacey,Jeff Bridges y Stephen Lang, el malo de «Avatar», ahora en plan de teniente loco. Por consiguiente, es lógico compararla con la cinta de James Cameron, para bien y para mal.

No en balde, «Hombres de Mentes» es una clásica sátira del género bélico en la tradición de «Mash»,»Teléfono Rojo» y «Tropic Thunder», aunque con el mismo sentido de transgresión y del teatro del absurdo de los hermanos Coen. Pero en realida su director se llama Grant Heslov y es mejor conocido en la industria por su trabajo de actor para series de televisión.Aquí rueda su ópera prima, y en honor a la verdad, se sale con la suya.Es decir, le mete el dedo en el ojo a la cúpula podrida del Pentágono durante su fallida incursión en Irak. La crítica del film, además, envuelve a la gestión de Bush Junior y señala culpables conocidos. Donde falla y se cae de largo es en el hecho de llegar tarde, cuando el daño ya era irreversible y venía el cambio de gobierno. Por eso, representa el ejemplo de la típica película de transición hacia la era Obama en la meca.

Su principal problema, como siempre, radica en la superficialidad del tratamiento formal y conceptual del tema de fondo: la esquizofrenia del poder militar al borde de un ataque de nervios, a consecuencia de la aplicación en la práctica de las viejas teorías de la CIA para lavar cerebros,manipular conciencias y dominar las mentes del enemigo, bajo técnicas de dudosa procedencia.

En el plano de la estética, la cámara resulta encajonada dentro de los límites y las barreras de la planificación cartesiana, en una puesta en escena tipo «sitcom». La estructura del guión tampoco es original y carece del surrealismo necesario para adaptar una historia así. El desarrollo esboza una cartografía lineal y episódica, apenas interrumpida por ciertos «flash backs», literalmente subrayados por la voz en off del personaje central, un periodista en crisis decidido a emprender una odisea para reencontrarse con su autoestima perdida.

De tal modo, recuperamos el argumento del viaje del héroe, desde una óptica dislocada y deconstruida. De lo mejor de la pieza. De hecho, por momentos, nos confundimos como en las cintas de Buñuel, al extremo de no poder diferenciar al sueño de la pesadilla, y a la alucinación del estado de vigilia.Allí se ubica el gran acierto de la propuesta audiovisual.

Sin embargo, la ingenuidad del realizador atenta y conspira contra la ambiguedad del libreto, al quererlo subyugar al régimen de lo obvio y lo literal a través de una serie de secuencias oníricas perfectamente prescindibles, cargadas de efectos especiales de poca consistencia. Todo en sintonía con la idea de parodiar el imaginario kistch del santuario «new age», vislumbrado como epifanía y tabla de salvación para los conductores de la ficción.

Es incontestable la capacidad del reparto para hacer reír y marcar distancia con el asunto aludido. A pesar de ello, extrañamos más profundidad en el humor negro y menos doble moral.

Por un lado, celebramos la oportunidad de burlarnos de la cultura hippie y sus últimas derivaciones irónicas en el ámbito de lo militar. Ojalá en Venezuela tuvieran las agallas para concebir un proyecto de la resonancia política de «The Men Who Stare at Goats». Lo censurarían de inmediato.

De igual modo, escupimos las cotufas al descubrir el arma secreta o el chiste fundamental de la comedia. En dos platos, desnudar las extrañas conexiones entre los experimentos de la CIA con animales, las consignas de «La Guerra de las Galaxias» de George Lucas y los dogmas de fe de la jerarquía castrense, cuyas estrategias son reducidas a los escombros.De ahí la escogencia del chico de «Trainspoiting» y de las precuelas de «Star Wars», para encabezar la demolición sarcástica de un comando de élite de soldados universales con complejo de Jedys.

Por el otro, la gracia deviene morisqueta al repetirse hasta el cansancio, del lado oscuro de la fuerza.Entonces, el segundo y el tercer acto acaban por desmentir al primero, por medio del inevitable desenlace aleccionador, de regreso a casa, en plan de redención personal del hombre desesperado, finalmente curado y librado de sus inseguridades, atravesando muros y paredes, cual «Superman» resucitado de sus cenizas.

Paradójicamente en conclusión, se termina por respaldar una solución demagógica y esperanzadora, bien incongruente con el resto del metraje.

Por ende,»Hombres de Mentes» culmina al estilo de una terapia de autoayuda para pacientes alienados y enajenados por las chifladuras de la guerra.
En suma, se trata de un claro mensaje contradictorio propio de la época, en pro de una emancipación conservadora y reaccionaria, donde se habla para atrás y para adelante. En lo personal, me recordó a los «Hombres de Mentes»del gobierno, socialistas de la boca para afuera, capitalistas de la puerta de PDVAL para adentro.

Para George Cloone, la vida sigue siendo igual de bella, después de todo, de Bagdad, del once de septiembre, de Bush y de Obama. Sólo basta con emprender la aventura a las antípodas, y retornar con nuevos bríos para cumplir las metas frustradas. En pocas palabras, sus películas son cantos a la resignación, al conformismo y a la restauración del sueño americano, según patrones y costumbres posmodernas. Es lo definido por David Brooks en su libro,»Bobos en el Paraíso», como la fusión de los valores burgueses con los de la resistencia de terciopelo de los bohemios yuppies. Tal como el subtexto de «The Men Who Stare at Goats».
Un espejo mío y de muchos de ustedes, si me permiten la intromisión intersubjetiva.

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