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El Príncipe de Persia:Las Mil y Una Noches de Los Ladrones de Bagdad


Las arenas del tiempo no pasan en vano sobre el relato moderno de Hollywood, aquejado de los achaques de la decrepitud. En menos de 100 años, el modelo narrativo de la meca fue vencido por el ocaso de los ídolos en la posmodernidad, para sembrar sus expectativas de resurrección en múltiples referentes disímiles: la estética de la vanguardia, la edición MTV,la actualidad de la opinión pública, la realidad mediatizada, las series de televisión, los criterios de la publicidad «cool», las historietas gráficas, la literatura de bolsillo,las fórmulas de la mitología clásica, los estudios arquetipales de Jung,el target de los best sellers y un largo etcétera.

Todo resultó siendo deglutido y asimilado por la industria en su necesidad de mantenerse fresca y con vida frente a los embates de la tercera edad. El propósito era el de siempre, remozar su imagen desgastada en el mercado para luego revenderla baja una nueva fachada populista.

Algunas veces la mascarada funcionaba(«El Caballero de la Noche»- «El Señor de los Añillos»), y las astronómicas ganancias refrendaban las teorías de los ejecutivos, quienes preferían apostar al filón de los fenómenos de masas «extracinematográficos», antes de explorar caminos menos trillados para el público, en el proceso de salvar al lenguaje del séptimo arte de su muerte lenta.

En otras latitudes, por ejemplo, decidieron optar por la salida experimental en lugar de tomar el atajo simplista de la demagogia cultural. En Asia, Sudamérica y Europa resistieron a la mal llamada hegemonía del blockbuster y de la «cotufa»(meros eufemismos del entretenimiento para ocultar la palabra tabú de «monopolio»), al contener la velocidad del plano, renunciar al montaje, imponer una lógica minimalista de máxima abstracción y retornar a los principios del período primitivo, como una manera de enfrentar los códigos expresivos de la contemporaneidad desenfrenada y dislocada.

Así nacen las obras herméticas y contemplativas de los gigantes de Argentina,Hong Kong,Japón,Corea, Hungría y Filipinas,cuyos realizadores batirán los récords de duración de metraje al dirigir películas de hasta quince y veinte horas. Ello pondrá a prueba la tolerancia de los críticos en los Festivales,abonará el campo de la polémica y abrirá las puertas del presente hacia un futuro donde las barreras de las manecillas del reloj estallarán en mil pedazos y volarán por los aires ante la posibilidad de rodar sin límites.

De ahí la impronta de autores como Bela Tarr,Khavn de la Cruz, Lav Díaz y el niño terrible,Raya Martin, con sus obras cumbres de la radicalidad oceánica e inabarcable.Precisamente, allí es imposible competir para la fábrica de sueños y le ganan una batalla decisiva al sistema con las armas de la inteligencia. De tal modo, los otros vencen a su enemigo colosal, como en «Avatar», pero no gracias a las técnicas del 3D.

Verbigracia, James Cameron nunca podrá triunfar en Cannes.El humilde Apichatpong Weerasethakul, oriundo de Khon Kaen, ya lo hizo con apenas 40 años. La diferencia de ambos es del cielo a la tierra y define, ampliamente, las coordenadas del mapa internacional. El tercer mundo es el David de las proyecciones alternativas y las ofertas paralelas, mientras la parte del león se la disputan los tiburones de la comunicación. Los Goliats del cuento.

De hecho, los reyes midas libran una guerra, una cruzada y una batalla imperial contra sus colonias y márgenes independientes, por medio de varias artimañas tecnológicas de cuarta generación. Por ende, para eclipsar a internet y a youtube, las majors rescatan los formatos panorámicos de los cincuenta. Por último y como medida desesperada en época de crisis, se arriman a la sombra del próspero negocio del video game. Una monarquía absoluta en términos de la relación ocio-rentabilidad, de la cual surge ahora la mutación Disney de «El Príncipe de Persia», fruto del conflicto de tres intereses: los de Mickey Mouse, Jerry Brukheimer y Jordan Mechner.Es decir, los verdaderos padres de la criatura, por encima de la humanidad de Mike Nevell, un pequeño alfil en el mencionado tablero de ajedrez.

Para empezar, Jordan Mechner es el creador original de la franquicia y uno de los diez titanes en su especialidad. Es un programador Jedy a lo «Tron Legacy». Su canto del cisne, su obra maestra se llama,»El Príncipe de Persia», y la programó copiando el patrón de la rotoscopia de Disney para «Blanca Nieves», aunque con la ayuda de un ordenador. De la fusión técnica emergería entonces el paradigma de la animación por captura de movimientos. Ayer era patromonio de la acción verista de las cónsolas de «Nintendo»,»PlayStation» y «Xbox». Hoy es una convención de los tanques del verano y la navidad,tipo las piezas de Robert Zemeckys.Aparte, se le utiliza para generar efectos especiales, y en definitiva, con el objetivo de aportarle dinamismo a la puesta en escena de los éxitos de taquilla de la temporada.

Entonces, el cierre del círculo ocurre con el estreno de «El Príncipe de Persia:Las Arenas del Tiempo» en las vacaciones del 2010. No obstante, las distancias son enormes entre pasado y presente. En principio, la cinta prescinde de elementos clave de la plantilla original, como su desbordante fantasía alegórica a golpe de amenazas terroríficas y monstruosas.

Incluso, la melancolía, el nihilismo, la crudeza, la sequedad y la soledad nostálgica del guerrero de base son descartadas,para convertirlo en un alter ego anabolizado y heterosexual del muchacho enamoradizo de «Secreto en la Montaña»,ahora censurado y dispuesto a conformarse con las migajas del melodrama puritano adolescente.

El chico encuentra a la chica, la besa en el happy ending, cumple su mecánica odisea mesiánica de elegido, desmonta la conspiración de los villanos y logra restablecer la paz del reino al rescatar una daga mágica, medio fálica-fetichista, medio arbitraria y gratuita. Despierta el deseo reprimido de la joven, cual pistola en el western amordazado, cuando las armas sublimaban el apetito carnal. Aquí el asunto se presta para hacer varios chistes malos.

Sin embargo, el auténtico poder de la daga reside en su capacidad de devolver el tiempo, como el control remoto de la comedia de Sandler o de la joya de Haneke, «Funny Games». En aquellas, la impronta del aparato en cuestión generaba desconcierto, pánico y desolación pesimista.Por el contrario, en «Príncipe de Persia» funge de comodín, de conejo de la suerte, de artificio sacado de la chistera de los embaucadores de «Pare de Sufrir», para rematar la función con optimismo y en extremis.

Los villanos mueren por sus ambiciones personales y los héroes resucitan para recobrar el aura de su monarquía perdida, en un potaje desabrido y previsible. Los plagios a «Volver al Futuro» y «Superman» son claros. El hombre de acero retrocede los minutos para alterar el curso de la tragedia y augurar el futuro de felicidad, en compañía de sus seres queridos(rescatados de la morgue de Bello Monte).

Semejante infantilismo es equivalente a la abrumadora cadena de desatinos a la velocidad de la luz, a la imposibilidad de contener el respiro para pensar por dos segundos y a la frenética visión acumulativa del ansioso productor de la empresa, Jerry Brukheimer, empeñado en inyectarle sobredosis de «speed» a cada uno de sus encargos, en la creencia de encontrar ahí modernidad, sofisticación y empatía con los chamos.

Sin embargo, no lo consigue porque ellos reciben a cambio del boleto, un aliciente para alimentar su déficit de atención, su apatía y su alienación.De paso, se les consiente el ego y se les reafirma su pobre enfoque etnocentrista de los problemas mundiales.Jamás comprenden la relevancia del entramado Persa y su rica diversidad queda presa de una óptica de parque temático kistch, a lo motel «Aladdin». Un estereotipo idéntico al de «Piratas del Caribe». No por casualidad, ambos son promovidos por el Pato Donald.

En resumen, se trata de un caballo de Troya de Hollywood en el medio oriente, como antes lo fue «El Ladrón de Bagdad». Por desgracia, el botín de guerra no se reparte equitativamente. Las ganancias fluyen en una sola dirección.El saqueo de la memoria ajena continúa rindiendo beneficios. Su parentesco con la situación de la ocupación anglosajona en la región, la hay.

¿Y los iraníes? Gozosos y contentos, pues nadie ni nada los conmueve con «El Príncipe de Persia», salvo un par de alusiones indirectas al machismo islámico y a su oscurantismo de cartón piedra ilustrado con viñetas de «300». Pero ni tanto. Al final,la meca es igual de misógina,talibánica y racista con la mujer, a pesar de los espejismo de «Sex and The City 2» en el desierto.

De la caricatura a la conquista, el cine de Occidente justifica la invasión de sus antiguas colonias. Es la vieja rapacidad antropológica del cándido «Indiana Jones» disfrazada de aventura para grandes y chicos.

En el interior de «El Príncipe de Persia» se libran algunas de las conflagraciones más sangrientas y cruentas de la globalización, tras el once de septiembre.

Hemos entrado a una fase de recesión radical. Y como en la segunda guerra, Disney apoya la causa de las tropas. A su modo, nos van acostumbrando a la imagen de personajes shekespereanos,usurpando el trono de los jeques árabes. Al norte y al sur de la frontera, el petróleo mueve nuestras montañas de distracción. Es como una pesadilla de nunca acabar. Las mil y una noches a la inversa.

PD: Según la prensa extranjera, «puro correr, saltar y pelear» en un pobre e inverosímil cuadrilátero dibujado con CGI.

Es la caída de los cruzados de la generación Obama enfrentados al viejo régimen. Un cambio Gatopardiano donde nada cambia.

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