Memo Arriaga busca reavivar el fuego(fatuo) de su carrera en solitario,después del divorcio(rudo y cursi)de su amigo Ale-Ale-Alejandro(tan autoindulgente como él y la música de Lady Gaga) y tras el sonado fracaso de «El Búfalo de la Noche»(donde intentó conseguirse un reemplazo venezolano de Iñarritu, pero tampoco le funcionó).
Sin embargo, con «Burning Plain», sólo logra encender una mínima chispita de originalidad expresiva, para hacer la quema o la hoguera(involutaria) de su cine «choronga», enfermo de «importancia y qualité»(según lo planteado por el comité de redacción de El Amante).
En efecto, la película es de una pedantería insufrible y falsamente modesta, al querernos vender la imagen de una calculada pieza de autor «independiente», comprometida con problemas y causas trascendentales de la contemporaneidad(la crisis del sujeto, la tensas relaciones entre norte y sur), bajo el amparo de estrellas enamoradas de su ego de «primeras actrices»(galardonadas y reconocidas por la Academia).
Por desgracia y a pesar del esfuerzo por aparentar modernidad, los resultados obtenidos en la pantalla son anacrónicos, monótonos, predecibles y redundantes,cual fotocopia descolorida de «21 Gramos», «Amores Perros», «Babel» y «Los Tres Entierros de Melquiades Estrada».
No en balde, la cinta fue un fracaso de taquilla(costó 20 millones, recaudó menos de 5), pasó desapercibida por el devaluado Festival de Venecia(aunque la vendían como la gran favorita) y tampoco le reportó una nominación al Oscar a su ficha técnica, para molestia de los Hermanos Weinstein, quienes compraron los derechos de distribución.
Así, el labrado guionista sale con las tablas en la cabeza, dentro de su propio mercado meta. Y ni hablar de la recepción de la crítica, desde la paliza contabilizada por el medidor de Rottentomatoes(35%) hasta las pésimas reseñas publicadas en medio mundo, al calificarla de estereotipada, fallida, impostada, tramposa y banal. Por lo visto, la ruptura con su cuate, con su carnal, le costó caro. A lo mejor en un futuro cercano, se volverán a reconciliar, en vista de sus lamentables objetivos alcanzados por separado.
Por lo pronto, ambos encarnan una lucha estéril y personal, por demostrar quién es el auténtico creador de su «fórmula mágica». Por contra, la batalla se salda, por ahora, a la manera de una competencia de sabores análogos y agridulces entre La Coca y La Pepsi Cola. Valga la acotación, aquí Alejandro se lleva de lejos la distinción de representar los colores rojos de la divisa del refresco de la compañía de Atlanta.
Por su parte, Memo resiente todavía los defectos de fábrica, en la puesta en escena, y se le nota enredado para embotellar un producto de calidad. El contenido alberga una mezcla de ingredientes artificiales con fluidos amargos, ya procesados y atemperados por un desenlace «light» y «sugar free»,cuya digestión roza el rizo de la demagogia de la televisión populista y enlatada. Se pretende llegar a la altura de la vanguardia, al riesgo de caer en los clichés de la retaguardia del folletín por cable y señal abierta.
Guste o no,»Burning Plain» acaba por reafirmar los derroteros reaccionarios de la novela mejicana, aunque a la forma de una «soap opera» americana en clave de serie por capítulos aleccionadores, de libro de autoayuda y de best seller de Paulo Coelho.
Por tanto, en apenas dos minutos, la estrategia del director queda al descubierto y al desnudo, cuando las interpretaciones y los silencios forzados comienzan a marcar el rumbo del desarrollo melodramático, nuevamente fragmentado y supuestamente deconstruido.
El libretista altera el espacio temporal de su historia lineal, por un mero ejercicio de alarde y exhibicionismo, pues el ruido de su operación no se corresponde con el tamaño y la cantidad de sus pequeñas nueces.
Narrativamente el aporte es nulo. Igual en la estética de formato convencional, signada por el estilo desfasado de un clasicismo plumbeo y demode. Aunque mal pague,extrañamos la cámara nerviosa y dislocada de un Rodrigo Prieto.
En su lugar, nos toca conformarnos con encuadres y planos preciosistas, inflados con aires de resonancias alegóricas(obvias y literales).La fotografía de un acantilado, al inicio de la faena, busca sobrecogernos e impactarnos. Pero nada menos cierto. Si acaso mueve a la pena ajena y a la carcajada irónica. Lo kistch es evidente y define el resto del metraje.
Tampoco puede faltar la musiquita de fondo, con ecos de Santaolalla, ejecutada y compuesta por Hans Zimmer y Omar Rodríguez, en un trabajo carente de identidad. Para decirlo en cristiano, un plagio por la calle del medio.
Las contribuciones del reparto estelar son también prescindibles y de una arrogancia descomunal, en el caso especial de Charlize Theron, empeñada en creerse su mito de mujer intensa y desgarrada, más allá de su belleza. Un complejo de rubia tonta secundado por el excesivo desempeño lacrimójeno de Kim Bassinger. A su lado, los chicos ofrecen e imparten clínicas de sobriedad y contención, de gratis. Él es un adolescente seleccionado a dedo para ser el próximo Gael García Bernal. Ella recuerda a las lolitas de ayer y hoy, con la misión de incorporar a la protagonista durante su fase de juventud.
El cuento gira entonces alrededor de un episodio traumático del pasado, llamado a arreglarse en presente, a golpe de mutilaciones, culpabilidades compartidas y sufrimientos varios, tendientes a redimir a los personajes a último minuto. Por ende, los parentescos con «La Pasión de Cristo», son claros y sintomáticos, al borde del quirófano.
Las laceraciones no sólo abundan sino marcan la pauta masoquista, al dejar constancia de su impronta a flor de piel, a través de un tinglado de cicatrices y tumores extirpados, equivalentes a la imposible colisión de «Crash» de Cronenberg con la visión puritana de la «Crash» de Haggis. Una incoherencia descomunal, un accidente de pérdida total.
Para Memo Arriaga como para Mel Gibson, la vida es un calvario necesario, es un infierno en la tierra, indispensable para lograr la resurrección del espíritu y la carne.Por consiguiente, el happy ending nos abandona a la suerte de una doctrina moralista y peligrosamente determinista, asociada con la cacería de brujas, la guerra al femenismo, el canto a la maternidad responsable y la apología de la reunificación familiar en época de crisis. Paradójicamente, lo opuesto y la antítesis visceral de cientos de relatos sobre el desmembramiento del núcleo social de la clase media.
En resumen, «Burning Plain» es una cortina de humo, donde se esconde una agenda conservadora y políticamente correcta de un falso profeta del siglo XXI.
Es el evangelio de Memo Arriaga en la era de «Fahrenheit 9/11».
Los chicanos la van a celebrar como un triunfo de los suyos en Hollwyood.
¿El periodismo criollo se prestará al juego de la canonización?
Amanecerá y veremos.
Dios nos agarre confesados. u