El ensayo del profesor Pedro Salazar Ugarte publicado este año, que relata su paso por la gloriosa revolución bolivariana, merece una lectura pausada, a pesar de su extensión. Invitado a dar una conferencia sobre el derecho institucional, el mexicano se topa con una nación delirante, enferma de personalismo e intoxicada de discursos absurdos e ilógicos. Sus conversaciones con Luisa Ortega Díaz, quien defiende la no-separación de poderes (mientras el mexicano se engrincha como gato que ve el mar) o las peroratas de Escarrá insultando a los ponentes porque poseen estudios, después de aclarar que él posee un doctorado y 3 masters, son un delicioso ejemplo de los tiempos modernos, a lo Chaplin, que se viven en Caracas. Junto a la crónica de Rory Carroll de The Guardian y la de Chris Hitchens en The Slate, este texto no tiene desperdicio. Repito: Léanlo.
Citas seleccionadas:
«…observo esta ciudad con una mirada de extranjería que no tiene su origen en las coordenadas de la geografía sino en los recintos de la cultura, las concepciones políticas, los gustos y las formas de vida. En medio de una plaza enorme que descansa detrás del espantoso edificio del Congreso Nacional —decorado con un enorme cintillo que, por un lado, tiene los retratos de los libertadores de América (Bolívar a la cabeza) y por el otro dos enormes fotos de un Chávez tomando juramento y saludando a la masa y que, irónicamente, recoge la consigna “la sede del poder del pueblo”—, ante la suciedad, el abandono y la indigencia que merodea y escarba en los basureros en busca de comida, me descubro completamente ajeno, fatalmente distante de esta realidad en la que no veo ninguna “revolución progresista”. No encuentro un socialismo con rostro moderno en el que la igualdad social vaya de la mano del progreso ni una democracia en la que el concepto sea algo más que un recurso legitimador del caudillo en turno.
Me pregunto si es este caos que se inclina al precipicio lo que emociona a algunos intelectuales europeos que celebran la revolución bolivariana, denuncian con aburrimiento el impasse y la mediocridad intelectual en el que —según dicen— está atrapada la sociedad europea y declaman su encanto por Latinoamérica (pero suelen tener un boleto de avión —de regreso a casa— en el bolsillo). Yo, definitivamente, no encuentro en lo que veo el germen de una sociedad moderna, libre e igualitaria. Y me niego a claudicar ante la idea de que ésta es la igualdad y libertad que nos toca a los latinoamericanos: una seudomodernidad folklórica, ad hoc para los países del tercer mundo. La idea provinciana de que debemos encontrar nuestra identidad y destino sin mirar hacia otra parte siempre me ha parecido mediocre. Una cosa es aceptar la realidad y sentirse parte de ella y otra, muy distinta, conformarse con un estado de cosas en el que la marginalidad es destino».
Después de esa paliza, se imaginarán su recuento del Reality TV, «Aló, Presidente» y sus conversaciones con los brillantes expositores de la lógica, «hay que escuchar al pueblo, no a los sabios».
Allí les dejo eso, nos vemos en el foro…