Junio 2010
-¿Cómo haces Amalia, cómo haces? Todos parecen unos corderitos. No gritan, todos en sus puestos, nadie pelea. Dime, dime… ¿cuál es tu secreto?-Preguntó el chofer del otro autobús del colegio.
-Ah Guillermo, no hay secreto. Es puro respeto y disciplina, respeto y disciplina. Mira, te voy a mostrar para que veas. Pela el ojo.
-Aja, enséñame. Si, si.
Pese a que aún faltaban cinco minutos para que sonara el timbre de la salida, un grupo de cincuenta niños y niñas de distintas edades formaron una ordenada columna a las puertas del colegio. El más grande de todos los niños encabezaba la formación, y comenzó a caminar con rigidez marcial, llevando a los demás hacia la acera, en donde se encontraban el par de autobuses amarillos y sus respectivos conductores.
-Buenos días Sra. Amalia. ¿Ya podemos entrar?
-Claro mijo, vayan. Dios te bendiga.
-Amén. Dijo el chico con una reverencia. Y luego entró al transporte.
Y todos los demás entraron uno tras otro diciendo “amén”.
-Dios te bendiga hija. -Le dijo Amalia a la última niña, la más chiquitica, al tiempo que le regalaba una sonrisa al boquiabierto Guillermo.
-¡Mujer, pero si los convertiste en unos angelitos! ¿Les das catecismo mientras los llevas y traes?
-Ja, ja, ja. Ya te he dicho Guillermo, ya te he dicho: respeto y disciplina. Esa es la clave. Deberías probar.
-¡Ja! Pero si yo me llamo señor Respeto y mi apellido Disciplina. Lo que pasa es que esos muchachos no hacen caso, no tienen remedio, ni a sus padres escuchan.
-Vamos, no exageres. Lo que te falta es rigidez.
-¡Que no es así! Ya verás. Soy aquí el General. Ellos se desordenan es cuando empiezo a manejar, pero aquí se portan mejor.
-No te creo, muéstreme honorable general.
-Pela el ojo ahora tú.
-Aja.
El timbre sonó en ese momento, y una estampida de chiquillos desbordó la puerta principal del colegio. Eran los niños que llevaba Guillermo que se agolpaban apresuradamente en la entrada.
-Aja chicos. Oigan, una fila ordenada para entrar, una fila O-R-D-E-N-A-D-A. Si no es así, no van a entrar.
El grupo de Guillermo, se quedó un segundo inmóvil, con las cejas levantadas preguntándose que se traía él con eso. Uno en entre el gentío dijo: “hagan caso, hagamos la fila” Pero el coro enseguida lo abucheó y una voz líder entre el escándalo sobresalió:
-¡una carrera hasta el transporte!
Enseguida, todos los niños empezaron a correr, acortando la distancia rápidamente. Una estampida en la sabana africana era sin duda más ordenada que aquella escena.
-¡Quítate Guille!-Le gritó uno de los niños. Y Guillermo le hizo caso, empujando a Amalia a terreno seguro.
Al cabo de un minuto, todos habían entrado, y ahora se encontraban peleando por los puestos, esa era la rutina.
-Me impresiona su liderazgo mi General.-Dijo Amalia en tono burlón.
-Muy graciosa, ya te dije, no tienen remedio.
-¿Y los míos? Eran peores que los tuyos, y míralos ahora. Todos sentaditos y con la cabeza gacha.
Guillermo no quería admitirlo, pero era verdad.
Abril 2010
Ese lunes en la mañana el transporte de Amalia llegó tarde al colegio, a eso de las diez y media. Y es que ella había preparado una sorpresa a los niños.
Con dinero de su propio bolsillo, había instalado en el autobús un sistema de internet inalámbrico para entretener a los chamos. Amalia gastó 2000 Bolívares, pero no lo hizo porque tuviese una gran vocación de servicio, o porque haya tenido la visionaria idea de innovar el negocio de transportes escolares de cara al postmodernismo imperante. No, nada de eso. Amalia simplemente gastó sus ahorros porque estaba HARTA, obstinada de los constantes griteríos, berrinches, peleas que todos los días le crispaban los nervios.
Así, Amalia ideó un pacto secreto de no agresión que se configuró en los siguientes términos:
-Yo les doy internet de onda larga y…
-¡Banda ancha! No onda larga… Ja, ja, ja-Dijeron los niños en coro.
-¡Aja eso! Yo les doy el internet y ustedes se quedan calladitos con sus aparaticos tiqui, tiqui, tiqui, dándole a las teclas. ¿Me oyeron? Denle todo lo que quieran pero en silencio, sin hablar con nadie. Y tráiganse los cargadores, que para eso fue que compre ese poco de extensiones y regletas que ven por el pasillo.
-¿Y ese poco de cables no es peligroso? Un corto…
-¡Ay sí! El estudiante, el estudiante. ¿Vas a saber más que yo? ¿Para qué grado fue que pasaste este año?
-Para tercero.
-¡Bueno, yo llegué hasta sexto! Así que silencio, escucha a tus mayores. No va a pasar nada. Si ven que se despega el teipe le ponen más. Debajo del último asiento, en el caucho de repuesto queda algo de tirro. Y si empieza a llover cierren las ventanas. Es más, no abran las ventanas, mejor así, no se vayan ahora a electrocutar…Y no le digan a nadie de esto, ese es nuestro secreto. ¿Quedó claro?
-Aja Amalia.-Dijeron todos-¡Lo prometemos!
Bien. Entonces, que no se les olviden sus coroticos. Que si el aipo, el nintento ese, el otro, y el otro. No los vayan a dejar, sin su aparato no entran, los llevará otro, pero yo no…
-Pero Amalia-Dijo un niño-Pero yo no tengo ninguno de esos aparatos, y mi celular tampoco tiene internet.
-Bueno, pero tu tampoco hablas y te portas muy bien. El internet es para los que se portan mal.
-Ja, ja, ja.-Rieron los demás.
-Pero… ¿y qué voy a hacer?
-Hay chico… bueno, toma, toma. Aquí tienes una revista: 14000 Sudokus, ya hice los cuatro primeros pero aún te quedan otros muchos para resolver. Y bueno, ya saben, este es nuestro secreto. Nadie se puede enterar. Ni el director, ni Guillermo, ni las maestras, ni los demás alumnos, ni sus padres, nadie.
-Ja, ja, ja. Amalia, ¡si eres loca!-Dijo una niña de cabello rizado.
-Sí. Je, je. Pero te queremos. ¡Tenemos internet!
-¡Tenemos internet! Gritaron todos, y ese fue el último grito que los angelitos profirieron.
Fin.
LetraAnalfabeta