La enfermedad de Venezuela no se cura con elecciones. El remedio no está en la sustitución de un color por otro. Los grandes dilemas del PetroEstado y sus inclinaciones al clientelismo, el populismo y la corrupción, no serán resueltos por algún Mandela venezolano. Acá, nadie va a ganar el premio Nóbel de economía por sembrar el petróleo.
PDVSA ha sido privatizada, en una movida genial que evitó el lógico malestar social que hubiese creado de ser obra de CAP o Caldera. Gracias a la politiquería de un personaje dicharachero y simpaticón, ahora los recursos de Venezuela se encuentran repartidos entre transnacionales como Chevron, Repsol y BP y un solo partido político, que representa una fracción de la población.
Dicho partido ha caído en actos fallidos preocupantes que, en un país normal, hubiesen sido motivo de escándalo. La enfermedad venezolana, manifestada como la posesión y el control *total* del poder en la sociedad, ha carcomido al chavismo, como Gollum con su anillo. Los lapsus y los faux pas están allí: «hay que limitar la libertad de expresión«, escuchamos; «la división de los poderes es un concepto burgués«, «PDVSA es roja, rojita», «One Chot dice que es venezolano pero vive en España«. El PSUV, regordete y rozagante como cochino un viernes antes de la parrilla, se niega a manifestar lo inaceptable de estas declaraciones, porque su lealtad no es con La República, o La democracia, sino con el partido, el Presidente, el pueblo (todos estos significan lo mismo).
Es cierto que nada de esto cambiará el 26S. Pero si el PSUV logra una mayoría aplastante en el Congreso, la cruzada por el irracionalismo anticientífico de disparates que sólo buscan complacer al líder, desde el ataque a las Instituciones Culturales, las Universidades y los medios de comunicación, hasta las ridículas leyes secas en Semana Santa y prohibiciones de juegos de video, se intensificarán. Chávez dice «brinquen» y en la Asamblea aprietan los esfínteres y se propulsan para tratar de tocar el cielo con sus narices, sin preguntar por qué. El diputado que llegue más alto se gana una aduana.
La mala noticia es que si usted amanece el 27 con una Asamblea controlada por la oposición, esto tampoco significa que ellos velarán por sus intereses. Bájese de esa nube: aparte de los eslóganes convenientes y coyunturales contra la delincuencia o la inflación, usted jamás escuchará a esa gente hablando por usted, representándolo. Cuando el Titanic se hunde, las ratas no se ponen altruistas: Tratan de que las elijan a la Asamblea para así tener guardaespaldas y evitar que tiroteen a su familia. Piense en la introducción de El correcaminos: se congela la imagen y usted lee, «homo politicus venezolanus: vampirus petrolíferus».
Observar una sesión de la Asamblea después del 26S (si es que lo permiten, no vaya a ser que estén viendo páginas pornográficas) será como asistir a las olimpiadas para retardados mentales. Una carrera de cien metros entre oligofrénicos torpes y desorientados. Lo mejor que usted puede hacer es preparase un balde de cotufas, entretenerse y gritarles, «por su show, cien bolívares». Diviértase. Tomárselo en serio es producirse una úlcera.
Por eso, una vez hechas estas aclaratorias (pesimistas, nihilistas o como quieran llamarlas, yo las llamo realistas, y no por el Rey), ¿qué actitud podemos tomar ante las elecciones? Simplemente, la posición Avatar: el saber que la película es una mierda pero que la vamos a ver sólo por los efectos especiales. Es el voto punk, el voto revanchista. Me has jodido la vida durante estos últimos cinco años, ahora te voy a llenar la Asamblea de bichos que sólo se dedicarán a llevarte la contraria, porque quiero verte la cara.
El voto anti-arrogante, el voto contra-demolición: No sé ustedes, pero yo daría la mitad de mi sueldo por volver a ver a Chávez susurrando como niño malcriado que es una victoria de mierda. Por su show, mil bolívares. Eso, vale mi voto.
Esa escena, más el futuro prometedor de ver a Cilia Flores gritando (allí es cuando se pone más sexy y deseable) y, ¡Dios, qué voy a decir!, la posibilidad de tener otro punto de vista en la Asamblea, harán mi día de Harry el sucio. Seamos sinceros: el espectáculo actual en la Asamblea es aburrido. Es de un jalabolismo insoportable. Ya que estoy convencido de que en ese recinto no se arreglará nada (aunque claro que pueden pasar leyes para jodernos más, he allí lo divertido), pues quiero escuchar dos versiones de las cosas, no sólo una. Qué importa si la MUD propone leyes disparatadas. No será peor que la de Delitos Mediáticos. Que sea la posición de la CIA o el FMI, pues mejor: siempre quise saber qué opinaba el FMI sobre los Videojuegos violentos, o Family Guy.
La otra posición, la de los anarquistas como El Libertario, llamando a la abstención, no es que sea un suicidio, es que es aburrido. Si el PSUV domina la Asamblea, volverá a ser el salón donde se reúnen 165 babosos a discutir dónde van a almorzar con el dinero público. Sería como ver el canal de televisión ese dedicado a la pesca («parece que va a morder… No. Esperemos»).
Además, estemos claros: La MUD está lejos de tener la igualdad de condiciones requerida en una contienda democrática. El PSUV controla el CNE y el TSJ, ha reorganizado las circunscripciones electorales y copiado el sistema proporcional de representación que le dio la victoria en el 2000 a George W. Bush, con la minoría de votos. Utiliza los recursos de PDVSA para financiarse. Utiliza los espacios públicos. En fin, nada que no sepamos.
Digamos que si la MUD saca la mayoría, no sería nada corto de un Maracanazo político. Y entre la Doctrina del Shock aplicada por Chávez con la violencia ciudadana para privatizar nuestro petróleo y reforzar la corrupción, los twitteros presos, y sus declaraciones de que el hombre nunca llegó a la Luna, un poco de entretenimiento no es mucho pedir.
Chávez no va a salir del poder el 26S. Los atropellos se seguirán cometiendo, simplemente porque el PSUV controla todas las instituciones. El pueblo venezolano está más ensartado que Sasha Grey. Así que pedir ver a Chávez quejándose otra vez de las «victorias de mierda», seguido de Cilia Flores, Dario Vivas et al., gritando y corriendo en la Asamblea como cucarachas ante el gallo «de la invasión gringa», hasta los opositores tratando de pensar e hilvanar alguna idea coherente; me parece suficiente entretenimiento que pedir por un voto.
¿O acaso nunca vieron el capítulo ese de Corky donde él trata de hacer Surf? No es maldad, pero eso era para desternillarse de la risa. Y ver a políticos venezolanos tratando de legislar «democráticamente» y «llegar a un consenso» equivale a ver a nuestro trisonómico favorito balanceándose en una playa de Hawaii. Es entretenimiento garantizado. En este mundo, reírse es de las pocas gratificaciones a las cuales podemos aspirar.