Todos mis amigos expatriados tienen algo en común: diariamente visitan el sitio web del periódico venezolano de su preferencia y leen sobre política. Están mejor enterados que yo de lo que sucede y a la vez desconectados de la realidad diaria caraqueña, de esa continua evasión del peligro que me impide —por ejemplo— leer extensos análisis sobre la vida en mi país.
Esos artículos sobre cómo una sucesión vertiginosa de hampones consumió nuestra riqueza petrolera y la propaganda de bienestar de la Agencia Venezolana de Noticias, son las fuentes «objetivas» de conexión que tienen mis amigos con su lugar de origen. Para rematarlos, cuando llaman a casa, sus familias no pueden evitar hablarles de política, porque hace tiempo renunciamos, por solicitud del Gran Hermano, a todos nuestros espacios privados.
Así que mientras tenía una conversación con uno de estos amigos sobre los bonos que emitirá el gobierno y el préstamo que solicitó (solicitamos) a China para financiar proyectos de desarrollo *cof* campaña electoral *cof*, sobre cómo los cleptópatras estaban irremediablemente endeudando a nuestros nietos le dije «Un momento. ¿Por qué te preocupa eso?»
Mi amigo dio varias respuestas vagas: vínculos familiares, arraigo moroso, esa idea difusa que llaman Patria. Hasta que halló una contundente: «Porque creo que soy un intelectual, en el sentido estricto de la palabra: Resuelvo problemas con la cabeza, pues. Pensar sobre lo que entiendo es lo que hago».
Y pensar sobre lo que entiendes es lo que te lleva a pensar en Venezuela. Conoces las dinámicas y a pesar de que te sorprendamos todos los días, sabes cómo funciona tu país. Es más natural seguir la narrativa nacional que aprender a descifrar las sutilezas de la política de otro lugar.
Los peores hechos son otros que no conoceremos nosotros
Pero esa práctica te atrapa. Hace veinte años, cuando Desorden grabó «Skandalo«, ya Venezuela funcionaba con un escándalo los martes y otro los viernes. Como en Venezuela no hay servidores públicos y los políticos venezolanos son el fondo del barril de la competencia y la intelectualidad, los poderes establecidos se encargaban de mantenernos estupefactos para ganar tiempo. Los años sólo los han vuelto más audaces y desalmados.
Si me piden un ejemplo de totalitarismo, yo no diría «la Venezuela de Chávez», diría «la Venezuela desde que nací». O, para ser breve, «Venezuela».
Una particularidad del totalitarismo es que los poderes buscan atraparte así hayas escapado de la prisión. Y no se conforman con eso, sino que además quieren entrar en tu casa y secuestrar a tus hijos. Que nosotros permitamos eso habla volúmenes sobre nuestra capacidad de sumisión y el respeto irracional que tenemos los venezolanos por las figuras de autoridad.
Apuntes para una migración feliz
Si vives en el extranjero y usas la cabeza, si ya te fuiste, tu trabajo no es pensar sobre lo que sucede en Venezuela. Tu trabajo es criar a tus hijos lejos de lo que tú consideras el horror. Lejos de los militares, de los políticos ineptos, mineros sin escrúpulos, lejos de los desalmados opinadores y otros profetas del desastre, como yo. Al leer noticias estás dejando que milicos, empresarios, mercenarios y un montón de gente que no sabe vivir en una sociedad igualitaria, entren a tu casa y lo contaminen todo. Blandiendo ese chantaje emocional que llaman patriotismo, o usando a tu familia venezolana como escudo humano, te obligan a distraerte de lo verdaderamente importante (el futuro de tus hijos, tu trabajo, o inclusive la política local) y pensar en los desmanes de un lugar que conociste, o crees que conociste, pero que ya no existe.
Porque ese país que recuerdas, dejó de existir antes de que te fueras. Fue por eso que te fuiste.
Si te parece que estoy planteando una evasión, míralo de esta forma: el que se está evadiendo eres tú, leyendo sobre un lugar en el que ya no puedes vivir. Si insistes en usar la cabeza, te propongo que el mas puro acto de resistencia intelectual sea evacuar de tu casa a esas hordas del mal. Declararles una guerra de aguante como Chico Buarque en Apesar de Vocé. Restarles poder con tu indiferencia. Torcerle su largo brazo al totalitarismo. Vibrar en otra frecuencia. Anotarte en una de futuro.