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Los fantasmas de la electricidad aterrorizan a los venezolanos

No recuerdo bien si fue a finales  de los años setenta o a comienzo de los ochenta cuando existía una campaña de la compañía eléctrica nacional que acertadamente mostraba que a cada pueblo donde llegaba la luz eléctrica las historias de fantasmas iban despareciendo poco a poco hasta solo ser parte de una referencia folclórica. Así se fueron diluyendo con los años las historias de La Llorona, El Silbón, el jinete sin cabeza, la gallina con los pollos que iba creciendo a medida que se iba acercando, las bolas de fuego que perseguían a la gente y toda una serie de espantos que mucha gente juraba “por su madrecita santa” que los había visto. Por supuesto que en la penumbra nocturna de las calles pueblerinas, cualquier amante que escondido entre sábanas blancas caminara sigiloso o sigilosa hacia el objeto del deseo podría hacer que se chorreara  hasta el más bravo. 

Pues bien, en pleno siglo XXI los fantasmas están volviendo a aparecer en Venezuela y, por supuesto, que han venido con todas sus armas contra su archienemigo número uno: la luz eléctrica. Sólo que esta vez los espantos han adquirido nuevas formas y camuflajes de los que cualquier guerrero que se respete hace uso. Uno de ellos ha sido identificado como El Niño (no más terrible que el niño cuyos caprichos emocionales son los que mueven al país), una iguana de polaridad invertida que cuando pasa cerca de las plantas termoeléctricas no hay breaker que quede fijo en su sitio, y ahora, lo más novedoso, comandos estratégicos especializados de oposición que se han encargado de sabotear una a una las plantas eléctricas del país y que hasta ahora han sido más efectivos que las FARC porque sin disparar una bala, sin detonar una bomba, sin asesinar policías o minar los campos a su alrededor, como hacen los irregulares colombianos para lograr una noticia internacional, han sido altamente efectivos en sus objetivos. Esta última afirmación dejaría en ridículo a los cuerpos de seguridad, a las fuerzas armadas bolivarianas y a los milicianos de la revolución cuyo deber es proteger los bienes y recursos de la nación. Pero bueno, ya Chávez los ha sometido al ridículo colocándoles como asesores superiores a funcionarios de un régimen cuyo líder ha admitido que ha sido un rotundo fracaso y que en la cercanía de la muerte anda arrepintiéndose de sus desmanes a sabiendas que la historia no lo absolverá sino que lo colocará, reafirmándose una vez más que los extremos se tocan, en un puesto cercano al de Pinochet.

 El Niño ya pasó a la historia, se fueron las sequías, llovió a cantaros en invierno, como diría Elías Jaua: para confirmar la sabiduría suprema de Chávez, El Guri se rebasó y los apagones siguieron como si nada. De las iguanas nadie vio siguiera una foto de alguna vuelta chicharrón, pegadas a los cables de alta tensión o de los transformadores. De estos supercomandos de oposición, que ha falta de un objetivo más apetecible, se han dedicado a cortar cables de alto voltaje, no sé si veremos a algunos que sea capturado, que cante como pajarito en rama y sea enviado a Cuba inmediatamente sin conocer claramente sus intenciones. Por lo pronto seguiremos viendo la cara de convencimiento que pone Alí Rodríguez cada vez que emite un comunicado y declaraciones olímpicas, como aquellas en las que se objetaba la escogencia del caudaloso  Caroní para producir la electricidad como si se pudiese generar lo mismo desde El Guaire o desde la Quebrada de Catuche. Sólo sabemos que como ya Colombia no es excusa ni la invasión yankee, la oposición y la cuarta república, después de once largos años, siguen pagando el pato electorero. Por supuesto que para un gobierno que ha politizado y partidizado todas las instituciones públicas, que ha creado una serie de antivalores sometiendo el conocimiento y la experticia a la militancia, haciendo del héroe al sapo interno, el que vigila quién está o no con el proceso para luego pasar con la hoz decapitando y con el martillo sometiendo, que ha reducido todos los presupuestos menos los misteriosos desembolsos de Miraflores, sería un “autosuicidio” mancharse un poco con autocrítica.  Lástima da que muchos venezolanos, en lugar de pensar en el futuro, siguen yendo a elecciones como si fuese un partido entre el Caracas y el Magallanes, para celebrar el triunfo en la noche y después volver al día siguiente a esa terrible y triste realidad en que la que se encuentra actualmente el país. 

William Guaregua

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