En la recta final del Festival, decidimos hacer un poco de turismo y olvidarnos del rigor de la competición oficial, para no seguir embotándonos y recobrar energías.
Después de todo, así como la muestra llegaba a su desenlace, nosotros también parecíamos agotados,luego de ver un promedio de tres a cuatro películas por día. Nada en comparación con los colegas freakis, quienes por lo general se lanzan maratones agónicos de 6 y 7 largometrajes durante una jornada laboral de 12 a 14 horas. Someterse a semejante régimen hubiese valido la pena si la mayoría de las propuestas fuesen una maravilla. Pero como no era el caso, optamos y decidimos ser selectivos. Únicamente disfrutaríamos de los platos fuertes del banquete y al resto le pasaríamos olímpicamente por encima. Así tendríamos horas libres para caminar, comer helados, ir a la playa, socializar, chismear con los amigos y conocer de la cultura local, pura y dura.
Una mañana por ejemplo, mi novia organizó un paseo para descubrir el Museo Guggenheim de Bilbao. Nos despertamos temprano,agarramos un autobús en el centro de la ciudad y llegamos en una hora,sin problemas, ni trámites fastidiosos, ni retrasos.
En el camino nos regodeamos con los colores del paisaje impresionista del País Vasco, surcados por cielos despejados y nubes de ensueño. Contábamos ovejas y jugábamos a tocarlas con la mano. Parte de la magia del lugar reside ahí, en su proyección de imágenes bucólicas y postales cercanas al arte ingenuo o kitsch,donde seguramente se esconda el temor a la muerte y la necesidad de conjurar el fantasma de la miseria económica. De ahí la irónica presencia del perrito floreado de Jeff Kons para coronar la fachada del Museo, cuya inauguración transformó a la ciudad. Según los críticos, lo del Guggenheim es otro espejismo de la gentrificación y de la ilusión arquitectónica posmoderna,diseñada para recuperar la zona a costa de perder su identidad. Obviamente, se ganó mucho con su construcción. Pero también se pagó un alto precio en desplazamiento y discriminación social.Los pobres brillan por su ausencia y el espacio se encarga de excluirlos con sus lujos de burbuja VIP para niños pijos,modernos y esnobistas.
Por ello, sectores de la población no se lo terminan de bancar y lo consideran un mero entretenimiento, un anzuelo para capturar a turistas sin oficio como nosotros. Sólo basta comparar su dinámica interna con la actividad del casco histórico, para vislumbrar la diferencia del cielo a la tierra. Verbigracia, en la actualidad, el Guggenheim no exhibe una sola pieza de un artista local. Las grandes exposiciones son consagradas a glorificar a los ídolos extranjeros de la movida pop y de la generación de vanguardia. De cualquier modo, sólo por conocer el edificio vale la pena hacer el traslado(aunque la estructura luce un pelo descuidada y demacrada por detrás.El tiempo no pasa en vano). Nosotros corrimos con la suerte de ver una muestra de Anish Kapoor. Luego hablaremos de ella.
Posteriormente, dimos una vuelta por el centro y constatamos la desconexión con el holograma del Guggenheim. La gente comía tapas en la calle, comentaba el futbol y no parecía muy preocupada por el futuro del legado de Anish Kapoor. Lo mismo notaríamos en los pueblitos más reconditos y escondidos de la periferia de San Sebastián,donde sus habitantes prefieren izar banderas de Euskadi en las ventanas de sus casas, antes de darse golpes de pecho por aquel y por el otro cineasta de la competición. Hasta en San Sebastián, el cine de autor sigue siendo una cosa de minorías o de mayorías ilustradas.
En lo inmediato, los españoles acogen el Festival porque les proporciona una inyección de gasolina a su mercado regional, afectado por el paro, la desocupación y los embates de la depresión. Cuando cese la fiesta del séptimo arte, deberán lidiar y enfrentar su dura realidad, como nosotros dentro poco.
Por lo pronto, intentamos entrar a una función en la sala Victoria Eugenia, y un incendio no los impidió. Se vino un apagón y un corte eléctrico de resonancias caraqueñas. El desenlace entonces se aproximaba desde la esquina de la metáfora.
Por la tarde, tendríamos nuestra cita con Patricio Guzmán y su “Nostalgia de la Luz”. Le haríamos preguntas y lo celebraríamos, a pesar de caernos mal como persona. El señor es un yunque y no hace el menor esfuerzo por ser humilde. Más adelante explicaremos por qué en una crítica virtual.
Así culminamos por ahora. En el capítulo por escribir, haremos el balance general y confesaremos nuestra peor pesadilla del Festival. Hasta entonces.