No quiero ser dueño de ninguna de tus venas, siendo un niño entendí la belleza de la libertad y los daños de ir contra ella. Estas palabras son para quien no te cuente.
No podría poner mi nombre en el río que de tu cuello a tu pecho baja; yo supe saborear el agua que salía y tus besos en mi quijada. Yo podía vernos desde afuera contemplándonos como velas en la oscuridad.
Mi dureza se marchita cuando cierro los ojos para recibir tus besos y no tendría cara para esperar que te quedaras siquiera una estación. El sentido común echaba fuego al campo de fantasías.
Supiste de mi naturaleza frágil antes de saber mi nombre, pero no entendiste sobre mi coraje y sentido. No quiero ser dueño de nada tuyo y mi intención no es regalarme a ti. No creo ya en mundos donde pertenecemos y dejamos de ser. Pero hay algo que tenemos que no suele pasar a ratos y eso es lo único que quiero compartir en horas oscuras. Yo no espero ser salvado no creo que mi historia tenga héroes.
No podría negar con la cara en alto el vació de mi soledad, pero no ves que lloro sólo cuando consigo fuerzas para hacerlo. Tú nunca me verás llorar. No, no me molesta pelear, cuando cada pelea termina con tu boca comiéndome el cuerpo.
Estaré ajeno de asociar tu nombre a la palabra amor hasta que tu mente entienda sobre desvanecerse frente a otro, pero tus dientes en mi quijada no harían que esperase nunca amor de ti. Esas cosas vienen cuando nadie las espera y no podría atreverme a creer en algo que no va a pasar.
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Arte y fotografía de Aarón H. Almeida.