Espreita

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O cigarro já começava a esquentar seus dedos. Gostaria de se incendiar literalmente e acabar com aquilo de uma vez por todas. Esperar. Observar. Conhecer. Já estava cansado. Sua vida nada mais era que pedaços de tantas vidas que observara. Sempre à espreita. Sugando a vida alheia. Os detalhes, a sordidez, as pequenas alegrias, as dores. A traição. Todos traíam. De uma forma ou de outra a raça humana era traidora. E pagavam para ele observar e contar. Relatar os fatos.
Noite. Sentado ao volante do carro lançou a bagana do cigarro pela janela. O pequeno bólido incandescente traçou uma curva no ar e morreu no chão cuspindo algumas fagulhas do antigo brilho. Morte.
Todos queriam ter certeza. Interiormente já a tinham. Todos que o contratavam sabiam. Mas precisavam de provas. “Traga-me a certeza!” então ele saia para as noites. Farejando as humanas falhas, os deslizes, as fraquezas.
Encheu o copo da térmica de café. Bebeu um grande gole. Muito doce. Mas gostava. Gostava das coisas doces…
De dentro da escuridão e do silêncio da rua, o cachorro aproximou-se e urinou na roda do carro. Ele sorriu. Gostaria de ser um cachorro e urinar em alguém. Mostrar que não estava nem aí para nada, recusar um trabalho… mijar no pé de um idiota qualquer.
De súbito voltou suas atenções para a casa. Movimento. Levemente a porta abriu-se, uma sombra masculina parecia beijar um vulto que não saia à porta. Sem o acender das luzes ganhou a rua. Mãos no bolso, cabeça baixa.
Era ele sim. Já tinha fotos e gravações suficientes para comprovar. A mulher estava “frita”.
O marido viajando à negócios e ela ali, aproveitando a vida com o advogado da família.
Tentou sentir alguma coisa em relação ao fato. Nada. Raiva: o homem trabalhando e a vagabunda fazendo aquilo… Nada. Não conseguia sentir nada. O marido podia ser um crápula, podia bater na mulher, e esses escapes era a única forma dela “viver”… Nada. Não conseguia se envolver mais. A vida dos outros começava a acabar para ele. Já não havia nenhum prazer.
Estava morrendo. Se vivia através dos pequenos estratos de vida dos outros, então agora estava morto.
Apanhou a foto da mulher de dentro de um envelope. Mulher bonita, uns trinta e sete anos, olhos tristes e boca sensual. Lembrou do rosto do marido. Homem sisudo e arrogante. Acostumado a mandar. Sobrancelhas espessas e sorriso debochado. Apanhou a foto do advogado. Rapaz jovem e alegre, um olhar que denotava algo de presunçoso… Levantou o rosto para o espelho do carro. Olhou-se. Nada.

No outro dia o marido recebeu um envelope estranho. Um cheiro estranho exalava de dentro. Abriu o envelope enojado e sufocado pelo cheiro. Puxou de dentro algumas fotos e documentos avariados, todos manchados e molhados. Nada podia ser lido ou visto. “Mas o que é isto?” Pensou. Apanhou o telefone. Discou o número que sabia de cor. “O que é isso?” “Nada.” Foi a resposta do outro lado da linha. “Estou saindo.”
“Seu filho da P…” O cheiro começava a empestear a sala. “Que cheiro horrível é esse?”
“Mijo.”

ronie von rosa martins

1 Comentario

  1. Posso subir a traduçao no meu blog? Peço-lhe licença.
    Obrigado
    William Guaregua
    http://www.espejosobreelagua.blogspot.com

    Vigilia

    El cigarro ya comenzaba a calentar sus dedos. Le hubiese gustado incendiarse y de una vez por todas acabar con aquello. Esperar. Observar. Comprobar. Ya estaba cansado. Su vida no era más que pedazos de tantas vidas que observaba. Siempre al acecho. Escudriñando la vida ajena. Los detalles, la sordidez, las pequeñas alegrías, los dolores. La traición. Todos traicionaban. De una manera u otra la raza humana era traidora. Y le pagaban para que él observara y contara. Relatar los hechos.

    Noche. Sentado al volante del carro lanzó la colilla del cigarro por la ventana. El pequeño bólido incandescente trazó una curva en el aire y murió en el suelo escupiendo algunas chispas del antiguo brillo. Muerte.

    Todos querían saber. Interiormente ya lo sabían. Todos los que lo contrataban lo sabían. Pero necesitaban pruebas “¡Tráigame la verdad!” Entonces él salía por las noches. Olfateando las fallas humanas, los deslices, las flaquezas.

    Llenó el vaso del termo de café. Bebió un largo trago. Muy dulce. Pero le gustaba. Le gustaban las cosas dulces…

    Entre la oscuridad y el silencio de la calle, un perro se aproximó y orinó la rueda del carro. Él sonrió. Le gustaría ser un perro y orinarse encima de alguien. Mostrar que ni siquiera estaba allí. Rechazar un trabajo. .mear sobre el pie de un idiota cualquiera.

    De golpe volvió su atención hacia la casa. Movimiento. Lentamente se abrió la puerta, una sombra masculina parecía besar un bulto que no salía hasta la puerta. Sn encender las luces alcanzó la calle. Manos en los bolsillos, cabeza baja.

    Si, era él. Ya tenía suficientes fotos y grabaciones para comprobarlo. La mujer estaba “frita”.

    El marido en viajes de negocio y ella allí, disfrutando de la vida con el abogado de la familia. Intentó sentir alguna cosa con relación a los hechos. Nada. Rabia: un hombre trabajando y la vagabunda haciendo aquello…Nada. No conseguía sentir nada. El marido podía ser un crápula, golpear a la mujer, y esos escapes eran la única forma de ella “vivir” … Nada. No conseguía involucrarse más. La vida de los otros comenzaba a acabarse para él. Ya no había ningún placer.

    Estaba muriendo. Si vivía entre los pequeños estratos de los otros, entonces ahora estaba muerto.

    Guardó la foto de la mujer dentro de un sobre. Mujer bonita, unos treinta y siete años, ojos tristes y boca sensual. Recordó el rostro del marido. Hombre serio y arrogante. Acostumbrado a mandar. Cejas espesas y sonrisa irónica. Guardó la foto del abogado. Chico joven y alegre, una mirada que denotaba algo de presuntuoso… Levantó el rostro hacia el espejo del carro. Se miró. Nada.

    Al otro día el marido recibió un extraño sobre. Un olor extraño venía de adentro. Abrió el sobre enojado y sofocado por el olor. Sacó del interior algunas fotos y documentos variados, todos manchados y mojados. Nada podía leerse o verse. ¿Pero qué es esto? Pensó. Agarró el teléfono. Discó el número que se sabía de memoria “¿Pero qué es esto?” “Nada.” Fue la respuesta al otro lado de la línea. “Me estoy yendo” “Hijo de P…” El olor a peste comenzaba a inundar la sala. ”¿Qué olor tan horrible es éste?” “Meado.”

    ronie von rosa martins

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