De «Chéri» habíamos escuchado y leído horrores. La tachaban de frívola, superficial, vacía y tonta.La despachaban como la canción de Ricardo Arjona de la señora de las cuatro décadas.Pero ayer la vimos y en honor a la verdad, no nos disgustó.
Curiosamente, lo mismo nos había pasado con «Maria Antonieta», una cinta de corte similar. Pocos la valoraron en su justa medida, la mayoría la condenó de entrada por su supuesto canto a la banalidad cortesana, cuando en realidad era todo lo contrario.
Sin embargo, a cierto público estirado, no le parece políticamente correcto desarrollar un discurso ambiguo y menos sobre una etapa superada. El espectador de categorías cerradas y binarias, prefiere una demolición del pasado, cargada de obviedades, antes de apoyar una posible deconstrucción irónica sobre la historia del vano ayer.
En efecto, el argumento y la trama de «Chéri» van por ahí en el sentido de cuestionar la decadencia de la aristocracia, aunque desde la perspectiva de una prostitua de alto vuelo. Naturalmente, como no se le sataniza o victimiza de plano, sino más bien se le celebra con sus contradicciones, pues la audiencia intolerante e inquisidora la fustiga y discrimina.
De paso, el machismo ramplón del venezolano promedio tampoco beneficia el estreno del film en la cartelera, si consideramos además la edad avanzada de la protagonista en cuestión. Por ello y mucho más, «Chéri» puede funguir de sana alternativa y respuesta a la oferta hegemónica del mercado local, donde los hombres y los superhéroes llevan las de ganar en la taquilla, para desgracia de la diversidad.
Otro detalle a favor de la pieza es el hecho de contar en la dirección con la figura del genio posmoderno, Stephen Frears, especialista en el tema,feminista rajado y sobre todo amigo incondicional de su actriz fetiche,Michelle Pfeiffer. Con ella trabajó en la obra maestra, «Relaciones Peligrosas», su mejor película hasta la fecha.
En dicho film, el realizador adaptó el contenido de la famosa novela de Pierre Choderlos de Laclos,cuyo argumento le permitió hacer la disección de otro reinado de intrigas e hipocresías en pleno deslave. De allí la justificación de comprenderla como el principal antecedente de «Chéri».Por supuesto en la comparación, la segunda pierde de calle con la primera ante el rigor de su propuesta estética.
A mi modo de ver, los principales defectos y limitaciones de la obra son evidentes: el presupuesto menor, las situaciones prescindibles, la organización teatral del espacio audiovisual, los resabios telefílmicos y un cierto aire de autocensura en el empeño de cortar por elipsis cada secuencia y viñeta subida de tono.
Es el gran contrasentido al momento de contar y narrar una biografía centrada en la vida alegre de una magdelena glamorosa. Olvídense entonces de la dureza expresiva, al tratar el tópico, de los clásicos de la talla de Fassbinder, Buñuel y Wilder. Por tanto, Chéri no es ni «Irma La Dulce», ni la resurrección de «Bella de Día». Si acaso es un cruce entre la Kidman de «Molino Rojo», «La Mujer Bonita» de Julia Roberts y el empaque de lujo de una bomba sexy del mercado «Milf» por internet. Altamentemente recomendable para la deconstrucción semiótica de colegas como Joaquín Ortega y Alexis Correia.
Lamentablemente, el enfoque es pudoroso, medio pacato y complaciente con la imagen de la estrella, quien recuerda a un Gloria Swanson,fruto de la moda de la anorexia y la cirugía plástica, profundamente preocupada y pendiente por ser idealizada a través del recurso del close up, bajo una fotografía impresionista de la época de Marlene Dietrich.
Por consiguiente, los planos y los encuadres remiten a las pinturas de los románticos y de los vanguardistas del siglo XIX. Hay citas a los colores,postales y pasteles de Renoir, Monet, Manet y Degas. Por nuestro lado, extrañamos el desenfado de la paleta burdelesca de Toulouse-Lautrec.
Con todo, los dialógos destilan picante, los secundarios desfilan por el plató con gracia(en especial la siempre estupenda Kathy Bates), el sarcasmo nunca nos desampara, el distancimiento consciente nos inspira, el vestuario recargado nos indica el rumbo del desconcierto general y el absurdo del barroco Fellinesco brota de vez en cuando para despertar el interés del amante del séptimo arte.
Honestamente, yo la disfruté con mi colega Malena Ferrer en Centro Plaza y la gozamos de principio a fin. Le descubrimos los guiños y nos engachó en su juego de espejos, saldado en el desenlace con una mirada intimidante y meláncolica de la protagonista hacia la audiencia, para increparla,juzagarla e invitarla a reflexionar.
Veinte puntos para el cierre demoledor y pesimista. Es allí cuando la veta iconoclasta del director vuelve a sacar la cara por su cine y a demostrar su fortaleza.
Después de todo, como en «la Reina», la película «Chéri» no parece mojar, pero empapa.
Véala como un reflejo de la persistencia del tabú y del amor imposible en nuestras sociedades puritanas. Sus consecuencias son la soledad, la fragmentación y la muerte. Chéri nos despide con tristeza porque se le fue el tren de la existencia en un riel de emociones hedonistas y narcistas, carentes de sentido. Pero cuando descubre el verdadero amor y el afecto por el otro, ya es demasiado tarde. Su belleza comienza a desvanecerse como la de su mundo en ruinas.
Inevitable la conexión con «Muerte en Venecia». Todavía hay chance para la poesía.