Hoy entré a la estación de metro de Altamira a las 4:08 pm. Veinte minutos más tarde no había podido abordar ningún vagón del metro, y la infame vocecita me sugirió utilizar transporte terrestre. Iba camino a la universidad –un viaje de 13 estaciones que hago diariamente – y ya era imposible que llegara a la hora de la clase.
He vivido el declive del Metro tan personalmente (como muchos venezolanos) que puedo asociar cada etapa a uno de mis semestres universitarios. Recuerdo como cuando empecé a estudiar siempre podía conseguir asiento en la estación Zona Rental, al menos si esperaba por un segundo vagón. Unos años más tarde, tendría suerte si conseguía suficiente espacio personal para respirar y si el metro llegaba en menos de 20 minutos .
Con todo las cosas horribles que he vivido en los últimos meses en el metro, que prefiero que ustedes las compartan en la zona de comentarios abajo, tengan la seguridad de que esta semana ha sido particularmente catastrófica.
El metro colapsó. El metro ya no funciona. Que la única cosa segura es que si pasas los torniquetes, un vagón llegará eventualmente en un periodo de media hora no es ningún servicio, porque ni siquiera vas a poder montarte.
Que no venga el imbécil de Garcés a excusarse diciendo que ellos amablemente nos recomiendan cuando debemos usar otro transporte, que todos los metros del mundo presentan fallas, y que usamos el metro excesivamente (sí, estos son argumentos reales que dio el ministro). Todos recordamos el metro como un servicio del que nos sentíamos orgullosos, y aunque la población se ha incrementado, no puede tapar el sol con un dedo: sabemos que la mitad de los trenes están operando, sabemos del cementerio de metros y de como reparan vagones con piezas de otros.
El Metro de Caracas es Venezuela, en todos sus ámbitos. Es más inseguro, más pobre, y menos eficiente, y a las estrategias desesperadas del gobierno por enmendar las consecuencias de su ineptitud se le notan cada vez más las costuras.