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Vargas Llosa y la Utopía II

En el post anterior ataco en términos generales la posición política de Mario Vargas Llosa. Uno de los problemas que comentan parecer ser una insuficiencia argumentativa. En particular, el problema consiste en precisar qué significaría comprometerse a una visión “Platónica” de política de “verdad”, si no queremos simplemente reiterar a modo anacrónico y nostálgico, la grandeza del espíritu revolucionario que históricamente ha brindado poco más que carbón para calcinar los prospectos utopistas (tanto de Izquierda como de Derecha) en voz y voto favorables a las democracias prósperas y el capitalismo global. Pero vamos directamente al asunto principal del artículo: la susodicha complicidad entre el pensamiento totalitario y la imaginación utópica no es sino una precaución reaccionaria, que de antemano niega la posibilidad de un cambio global.

Es sintomático que las democracias liberales puedan siempre apelar al “mal menor”, lo que subordina la política absolutamente a su presente. Pero si hay algún sentido en revitalizar la continuidad entre la imaginación utópica y la política es precisamente que no debemos escarmentar en pensar en aquello que no es; no solamente dentro de la esfera de las posibilidades actuales, sino atrevernos a pensar nuevas posibilidades, que no necesariamente se ajusten al credo libertino de las democracias contemporáneas. Y estoy de acuerdo en que estas posibilidades no son restringidas al ámbito “revolucionario”, pero insisto contra Vargas Llosa que no pueden excluir esta dimensión tampoco, sin caer en la sosedad conservadora.

Otro problema con esto es que concede de antemano nuestra elección a los dos polos que Vargas Llosa nos brinda: democracia o dictadura, paz/progreso lento y pacífico o violencia totalitaria. De más decir que los puntos de referencia de la política revolucionaria “clásica” hacen penar a los espectros de aquel pasado violentista del siglo XX que no han de repetirse; pero de ello no debe seguir que el destino de cualquier pensamiento de “largo alcance” sea necesariamente la catástrofe de la dictadura. No se trata aquí de repetir el pasado, sino de imaginar un futuro en dónde las limitaciones del liberalismo puedan ser superadas.

Mi argumento inicial no fue indicar que ya existían alternativas mejores a la democracia liberal, sino acusar a Vargas Llosa por pretender que de ello sigue que no puede haber algo mejor que el “mal menor”; no temer en impulsar la imaginación en función del ideal de justicia en el sentido original en que la libertad individual está subordinada a la colectividad genérica, o lo que llamaba “homogeneidad”. En esto si mantengo resonancia tanto con el Platonismo primitivo que busca separar el discurso de la opinión del discurso propiamente dialéctico-filosófico, y abstraer lo universal de lo meramente aparente o singular. Pienso que esto puede hacerse sin recaer en las atrocidades de las dictaduras del pasado. No es sino falaz sugerir que el destino de cualquier concepción filosófica en pos de la verdad tiene el singular destino del totalitarismo y la violencia, si bien es común seguir esa línea argumentativa en la variedad de discursos post-modernos.

El punto es que no debemos escarmentar en diagnosticar este liberalismo como claramente insuficiente al nivel conceptual y práctico, así como al dispersionismo contextualista de ser poco más que una técnica retórica a desplazar en favor de una reinvención de algún concepto de universalidad y colectividad que abra el camino al activismo político más allá de la fascinación New-Age con las multitudes, y las caridades de capitalismos. No tengo que repetir acá los análisis de Boltanski, Zizek y demás que muestran como este mismo capitalismo y sus democracias entran en complicidad con las tragedias humanitarias más severas de nuestro mundo, incluyendo el caso de África, Bosnia, Rwanda, entre otros. El punto es afirmar que es posible ir más allá de este paradigma, no sólo a nivel local (si bien no hay que desmerecer este ámbito).

Creo que existe primeramente un requerimiento conceptual antes de prescripción política: no se empieza con ‘revolución’, ‘liberación’, ‘movimiento popular’, etc. A modo analógico a la secuencia Marxista que empieza con Hegel, la primera labor es construir un nuevo esquema dónde las categorías básicas para una teoría de acción e intervención política tengan sentido contemporáneo: ¿qué es un sujeto político? El Marxismo tradicional peca de una sutura de la multitud de procesos genéricos de verdad en todos los campos de actividad humana a “la lucha de clases”; al ámbito estrictamente político. De allí que la movilización de todo proceso revolucionario suceda a través de la organización política o el partido: el partido comunista, en este caso.

La lección fundamental en este aspecto del Siglo XX, y de sus fracasos prácticos, se anclan en esta concepción primitiva en que se reduce la multitud de procesos a la agencia política, y que claramente devienen en el tipo de dictaduras que tanto lenguaeniple como yo, Badiou como Vargas Llosa, repudian.

Ciertamente admito que hay acciones que contribuyen al bienestar de las personas, que marcan diferencias en las vidas y la cotidianeidad, que existen actos importantes en la vida práctica a nivel local y no sólo al nivel revolucionario. El esquema conceptual que desarrollo no excluye este ámbito, si bien no restringe la política al mismo. Mas soy expresamente antipático ante el ideal de las “marchitas” en pos de la democracia como un simulacro de actividad política, de las caridades facilistas que reemplazan el pensamiento político propiamente y desembarazan de responsabilidad a través del moralismo, de los eslogans democráticos insustanciales que oscurecen más que clarifican, y en particular de la censura al pensamiento utópico que Vargas Llosa articula en su entrevista.

Reitero, el punto no es decir que el Comunismo es mejor, o que la democracia no es lo “menos malo”, sino en resistir la división entre política realista e imaginación esteticista. Resisto el temor generalizado que aboga el Platonismo ortodoxo en contra de las artes, particularmente por su incapacidad de pensar en la producción de novedad artística en complicidad con el dinamismo de la creación política, lo cual deviene en una concepción estática del Estado Ideal, conforme a la metafísica trascendental anclada en las Ideas. Más bien rescato el peso político de las artes y su capacidad de atender a inquietudes locales y globales, su conexión inmediata a la vida práctica, y el desdén por la obsesión anárquica que encuentra virtud en la libertad irrestricta. Resisto la Idea del funcionalismo orgánico, si bien rescato la idea de que más importante que la libertad singular es la articulación comunal, y la universalidad sobre la particularidad de los deseos y sus idiosincrasias.

Nuestra meta es hacer ello sin que a) se disuelva la universalidad de la verdad en particularidades individuales/contextuales, y b) se conciba concepciones reduccionistas que devengan por su parte en concepciones violentistas o dictatoriales.

Sin duda no es fácil convencer a alguien de que la Revolución Rusa es un modelo a seguir, y no debería de serlo. Pero tampoco es particularmente difícil vender a las personas lo “menos peor”, o la “mediocridad” de las democracias. Los antecedentes de la política revolucionaria indican un problema, no necesariamente un impase, pese que así lo desee Vargas Llosa. Por ello en mi opinión, una de las primeras tareas es pensar en una concepción genérica del concepto de verdad que no sea sujeta a la sutura política que deviene en el economismo anclado en la lucha de clases y del partido (de ahí que regule toda esfera de vida y atente contra toda libertad).

El otro problema sucede en la lectura de lenguaeniple de nuestra situación contemporánea, que parece reposar en una percepción de la violencia necesariamente anclada a la llamada violencia subjetiva: la violencia fácilmente atribuida a la agencia de actores específicos, sean individuos o organismos (El Estado, el Dictador, etc…). Aquí vale retomar el análisis de Zizek en su libro Violencia (2007) para indicar que esta concepción de violencia debe ser suplementada con la noción de violencia objetiva: aquella que sucede anónimamente como parte natural del funcionamiento de un sistema particular. El ejemplo que aquí ilustra mejor la ecuación es la complicidad de las democracias capitalistas con las matanzas del Congo. Normalmente, el análisis democrático reduce la problemática al exceso totalitario de aquellos regímenes no-democráticos que se basan en la avaricia y violencia dictatorial-armada: esta es la llamada violencia subjetiva que asigna culpables sin mayor dificultad. Sin embargo, Zizek señala que en realidad estos “warlords” de facciones militares solo pueden sostener la guerra armada a través del intercambio por minerales y armas hecho con compañías e instituciones en el Occidente. Es decir, que esta violencia no sucede solamente o directamente por la agencia de un autor específico en la periferia de las democracias, sino por la constelación en la que nuestras democracias “civilizadas” están en perfecta complicidad con la tragedia humanitaria de los países no democráticos. Es decir, no es la disfunción del capitalismo o las democracias de mercado liberal las que provocan este problema, sino su funcionamiento fluido. Esta es la violencia anónima que Zizek llama violencia objetiva. Me parece por lo tanto más trágico de lo que suponen algunos asentarse ante lo “menos peor” en contraste con las violencias del pasado.

Negar que existan límites a lo que se puede hacer dentro del esquema democrático-capitalista actual es en todo caso la verdadera “utopía”: la utopía liberal que piensa que el capitalismo sólo requiere de expertos y legalismo. Zizek encuentra cuatro síntomas irresolubles en el capitalismo contemporáneo: la ecología, propiedad intelectual, el crecimiento de apartheids, y la biogenética. Personalmente pienso que de estos solamente el tema de la biogenética y de la propiedad intelectual son focales para un cambio estructural.

No hay que olvidar que existe un elemento irónico de las grandes libertades anunciadas por las democracias, como síntoma explicativo del “modus operandi” de nuestras grandes naciones, que están muy lejos de ser agencias “neutrales” en pos de algún ideal genérico de justicia humana. Por el contrario, sabemos que estas avanzan por los intereses privados de naciones, agentes individuales, compañías o corporaciones, y demás. Ver un mundo en el que millones en África subsisten en la miseria ante la indiferencia de nuestras ilustres conciencias no desmerece los logros de nuestra época en sí, pero señala también sus limitaciones: y creo firmemente que es dentro de estas que se empieza a pensar en nuevas posibilidades.

Es cosa muy distinta reconocer que el prospecto de una colectividad tiene que pasar por una ardua labor conceptual, y que estamos francamente en un nuevo comienzo de la politice. Esto requiere capacidad imaginativa, mucho más que el realismo soso y el conformismo con la mediocridad en temor de los excesos de violencia, anunciados por Vargas LLosa. Nuestra situación es transitoria, y es perfectamente razonable que el sofista tenga las de ganar, por el momento. Más esto no debe ahuyentarnos del pensamiento utópico, pues temer que se retrotraiga el progreso a una violencia primitiva es como los campesinos de William Wallace que prefirieron no arriesgar sus tierras antes de potencialmente ser degollados ante los ingleses. Quizás eso nos separa a lenguaeniple y a mí: he visto demasiado Caballeros del Zodiaco y encuentro genial que Galifianakis fume marihuana en televisión abierta. Lo cierto es que me mantengo firme en que la receta de Vargas LLosa es una condena a la mediocridad, y al conservadurismo protector: no sólo se enorgullece de ser el contrincante «menos peor», sino que prefiere mantener su establo de contrincantes mediocres inerte antes de entrar a uno nuevo, por temor a que en su defecto o vigor vulnere nuestras apacibles vidas y se desordenen las apuestas.

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